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La Guerra Civil Española (1936-1939) provocó el desplazamiento de miles de personas. México fue uno de los países que brindó ayuda a los refugiados y de acuerdo con diferentes investigaciones, se cree que llegaron alrededor de 20 mil personas.

Los españoles arribaron en diferentes barcos, el más conocido es el Sinaia, que llegó a Veracruz el 13 de junio de 1939, pero también lo hicieron el Ipanema, el Mexique y el Flandre.

El Flandre desembarcó el 19 de abril y transportó a más de 100 españoles, uno de ellos fue Víctor Daniel Rivera Grijalba (27 de octubre de 1933), arquitecto por la UNAM, quien 80 años después comparte con EL UNIVERSAL la vida “azarosa” que tuvo en Francia, su experiencia en el viaje trasatlántico, el reencuentro con su tierra natal y su opinión de la política actual.

Antes de iniciar su traslado a México, Víctor Rivera viajó en diferentes ocasiones a Francia. La primera vez fue en 1937, pero sólo estuvo acompañado de su madre, una tía y sus primas. Estuvo en Chateau du Loir.

Para ese momento ya tenía una hermana. Ella murió en Francia, donde fue sepultada, “pero lo supe tiempo después. He investigado, tengo fotos y papales de pago por la lápida, aunque vi en Google que el cementerio está cerrado”.

La huida. Víctor Rivera, primer hijo de tres del matrimonio entre Víctor Eugenio Rivera y Esperanza Josefa Grijalba, señala que antes de abordar el Flandre hizo varios viajes a Francia, hasta que salieron “de forma dramática” de España: cruzó a pie con su familia Los Pirineos (cadena montañosa que separa a Francia y España).

“Recuerdo el miedo que me daban las sombras que producían las linternas que usaba la gente”, menciona el arquitecto, aunque en sus recuerdos sólo aparece su madre.

A él y a su familia los albergaron en una cancha de basquetbol, pero sólo tiene “recuerdo nítido de las colchonetas y mantas” que usaron.

El Flandre partió el 14 de abril de 1939, de Saint Nazaire, Francia, con 130 personas, “fue el primer viaje masivo, algo que aún peleo, porque se reconoce al Sinaia como primer viaje, pero no, el Sinaia fue un viaje masivo patrocinado por el gobierno español en el exilio. Nosotros pagamos nuestro pasaje. Se pensó que en el Flandre iban 100 personas, pero en las estadísticas no se tomaron a los niños, porque veníamos (anotados) en el pasaporte de la mamá. He investigado y he contado 130 personas”.

El arquitecto comenta que fueron “patrocinados” por un tío que vivía en México. “Mi padre trabajaba en la oficina de correos (España), acababa de terminar la licenciatura en Derecho. Estaba metido en política, que yo entendía como ‘hacer el beneficio a los demás’, pero con el tiempo mi concepto ha cambiado. Al ver a los políticos de aquí o de allá, veo que son una reverenda porquería. Mi padre era de izquierda, pero no del ramo radical de socialistas, comunistas, que en España fue una tragedia, pues destruyeron el concepto de República”.

Rivera define el viaje trasatlántico como “tranquilo, hasta que salía a la cubierta y convivía con los marineros que me aventaban al aire con mantas, pero a escondidas de mi madre”.

En el barco convivió con Antonio Robles Soler, Rompetacones, un cuentacuentos que les narraba en la proa, aunque no recuerda las historias, “su nombre se ha perdido aunque intento averiguarlo”. También iban a bordo el actor Ángel Garasa, el arquitecto José Luis Mariano Benlliure (padre) y el antropólogo José Luis Lorenzo.

En el viaje que duró 15 días, del 4 al 19 de abril de 1939, Rivera era ocupante en la clase Intermedia. Hoy todavía conserva el menú, los costos de cada pasaje (115 dólares), la lista de pasajeros que consiguió “con muchos años de chinga”, y fotografías.

Al llegar, ya eran esperados por un coche que los trasladó a la Ciudad de México; sin embargo, por diferentes circunstancias, tuvieron que hospedarse en el Hotel Isabel (Isabel la Católica), donde estuvieron un par de días. Luego se mudaron a un departamento en la colonia Roma. “El edificio sigue en pie, pero creo que dedicado al comercio”. Después se mudaron a la colonia Tabacalera, donde conoció a José Clemente Orozco.

“Todo fue muy sencillo porque mi madre tenía amistades en México. Tuvimos un entorno particular, el país no era tan grande como es ahora y en la zona había muchos refugiados. La leche, la comida, la mantequilla... era otro concepto de vida. Ahí sí se tomaba leche de verdad, la nata era lo más preciado. Cambiaría cualquier postre por nata”. Su vida transcurría normal a pesar de que su padre no pudo ejercer la abogacía en México porque “las leyes aquí son otras”, así que se dedicó a administrar una farmacia.

Etapa tardía. Víctor Rivera comenzó a estudiar Arquitectura en 1952, en la Academia de San Carlos, pero fue inaugurada Ciudad Universitaria, donde por 56 años ha dado clases. Actualmente imparte optativas en licenciatura y maestría “porque no quiero estar sujeto a los reclamos de los chicos que deben pasar la materia”.

El especialista en arquitectura prehispánica se casó varias veces, tuvo cinco hijos —todos mexicanos— y seis nietos: dos hombres y cuatro mujeres. Regresó a España en 1973, conoció a su familia y escaló montañas, deporte que lo ha llevado a subir más de 900 elevaciones en Guatamala, Honduras, El Salvador, Estados Unidos, Francia, Suiza y España.

“Regresar al país de origen fue muy emotivo. Nunca me gustaría ver una final (de futbol) entre México y España, sería terrible. Sin embargo, tengo una idea pésima de España y de México, una peor. Los políticos ya están caducos. En España se está entrando a una etapa decadente y la gente no entiende. Soy incrédulo de la democracia, porque es para los que entienden de ella, no es para todos, el poder es de los iguales y no todos somos iguales. Cuando llegan al poder, las personas no tienen la más remota idea de lo que están haciendo, en México tenemos un analfabeto al mando, que dice que hace 10 mil años había universidades en México. Ya leí la Cartilla Moral, (documento de Alfonso Reyes de 1944 que el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió aplicar) pero ya es un poco antigua, aunque reconozco que todo lo ético aplica siempre, la sociedad ya no es la misma”, sostiene el arquitecto nacionalizado mexicano desde 1963.

Víctor Rivera trabaja en la última parte de sus memorias, sólo le falta investigar, dice, sobre las “120 maletas de oro que llegaron en el exilio, 14 se entregaron a autoridades... ¿dónde está lo demás?” Ese trabajo formará parte de un libro que también incluirá varios documentos, y pese a que tiene una amplia biblioteca con reconocimientos, fotos y cartas, dice no contar con un “gran acervo” por lo que analiza ponerlo a la venta.

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