Meter a la cárcel de nuevo a Joaquín El Chapo Guzmán es necesario más por el significado del personaje que por su importancia operativa real. Eso es lo que hay que demostrar, que se trata sólo de un criminal más y, como tal, no superior a la capacidad del Estado mexicano.

Ojalá pudiera el país decir que la deuda es exclusivamente consigo mismo. La verdad es que Estados Unidos tiene razón en pedir también la captura. No sólo porque Guzmán cometió crímenes en esa nación, sino porque agencias de inteligencia estadounidenses colaboraron con su detención y, probablemente, no habría salido libre de haber sido extraditado porque no fue el ingenio técnico el que permitió la fuga, sino la corrupción.

En entrevista con EL UNIVERSAL, el embajador de EUA en México, Anthony Wayne, dice al respecto: “Es muy importante para aquellos que han luchado para capturarlo y también una señal para la sociedad y para quienes en el futuro pudieran estar tentados por la corrupción para participar en una acción similar”.

Tiene razón el embajador. Cuando Guzmán Loera fue aprehendido por segunda vez, su “leyenda” llevaba más de una década acumulándose desde su primer escape. Todo ese tiempo el mensaje que se reproducía a los oídos de muchos jóvenes era que se podía ser el peor de los delincuentes, sin que ello tuviera consecuencias al final.

Con la segunda fuga, la lección aprendida por quienes enaltecieron al criminal se reforzó. La lección fue: no importa cuántas veces te capturen, el dinero lo resuelve todo.

Podrán decir los críticos de Estados Unidos que en ese país también existe corrupción. Y tienen razón. Los cárteles mexicanos operan con libertad más allá del río Bravo y prueba de ello es que la oferta de drogas no ha disminuido pese a los operativos de la DEA.

Sin embargo, una diferencia es fundamental entre México y EU. Allá los cárteles no controlan territorios, sus miembros no tienen cuerpos policiacos a sueldo y quienes terminan presos en cárceles de máxima seguridad no escapan. Por algo Guzmán Loera siempre buscó por todas las vías legales evitar la extradición. Y quizá por ello también la fuga se dio apenas 17 días después de la solicitud de llevarlo ante la justicia estadounidense.

La historia de El Chapo no debe tener un final feliz para él, por el bien del país. Estados Unidos puede y debe ayudar en que así sea.

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