Hoy honramos una tradición. En primer lugar, decimos que el proyecto de Constitución mira al mismo tiempo nuestras necesidades más inmediatas, más apremiantes, pero también los cambios e incluso las mutaciones que en el mundo democrático y republicano han tenido lugar, y que deben ser atendidas. La Constitución aspira a encauzar las energías sociales y políticas de la ciudad a un mundo pleno de libertad (con sus añadidos: justicia, equidad y fraternidad).

Los detractores de este ejercicio constitucional se han preguntado ¿por qué y para qué otra constitución? Las respuestas podrían ser puntuales o genéricas. Pero la evidencia es obvia: que las libertades de los mexicanos están en peligro cuando algunas iglesias quieren convertir sus dogmas en leyes obligatorias para todos le mexicanos; las libertades peligran cuando la propiedad y la vida de los ciudadanos están coaccionados por pequeños y grandes grupos criminales; la libertad peligra cuando grupos económicos extranjeros y mexicanos tiene derechos sobre grandes extensiones del territorio nacional para fines de explotación minera y energética. Esta Constitución, asumiendo sus alcances jurídicos y jurisdiccionales, ha tomado cartas en el asunto. La libertad y la izquierda se han reunido en este proyecto.

No sólo la libertad íntima y cotidiana de las personas es la que está sometida a un estrés sin precedente. En México en general, y en la ciudad en particular, la dignidad no es un bien protegido: la dignidad en las relaciones de género; la dignidad y el respeto en los mundos del trabajo; la dignidad y los ambientes de los niños y las niñas, y de los adolescentes, y de los ancianos. En un mundo dominado por las élites hiperrealistas, que la idea de felicidad aparezca en una constitución delinea una leve sonrisa irónica; olvidan esas élites que la palabra existe en la Constitución de los Estados Unidos de América. Sin decirlo, la Constitución de la ciudad de México pretende crear unas condiciones políticas, sociales y materiales para que hombres y mujeres forjen sus felicidades, tan diversas como son esos mismo hombres y mujeres. Hay ciudad para todos.

Asumiendo que la ciudad de México ha estado y está en el centro del debate internacional sobre derechos, desarrollo y sustentabilidad se ha asumido lo que existe, pero también ise inventan inventanfuturos. Queremos a la capital nacional como realidad y referente de un modelo sustentable, democrático e incluyente. Tal es el constitucionalismo republicano y liberal mexicano, en clave de izquierda: estar en el mundo sin perder las pequeñas y grandes cosas que hacen una realidad singular, una identidad.

No escapará al lector ni a la soberanía del congreso constituyente que el proyecto se presenta en un momento crítico para la nación, cuando la violencia, la estulticia y el cinismo han comprometido los derechos de las personas y de las colectividades formadas voluntariamente. Se presenta justo cuando las instituciones del a República, esas que son nuestro horizonte y nuestra utopía, han sido sometida a una de su más dolorosa prueba. Este proyecto no es un ejercicio ocioso. Está en el corazón de una tragedia nacional que sangra, que llora, cada día. Que nadie se engañe. Estamos en un estado de emergencia, y este proyecto de Constitución quiere atajarlo. Es el momento de otro constitucionalismo. Quizá no habrá otro en décadas. Que el proyecto que presenta Miguel Ángel Mancera proponga gobiernos de coalición y de gabinete es un giro espectacular en la historia política mexicana. ¿Quién, en los constituyentes, entenderá esta oportunidad, que podría reformar el país?

Una Constitución no es un capricho sino una necesidad. Entre mis colegas historiadores el fantasma del capricho tiene estatus de ciencia o en todo caso de concepto: el constitucionalismo mexicano ha sido capricho retórico, imitación absurda. Se equivocan casi todos. De cierto que las constituciones vienen de situaciones extraordinarias; la cuestión es si nuestra nación atraviesa por una. Sí: decenas de miles de muertos, fosas clandestinas, un saqueo sin procedente de las arcas estatales por los gobernadores, un presidente de la República sin autoridad moral. No se puede decir ya que la ciudad incurre en un exceso en el acto de darse una Constitución. Los cínicos y ociosos están en otra parte: de rodillas esperando el maná de las reformas estructurales, recortando el dinero público al tiempo que imaginan que eso es ciencia. Este proyecto de Constitución está inscrito en una historia más amplia. La ciudad reclama el derecho a estar en primera fila en la consolidación de la libertad, ese tema que caracteriza la historia del México independiente. Queremos la libertad, sobre todas las cosas.

Libertad, sí, y siempre. La ciudad es liberal, y en términos actuales es liberal porque nos interesa el progreso y el desarrollo y sí, porque el proyecto viene de la izquierda. Esta Constitución quiere consolidar algo inimaginable apenas unos años atrás: que la suma de libertades individuales y de derechos sociales proyecta a futuro otra libertad. Deseamos la libertad a través de la equidad, pero también a través de otros derechos políticos. En esta ciudad queremos conjurar los demonios modernos: la equidad no está contra la libertad. La libertad no es sólo equidad.

Investigador de El Colegio de México

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