El domingo 14 de junio, Margarita Zavala anunció su decisión de buscar la Presidencia de la República en las elecciones de 2018 y hacerlo a través de su partido, Acción Nacional. De esta manera, con Andrés Manuel López Obrador, son ya dos los aspirantes abiertos y varios más —así sea tímida, taimadamente— los que se anotan en la lista: Gustavo Madero, Rafael Moreno Valle, Miguel Ángel Mancera...

Margarita es una política con carrera propia y muchas cualidades: sencillez, bonhomía y congruencia, buenos niveles de popularidad. Sin embargo, esto no se traduce, necesariamente, en respaldo político. Por otra parte, tiene en contra el sello Calderón. Al ex presidente muchos le adjudican una responsabilidad mayor en los niveles de violencia y descomposición provocados por la delincuencia organizada.

Pero, además, en tiempos en los que la política pasa por los medios de comunicación, la imagen discreta de Margarita es vista como apocada, y su discurso elusivo resulta poco atractivo.

Por otra parte, no se ve cómo podría lograr el apoyo del aparato partidista. Si los nuevos “dueños” de Acción Nacional no la dejaron llegar, siquiera, a la candidatura para una diputación federal y bloquearon sus aspiraciones a la dirigencia del partido, mucho menos le dejarán la candidatura presidencial. Una candidatura “independiente” parece inviable, ¿con el apoyo de quiénes? La dupla Calderón-Zavala no parece contar con el respaldo de anchas franjas sociales ni de importantes poderes fácticos.

La apuesta de Margarita puede terminar en la derrota de dos cepas con larga tradición en el PAN: las familias Zavala y Calderón. Debacle anunciada que parecería explicarse por una lectura errónea en distintos planos: 1) de los saldos de la elección del domingo 7: asumir que los malos resultados de Acción Nacional les abren una oportunidad; 2) del capital político de Felipe Calderón: el ex presidente se ha ido quedando solo y su partido está en manos de un grupo antagonista.

Mientras tanto, como heraldo de una izquierda populista y conservadora, Andrés Manuel López Obrador sigue en campaña y ahora lo hace desde su propio partido y con mayores recursos. Por el lado de la izquierda “moderna”, Miguel Ángel Mancera, sin mucho que presumir como jefe de Gobierno, ha dicho que le interesa competir, pero no cómo, con qué y con quiénes.

El regreso del PRI al Ejecutivo federal implicó la restauración del Presidente de la República como jefe real del partido; no hay nadie al interior del partido que quiera o pueda disputarle esa atribución. Por lo demás, como es evidente, la maquinaria política mostró su eficacia en las elecciones de mitad de sexenio, por lo que el presidente Peña Nieto contará —de la mano de sus aliados— con una cómoda mayoría en la Cámara de Diputados (¿o fueron los “buenos” resultados económicos, como algunos dicen?).

Un amplio margen de maniobra que, sin embargo, no implica el control de todos los hilos y variables. Sobre todo en el campo opositor, donde la dinámica presucesoria abierta por las “postulaciones” comienza a perturbar las aguas. Anticipación que podría traducirse en desventaja temporal, pues en el tricolor los “tapados” se mueven discretamente; no les queda de otra, porque allí sigue imperando la máxima de don Fidel Velázquez: “el que se mueve no sale”. Si se respeta la ortodoxia, el Gran Dedo decidirá entre el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y el de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Aunque falta un largo trecho por recorrer y no sería descartable que uno u otro —más el “caballo negro” que nunca falta— recicle alguna de las viejas tradiciones. Porque, después de todo, la historia prueba que los golpes bajos, los “amarres” furtivos y las tropelías para descarrilar al “compañero” de gabinete, sí funcionan. Ya se verá…

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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