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“Sea como sea, se las metimos doblada, camarada.” Ésta no es una frase del detective Héctor Belascoarán Shayne, sino del escritor que creó al personaje, Paco Ignacio Taibo II, futuro director del Fondo de Cultural Económica (FCE).
“Si algo conquistamos este primero de julio es el derecho de llamar a las cosas por su nombre: (a) los ladrones, ladrones, (a) los traidores, traidores, (a) los enmascarados, enmascarados y (a) los culeros, culeros.”
A decir verdad, confunde Taibo II el tono justiciero con el tono pendenciero, y también ser escritor libérrimo con ser funcionario del Estado mexicano.
Son estas frases las que enervan, no solo a los ladrones, a los traidores, a los enmascarados o a los culeros, sino también a los pobres mortales sensibles ante la amenaza prepotente del camarada todo poderoso.
Entre algunos seguidores de Andrés Manuel López Obrador que han recibido la responsabilidad de gobernar hay ira y hay ánimo de venganza. No han tomado nota de que nuestro principal problema es la violencia y tampoco que la propuesta de su jefe es pacificar México.
Taibo II suele arremeter contra quienes no comparten su visión o su ideología: por ejemplo, el futuro jefe de la oficina presidencial, Alfonso Romo, guarda todavía el moretón de la vez que lo llamó derecha infiltrada —enmascarado— dentro de Morena.
Pero esta vez se pasó de la raya: recetar frases propias del más bajo lenguaje homófobo en un país donde los crímenes por homofobia son un asunto grave, merece reclamo y exhibición pública.
Una cosa es llamar a las cosas por su nombre y otra muy distinta es llamar desde el poder al menosprecio y anulación de los diferentes. Bien haría el futuro director del FCE en guardar su miembro dentro de la bragueta, mientras toma decisiones a nombre del gobierno de la República.
Taibo II no es el único funcionario o representante morenista que está enrareciendo el paisaje. Justo cuando debería estar preparándose la fiesta del próximo primero de diciembre —porque la inmensa mayoría votó para cambiar pacíficamente de régimen— la actitud reñidora tiene infectados a varios integrantes de la futura élite política.
Esta semana también destacan como ejemplo los diputados del Partido del Trabajo que, sin coordinarse con el próximo secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, propusieron cambiar el régimen de pensiones, provocando en un solo día una caída arriba del 4% en la Bolsa Mexicana.
Lo mismo sucedió en el Senado cuando semanas atrás —también de manera insuficientemente analizada— Ricardo Monreal presentó una iniciativa para reducir de tajo las comisiones bancarias.
Son estos actos de impericia política, sembrados en un momento de intensa sensibilidad, los que están lastimando la transición, no tanto por la injusticia de las propuestas, sino por la improvisación arrogante con que pretenden implementarse.
En cualquier caso, los exabruptos en boca de político gobernante son un problema porque exacerban la desconfianza.
ZOOM: a partir del primero de diciembre los integrantes del gabinete, legal y ampliado, así como los representantes electos bajo las siglas de Morena, habrán de decidir si prefieren ganar en el terreno de la fatuidad o bien en el del respeto. Porque las cosas no se vienen nada fácil, a todos nos convendría que quisieran ser admirados por su prudencia y no por su incontinente lubricidad.