En 2011, el filósofo argentino Ernesto Garzón Valdés afirmó que quien en una democracia se defina como una minoría es porque se denomina diferente y se coloca al margen de la ley. Ciertamente, la democracia es el gobierno de las mayorías. En ella se toman las decisiones con el mayor número de votos. Sin embargo, todos sabemos que en una democracia la toma de decisiones mayoritarias presupone la deliberación y la discusión de las mismas y que ni las mayorías ni las minorías son perennes en el tiempo. Las mayorías de hoy, serán las minorías mañana; en eso consiste la democracia.

Este equilibrio implica que las decisiones democráticas no sólo se construyan a partir de la elección mayoritaria, sino también, y primordialmente, a partir de la participación deliberativa de todos los individuos involucrados.

Para que una democracia sea sana, entonces, debemos respetar una serie de reglas que son necesarias para el ejercicio deliberativo: desde conducirse con sinceridad, claridad y coherencia hasta considerarse con igualdad de derechos frente al resto de los miembros. Esta última regla, que resulta imprescindible para el diálogo democrático, implica el reconocimiento y el autorreconocimiento de que todos los participantes gozamos de los mismos derechos. La igualdad es un factor fundamental para la toma de decisiones democráticas. Si uno de los grupos no considera tener los mismos derechos que el otro, se coloca en las fronteras de la deliberación democrática.

Qué sucede cuando uno de los grupos se autodenomina injustificadamente como una minoría. Qué sucede cuando deja de verse sin razón alguna como miembro con los mismos derechos que los demás (ya sea porque considera que tiene más derechos como la minoría blanca en Sudáfrica, ya sea porque considera que tiene distintos derechos como la minoría francesa en Canadá, ya sea porque considera que tiene menos derechos como las minorías étnicas en Latinoamérica).

La igualdad implica que todos los participantes tengamos los mismos derechos; que todos puedan, bajo los mismos términos legales y racionales, problematizar cualquier aserción; que todos puedan introducir dentro del debate cualquier tema o cuestión; y que todos, por igual, puedan expresar sus opiniones, intereses y deseos. Pero también implica que ejercidos todos esos derechos, si se decide democráticamente en contrario a nuestros deseos, intereses u opiniones por decisiones que pretenden ser razonables, debamos asumir los resultados.

Si las sociedades justas tienden a la homogeneidad (de derechos), quien dice injustificadamente gozar de distinta clase de derechos (de más, de menos o de diferentes), pretende mantenerse al margen de la legalidad y del Estado de derecho. La homogeneidad de derechos es contraria a la política gregaria y separatista. Las minorías de esta naturaleza no pretenden dialogar ni argumentar, sino imponer y persuadir a través de la emotividad que implica una supuesta marginalidad de trato y condición. Para que el Estado de derecho funcione y la democracia reine, mayorías y minorías debemos partir de una misma circunstancia: todos gozamos de los mismos derechos.

Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal

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