Cuando le preguntaron a Diego Rivera por qué él era miembro del Colegio Nacional y su mujer, Frida Kahlo, no, respondió:

—Porque es mi mujer—. Agregó: —La Tullidita. Yo pinto murales, ella cuadritos. Yo pinto la Historia de la Patria. Ella papayas y changos.

Ya sabemos lo que la azarosa Historia decidió sobre la trascendencia de Diego y de Frida. Hoy Frida es una pintora de reputación internacional, Diego ya no.

Lo mismo pudo haber dicho el colegiado José Clemente Orozco de la ausencia de Leonora Carrington.

—Leonora es la amante de Max Ernst y pinta cuadritos, yo muralotes. Por eso no está en el Colegio Nacional.

De nuevo la Historia le jugó rudo al pintor. Leonora hoy está en los grandes museos del mundo, José Clemente no.

Más recientemente, en nuestros días, cuando le preguntaron al magistrado de la Suprema Corte José Ramón Cossío, por qué él era miembro del Colegio Nacional y la magistrada Olga Sánchez Cordero no, la respuesta fue más misteriosa.

—No sé.

Y esa es la razón oficial por la cual Cossío es colegiado y Olga no.

Olga llevó a nuestras leyes la liberalización del aborto, la protección de las mujeres divorciadas, la tipificación del feminicidio como crimen y los matrimonios gay. Es decir, la legalización de los derechos de aquellas y aquellos que no son machos alfa, heterosexuales y blancos. Tal vez esa es la razón verdadera por la cual no fue invitada al Colegio Nacional, ese reducto del privilegio macho.

¿Por qué en 75 años han habido 103 colegiados así, machos alfa, y únicamente 4 mujeres? ¿Alguien con dos ojos en la cara puede afirmar que esos números reflejan la distribución del talento nacional?: ¿las mujeres son el 7% de las figuras de la excelencia?

Un colegiado, cuyo nombre me pide no reproduzca en letra impresa, me cuenta que lo que ocurre es que la gran mayoría de varones del Colegio están convencidos de que las mujeres estamos en pañales en cuanto a ciencia, artes y literatura. Este es el argumento que un colegiado de pelo cano y 83 años de edad expuso en una esquina de la sala donde los señores bebían vino tinto o blanco en copas de cristal cortado.

—Las mujeres aprendieron a escribir apenas hace un siglo. Así que hoy están apenas en el arduo aprendizaje del uso del punto y coma. Aprendieron que la Tierra es redonda hace un siglo. Hoy apenas aprenden con dificultad que hay galaxias.

Y si la doctora Silvia Torres Peimberg es la presidenta de la Unión Astronómica Internacional, eso es un accidente que los colegiados no pueden avalar nombrándola colegiada.

Y sin embargo, el Colegio Nacional sí acepta gustoso el dinero de las mujeres mexicanas. Su cuantioso presupuesto, mayor al del presupuesto para la Cultura de Oaxaca, Zacatecas o Nuevo León, mayor también al presupuesto del Fideicomiso para el Centro Histórico, repartido en becas vitalicias para sus actuales colegiados —37 varones y 3 mujeres—, es cubierto con los impuestos tanto de las mujeres como de los hombres nacionales (datos proporcionados por la organización Ciudadanía por la Cultura, de Chihuahua).

En vista de eso, hace 6 años, la entonces secretaria de Educación le pidió al presidente del Colegio que se nombraran más mujeres talentosas.

—No hay —respondió el airado señor. —No hay una sola con méritos suficientes. No hay.

La secretaria le entregó una lista de mujeres meritorias. El presidente la habrá tirado en un cesto de basura, sin leerla, al grito de ¡No hay!

Este mismo año, el 23 de febrero, el Senado mexicano aprobó un punto de acuerdo instando al Colegio Nacional “a encaminarse a la paridad de los géneros”. El Colegio Nacional respondió al Senado otra vez con el silencio y en cambio recibió en noviembre en su recinto a un crítico literario que ha caracterizado a la “mayoría de las escritoras mexicanas” como cerdos que “hozan en el sentimentalismo”.

