¿Cuál es el poder real de los grupos de presión que, bajo la amenaza de la ingobernabilidad, mantienen privilegios inalcanzables para la mayoría de los mexicanos? La única manera de estar seguros es con la medición —no siempre exacta— de la opinión pública. Por eso suelen ser precavidos los gobiernos antes de ir contra esas organizaciones.

En algunos casos, sin embargo, la respuesta está clara. El ejemplo lo da la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), cuya imagen desfavorable es confirmada por la última encuesta publicada hoy en estas páginas, en la cual el 54% de las personas consultadas aprueban la acción gubernamental contra el magisterio disidente, mientras que 29% considera lo contrario. El porcentaje restante no emitió opinión.

Antes de que el gobierno de Oaxaca, con apoyo federal, quitara a la CNTE el control del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), los integrantes del grupo habían amenazado con boicotear las elecciones del 7 de junio e impedir los exámenes al magisterio derivados de la reforma educativa. No lograron ninguna de las dos cosas. Ese era ya un indicio de su poca representatividad no sólo entre la población en general; también entre el grueso de los maestros en la entidad y en el país.

Referencias previas había. Elba Esther Gordillo, ex dirigente vitalicia del SNTE, se consideraba intocable por ser cabeza del sindicato más numeroso de América Latina y fundadora de un partido político (Nueva Alianza). Fue a la cárcel por los irregulares manejos del dinero en su gremio y nadie protestó por ello.

En el sexenio anterior, el de Felipe Calderón, la Compañía de Luz y Fuerza del Centro fue extinguida. Se aguraba de la misma manera un conflicto social de proporciones épicas. Pero al cabo de meses el resultado fue también sólo protestas. Lo que la gente recordaba de la institución era su ineficacia.

La lección es que no existe organización gremial que logre hacer efectivas sus amenazas de paralización del país si no cuenta con el apoyo del resto de la población, a quien mueve sus convicciones y no los intereses específicos de grupos que se escudan en supuestas causas populares.

Este no es un exhorto a deshacerse de los grupos antagónicos al gobierno bajo el argumento de que es sencillo hacerlo. Al contrario, si las acciones gubernamentales se enfocaran en organizaciones con verdadero apoyo social generalizado, la respuesta sería automática, no requeriría de pases de lista durante las manifestaciones ni reparto de tortas, como con la CNTE.

Cuando es obvio que la opinión pública está a favor de una decisión de gobierno, no hace falta temerle a nadie que se oponga y diga, al mismo tiempo, representar al pueblo.

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