Me habría metido en un brete severo si como miembro de una familia de biólogos, no dedico en el curso de la campaña presidencial estadounidense una columna a las posiciones de los dos candidatos con respecto a la ciencia e investigación. Como internacionalista, reconozco que los temas de política exterior nunca —o en contadísimas excepciones— ganan elecciones, ni en Estados Unidos ni en la Conchinchina. Así que sé que con esta confesión de parte, mis padres y hermana me perdonarán al afirmar de entrada que la ciencia pesa aún menos en las deliberaciones y decisiones de los votantes. Pero ciertamente no por ello es menos importante, particularmente en un contexto mundial donde cada vez son más palpables el impacto diario del calentamiento global así como los retos severos derivados de pandemias o la resistencia antimicrobiana para la seguridad y bienestar de todas las naciones.

Las diferencias en prácticamente todos los temas de política pública —y ya no digamos de preparación y conocimiento— entre Hillary Clinton y Donald Trump son abismales, pero en pocos temas las posiciones son tan contrastantes como en materia de política científica. Se podría afirmar que si Clinton es de Venus, Trump ni siquiera es de Marte; habita en otra galaxia a miles de años luz de la nuestra. Ambos han articulado en sus plataformas de campaña visiones diametralmente opuestas sobre el papel que juegan temas como el cambio climático, la educación o la investigación científico-tecnológica para el futuro tanto de Estados Unidos como del resto del mundo. Si para la candidata demócrata la ciencia e innovación están plasmadas como temas torales para la prosperidad del país en un amplio y detallado plan (y con una veintena de científicos asesorando a su equipo en temas de educación, ciencia, tecnología y medio ambiente), para el republicano el tema prácticamente no existe, ni en su discurso o plataforma. El que además haya seleccionado como su compañero de fórmula a Mike Pence, el gobernador de Indiana, un hombre que se autodescribe como un conservador cristiano y que ha cuestionado la existencia del cambio climático, jugueteado con el creacionismo y criticado al presidente Obama por apoyar la investigación de células madre, manda una contundente señal anticientífica.

La visión trumpiana está firmemente anclada en y alimentada por un mundo en el que los datos duros y la realidad cuentan poco. Es más, alcahuetea a la derecha troglodita estadounidense que se ha volcado a favor de la candidatura del empresario y que cree, entre otras cosas, que las vacunas son un instrumento gubernamental de control social, que busca imponer el creacionismo en las escuelas y está convencida que el cambio climático y la necesidad de reducir emisiones son ciencia ficción o —como en el caso del propio Trump— una estrategia de China para frenar el desarrollo económico y poderío industrial de EU. De todos los temas científicos es quizá éste, el cambio climático, el que ha figurado de manera más prominente en la campaña, en gran parte derivado del malestar republicano por las regulaciones de la administración Obama para limitar emisiones de gas invernadero por parte de plantas de energía, vehículos y la fractura hidráulica. La plataforma del GOP incluso ha estipulado que el carbón es una fuente de energía limpia, a pesar de que produce más emisiones de dióxido de carbono por unidad de energía que cualquier otro combustible fósil. Las políticas que Clinton está proponiendo como parte de su plan de gobierno básicamente mantendrían el rumbo trazado por Obama, y la plataforma demócrata hace un llamado a “adoptar todo instrumento a nuestro alcance para reducir de manera inmediata las emisiones”. En contraste, Trump prometió que daría marcha atrás a las regulaciones “totalitarias” instrumentadas por Obama y que EU se retiraría del Acuerdo de París y los compromisos alcanzados en protección ambiental y cambio climático en la pasada conferencia mundial COP21 en esa ciudad.

La decisión del GOP de ignorar estos temas es una decisión que refleja tanto su desplazamiento aún más a la derecha en la última década, como un reflejo de las creencias y posturas del propio Trump. Los demócratas en cambio se han posicionado como el partido de la ciencia, reconociendo que esto les favorece con su base y sus donadores. Para un país que cimentó su poderío durante el siglo XX en gran parte en el apoyo bipartidista a la investigación científica y tecnológica, y que irradió muchos de los avances alcanzados al resto del mundo, el oscurantismo post-fáctico en el que ha caído buena parte de la derecha estadounidense es un tema que nos debe consternar a todos. Para un candidato cuyo lema de campaña es “Hagamos a América grande otra vez”, sus posiciones en materia científica amenazan con devolver a EU a la edad de piedra.

Consultor internacional

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