Contradiciéndolo, 13 mil mujeres nada sentimentales pidieron su remoción del Colegio Nacional. Y recibieron como respuesta… más silencio.

¿Qué significa ese silencio de caballeros de común tan expresivos y articulados? Caballeros como Enrique Krauze, Juan Villoro, José Ramón Cossío, el maestro León Portilla, Eduardo Matos, Julio Frenk, Diego Valadés. Caballeros de común defensores de la Igualdad y la Democracia.

Es el silencio del que goza un privilegio que por ser normal —común— parece natural —en este caso el privilegio conferido por haber nacido hombre—. Es el silencio del demócrata que —tal vez inadvertidamente— exige que se haga la democracia en el rancho de su vecino, no en el suyo. Es —tal vez— la tibia arena donde esconden las cabezas confundidas hombres de común impecables que han sido descubiertos del lado equivocado de la justicia.

Ahora bien, ¿importa que el Colegio Nacional sea o no misógino?

Importa porque al haber cerrado su recinto al pensamiento de nuestro siglo XXI, marcado por la consideración de la Diversidad, el Colegio Nacional se ha condenado a ser un vejestorio dedicado a repartir dinero y honores a caballeros cuya moral se empantana al recibirlos. Como me comentó un amigo, artista reconocido internacionalmente:

—Yo no aceptaría participar de un privilegio sexista.

Pero importa resolver la injusticia del Colegio Nacional por algo más trascendente. Porque representa el asesinato simbólico de La Mujer en un país donde a las mujeres se nos mata de forma física a diario: cada día 7 mujeres son asesinadas por el pecado de ser mujeres.

Si queremos cambiar nuestra cultura, debemos detener la masacre de las mujeres a un tiempo en el nivel simbólico y el físico. Con hechos, no con dichos, debemos parar de una buena vez la misoginia sistémica. Implantar la cero tolerancia a la discriminación y al abuso acá y allá, en donde ocurra, en el detalle y en lo grande.

Si de cada 4 feminicidas 3 fueran capturados y juzgados, es seguro que los feminicidios desaparecerían. Si la exclusión de las mujeres de las asambleas más notables del país se convirtiera en inclusión, es seguro que también serían incluidas en las asambleas menos conspicuas: los consejos de empresas, las asociaciones profesionales.

Pido a la lectora, al lector, que no se equivoque: esto no es oooootro exhorto al Colegio Nacional para que admitan más colegiadas. Una o 2 o 4 que admitieran en los próximos diez años —que es lo que permitiría la normatividad de la institución— sencillamente no bastan. Son demasiado pocas y es ya demasiado tarde.

La solución que una veintena de mujeres artistas, científicas e intelectuales hemos ido pergeñando, en un ejercicio de imaginación colectiva, es más generosa y pronta. Siguiendo el espíritu del pensamiento de la Diversidad, proponemos que los espacios se multipliquen.

Que los caballeros se queden con su Colegio Nacional, que ahora tendría que llamarse Colegio Nacional de los Hombres (en honor a lo que realmente es), y al que se le debería restar la mitad del presupuesto (el que corresponde a los impuestos de las mujeres), y que se funde un Colegio Nacional de las Mujeres, dotado de esa mitad sobrante de presupuesto.

En cuanto el Colegio Nacional de Hombres decidiera ser inclusivo, en un lustro o en un siglo, ambos colegios podrían fusionarse en uno por fin paritario.

Es una idea justa, cuyo tiempo ha llegado. Queremos la paridad ahora, no en un siglo, y una Patria para nosotras y nosotros en igual medida.

Acá el vínculo para que la lectora o el lector lean nuestra propuesta —y de estar de acuerdo con ella, la firmen y la compartan con otr@s. Al día de hoy ha sido firmada y compartida por más de 5 mil personas: ()

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