Hacia el año 30 a. C., la república romana —en plena expansión— comenzó a usar el término Mare Nostrum (mar nuestro) para identificar a todo el Mediterráneo. Veintiún siglos después, la desgarradora foto del pequeño Aylan Kurdi tendido en una playa turca nos obliga a enfrentar lo que sucede en ese mar como asunto que nos atañe a todos. No nos equivoquemos; en el Mediterráneo oriental no hay migrantes huyendo de la miseria, como declaran algunos políticos y sugieren en cintillos muchos medios alrededor del mundo. Estamos atestiguando el movimiento de refugiados más dramático desde 1945. Y no se trata de una distinción trivial o semántica; tiene profundas consecuencias políticas y jurídicas. Un refugiado, obligado a abandonar su tierra por violencia o conflicto, tiene derecho —a diferencia de los migrantes que se desplazan por razones económicas— a solicitar asilo y el régimen internacional de refugio, paradójicamente creado para confrontar el reto de millones de europeos desplazados por la Segunda Guerra Mundial, está predicado en la premisa de que los refugiados son responsabilidad de la comunidad internacional y no solamente del país al que arriban. A 5 años de iniciada la guerra civil en Siria y de que el régimen del presidente Bashar al-Asad comenzara a masacrar a su propia población con armas químicas y bombas de barril, las soluciones comunes al conflicto, a la destrucción y al desplazamiento interno de 7.6 millones sirios y el refugio de más de 4 millones de ellos, principalmente en naciones limítrofes, parecen más inasibles que nunca.

¿Qué ha detonado esta crisis mayúscula de refugiados que es no sólo un reto político, económico, social y moral para la Unión Europea sino que también mina la seguridad regional, con implicaciones geopolíticas imprevistas de largo alcance? De entrada, la comunidad internacional —y Estados Unidos y Europa en particular— se han lavado las manos del conflicto sirio. En parte ello es resultado del legado envenenado que George W. Bush y Tony Blair dejaron a sus sucesores y a otros mandatarios a raíz de las premisas falsas usadas en 2003 para intervenir en Irak. Principios torales de lo que debiera ser la gobernanza internacional basada en reglas del siglo XXI —como la responsabilidad de proteger (R2P por su acrónimo en inglés) y que obliga a los Estados a prevenir las atrocidades en masa y el genocidio— no han cogido tracción en parte porque son vistos por muchos como una intromisión en asuntos internos, pero también porque países que tienen la musculatura o legitimidad diplomática e internacional para aplicarlos han abdicado de hacerlo, dejando un vacío ahora ocupado por el terror del Estado Islámico (ISIS). Para muchos —incluido México— la justificación es que Siria es un problema que “no es nuestro”; para otros, es culpa o responsabilidad de Washington. También se ha exacerbado gracias a un sistema europeo dispar y descoordinado, tanto en cuotas de asilo o acciones para confrontar a traficantes de personas. En momentos distintos, Londres, París, Berlín y Roma han bloqueado intentos por crear una política común exterior y de defensa, y como resultado la UE sigue siendo un gigante económico y un enano geopolítico, sin capacidad de acción coordinada frente al exterior. Y los efectos de la recesión y austeridad en Europa han hecho que políticos inescrupulosos y chovinistas declaren a los cuatro vientos que “la barque est pleine”, bloqueando la entrada a refugiados o bajándolos de trenes y numerándolos con tinta sobre la piel, argumentando que son migrantes. Aun así, hay notables excepciones: Alemania se está alistando para procesar 800 mil solicitudes de asilo este año, abriendo sus puertas a quienes ya han llegado a territorio europeo.

Pero las buenas intenciones no son suficientes. Han estado muriendo menores todos los días desde que estalló el conflicto en Siria a un promedio escalofriante de 7 al día. El que la foto de un menor ahogado sea una tragedia nos obliga a prevenir que la foto de millones de refugiados en busca de asilo sea caracterizada como una amenaza. Responder a crisis como esta exige voluntad política, recursos y coordinación, atributos escasos estos días. La dislocación de refugiados debe ser asumida como responsabilidad de todos: de EU, Canadá y otras naciones europeas y del Golfo Pérsico y sí, también de México. Debemos ayudar a mitigar el impacto para naciones por las que ingresan —Italia y Grecia— y en Líbano, Turquía y Jordania que ya albergan a cerca de 4 millones de refugiados sirios. Como mexicano, nieto por padre y madre de refugiados, pido a nuestro gobierno retomar la tradición diplomática mexicana del asilo y hacer su parte acogiendo a familias refugiadas sirias. Es nuestra responsabilidad, es ‘nuestro’ mar.

Embajador de México
@Arturo_ Sarukhan

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