Chicago, Illinois.— Donald Trump se dirigió por primera vez al Congreso de Estados Unidos con un tono que recibió la unánime descripción de “presidencial”. El analista republicano Alex Castellanos y el estratega demócrata Van Jones comentaron en diferentes medios de comunicación que Donald Trump se convirtió en presidente luego de su discurso ante el legislativo.

La mayoría del pueblo estadounidense también aprobó el mensaje. Una mala noticia para todos aquellos que nos disgusta el ocupante de la Casa Blanca. Tal fue el impacto que el comentarista demócrata estrella de CNN, Van Jones, dijo que Trump podría ganar dos términos, es decir 8 años en la Casa Blanca.

El nuevo Trump que emergió ante el Congreso lució como un líder serio, con una agenda definida enfocada en el bienestar de sus gobernados. Con términos más elocuentes, el presidente delineó proyectos de gobierno fieles a sus promesas de campaña. Una virtud pues él fue electo gracias al hartazgo ciudadano hacia los políticos que prometen pero no cumplen.

Donald Trump dejó de lucir y sonar como una caricatura con un discurso articulado que tuvo su momento más alto al rendir homenaje a la memoria de un militar caído recientemente. El recinto legislativo se puso de pie mientras las lágrimas caían por el rostro de la viuda del militar. El episodio movió las fibras más sensibles de una nación cuya cultura bélica es parte de sus valores fundacionales.

Como ocurre habitualmente, Trump se salió con la suya al concentrar la atención en el tono y la forma del discurso. El problema es que pocos hablan del contenido de las políticas que promete. Por ejemplo, reafirmó su visión de “Estados Unidos primero” que como recurso oratorio suena fabuloso pero que implica un proteccionismo rampante. El mundo civilizado ha integrado sus cadenas productivas y de distribución bajo las herramientas de la globalización. Estos complicados procesos internacionales que facilita el libre comercio resultan la forma más eficiente y competitiva para que los ciudadanos de un país se hagan de bienes y servicios. Cierto que el libre comercio no hace justicia a todos, pero sí es una herramienta que acaba, ultimadamente, beneficiando a la mayoría.

Con populismo y demagogia, Trump llama al rescate nacional haciendo de Estados Unidos una isla inaccesible protegida por los océanos y pronto por un gran muro en la frontera sur. Una inmensa tontería.

Para empezar, la construcción del muro fronterizo significa un dispendio del dinero de los contribuyentes. En momentos en que la migración de mexicanos tiene una tasa cero, la gran invasión migratoria sólo existe en la demagogia del presidente.

Dice que el muro detendrá el flujo de narcóticos; sí, en sus sueños. La constante victimización que hace de sus “pobres ciudadanos” que son envenenados con las drogas que llegan desde México es una total falacia. En tanto Estados Unidos no combata el mercado interno de drogas (el más grande del mundo), o que decida legalizar estas sustancias —como ocurrió con el alcohol—, el problema no desaparecerá.

El presidente prometió eliminar el Obamacare para ofrecer servicios de salud que beneficien a todos sin explicar cómo lo hará ni el costo de sus promesas. También asegura que no tocará los programas asistenciales para ancianos, pensiones federales o programa médico para pobres. Todos estos programas famosos por no contar con el financiamiento que los haga sostenibles.

Es cierto, Trump lució presidenciable, pero la dirección que desea para la nación más poderosa del mundo es equivocada y terminará perjudicando a Estados Unidos y al mundo. Ahora que Trump reafirmó un liderazgo sólido con clara agenda de gobierno es más peligroso que nunca. El problema no es el tono sino las ideas que promete implementar.

Periodista

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