Los resultados de los recientes comicios electorales han surtido sus primeros efectos. Un panismo ensoberbecido que desconoce cualquier aportación de su alianza con el perredismo; un PRD sin rumbo ni timonel, el crecimiento exponencial de Morena y un priísmo que ha sufrido el mayor revés electoral de su historia en la disputa por las gubernaturas en el país.

El dinosaurio se encuentra acorralado: en lo electoral, la pérdida de seis gubernaturas, 54 diputados locales y 58 ayuntamientos, implica que el PRI dejará de gobernar a casi 12 millones de mexicanos en enclaves tan importantes como Veracruz y ciudades capitales como Chetumal, Chihuahua, Pachuca y Zacatecas, mientras que en la Ciudad de México obtuvo menos votos que los candidatos independientes y los votos nulos.

La economía se estanca. Las estimaciones de crecimiento continúan a la baja (2.1%). El crecimiento económico durante el primer trienio de Peña Nieto es el más bajo de los últimos cinco sexenios, mientras la deuda pública neta ha pasado del 33.2% del PIB en 2012 al 43.5% en 2015 (7 mil 883 millones de millones de pesos). El tipo de cambio continúa al alza rondando los 20 pesos por dólar. El recorte al gasto público suma 164 mil millones de pesos, afectando especialmente a los sectores educación y salud, justamente donde se enfrentan los principales conflictos laborales con maestros, médicos y enfermeras.

En lo social, el rechazo a la política económica, a la reforma educativa y a la privatización de la seguridad social, se topa con la intransigencia y la represión. Nochixtlán, se suma a una larga lista de violencia de Estado y de violaciones a los derechos humanos, por más que Peña Nieto pretenda minimizarlo con sus declaraciones desde Canadá.

Sus aliados tradicionales: la jerarquía eclesiástica, los representantes de las familias de derecha y los empresarios, manotean ante las iniciativas de matrimonio igualitario y sobre la transparencia a la que se deben someter los contratistas del gobierno, a las que algunos priístas acuden como coartada para justificar su derrota electoral.

En el PRI la sucesión se acelera. La remoción de Manlio Fabio Beltrones, quien en su renuncia, parafraseando a Luis Donaldo Colosio, subrayó: “Lo que los gobiernos hacen, sus partidos lo resienten”, y el alto costo político que pagó Emilio Gamboa ante la resistencia oficial a la llamada Ley 3de3 remueve contrapesos internos y todas las piezas del tablero priísta, donde la próxima elección en el Estado de México atisba una disputa por la dirigencia nacional de ese partido y un nuevo reacomodo de la clase política mexiquense y sus aliados en el núcleo gobernante.

El dinosaurio se encuentra acorralado y el escenario nacional hace prever nuevos coletazos, a menos que se rectifique el rumbo. Dialogar con los médicos y el magisterio, liberar a sus dirigentes y a todos aquellos presos de conciencia. Escuchar los disensos con apertura para construir una ruta de solución a los problemas existentes.

Contra lo previsto por el gobierno y sus corifeos, López Obrador ha tendido un puente: crear un gobierno de transición encabezado por Peña Nieto, conformando un nuevo gabinete con una actitud de diálogo y reconciliación, que permita la recomposición del país en un ambiente de tranquilidad y paz social.

Se ve distante una respuesta favorable a este planteamiento. Sin embargo, hay que asumir que en un momento de tensión como el que actualmente vive el país, se avizoran sólo dos caminos: o el coletazo autoritario del viejo dinosaurio hoy acorralado, o recuperar el proceso trunco de la transición política en México que asuma que la pluralidad, la disidencia y la alternancia son consustanciales a la democracia.

Senador de la República

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