En solo un día la empresa Facebook extravió seis mil millones de dólares en el mercado accionario, pero esa no fue su peor pérdida: lo grave fue que tal red social vio la incineración de la confianza que una buena parte de sus usuarios le tenían.

Facebook es una plataforma basada en la lógica del contacto humano más próximo: las familias comparten fotografías, los amigos comparten anécdotas, los amigos de escuela comparten música, las comunidades comparten recuerdos.

Facebook vende la intimidad de los encuentros humanos como su principal producto, y también la confianza que se extiende al interactuar con la gente cercana.

Pero el escándalo de Cambridge Analytica desvistió la gran mentira: los encuentros que suceden en Facebook no son íntimos y por tanto no es solo con gente próxima con quién el usuario está estableciendo redes de confianza.

Sin que hayamos dado permiso, hay alguien que coloca bajo el microscopio nuestra intimidad, nuestras imágenes, nuestros recuerdos, nuestros pensamientos y tantas otras cosas que consideramos preciadas.

Colectan nuestra información como el entomólogo lo hace con el comportamiento de la hormiga. La analizan para volvernos cosa y no sujeto: número manipulable, destinatario de una venta o de un mensaje futuro.

Esa información luego se traduce en perfiles, supuestamente predecibles. Somos clasificados por nuestros miedos y nuestras fobias, por nuestras frustraciones, anhelos y esperanzas.

Las redes sociales permiten estudiar los prejuicios de cada quien, algunos resortes del inconsciente cuya existencia apenas intuimos, y también sirven para establecer el grado de influencia que podemos ejercer dentro de nuestra comunidad, la más próxima y también sobre otras más alejadas.

Una vez identificados los rasgos dominantes de nuestra personalidad – y también el impacto que una opinión nuestra puede provocar – nos volvemos agentes potenciales para la manipulación del conjunto.

Tierra fértil para sembrar mentiras, noticias fabricadas, memes, argumentos falsos, historias que son verosímiles, pero no verdaderas.

Así procedió Cambridge Analytica, empresa cuyos socios fueron mejores amigos de Donald Trump, para manipular las elecciones de 2016 en los Estados Unidos.

Esa empresa es transnacional, hoy sabemos, opera lo mismo en Kenia que en Malasia, en China o en Brasil, y también lo ha hecho en México.

¿Qué poderes, qué partidos, qué campañas, qué candidatos han utilizado en nuestro país los servicios de esta empresa o de otras parecidas?

¿Cuántos de los escándalos y noticias fabricadas, que han ocupado nuestra discusión pública durante los últimos años, fueron diseñados para manipularnos a partir de los datos colectados en un terreno que creíamos privado?

¿Quiénes de nosotros hemos sido vehículo para diseminar prejuicios, los propios y los ajenos? ¿Por qué hemos sido tan indolentes a la hora de dejarnos manipular?

Cambridge Analytica opera desde el año 2012, cuenta con inteligencia privada para armar casos creíbles de corrupción, participa activamente en las redes, disemina mentiras, consigue que los medios tradicionales las retomen, esconde la mano tras empresas o identidades fantasma, gana con el descrédito del adversario, atiza los miedos y los prejuicios, insemina nuestros perfiles en redes sociales, nos utiliza para distribuir sus maquinaciones, polariza el ambiente público, juega sobre las emociones más bajas y reduce nuestra humanidad al estado más salvaje.

Zoom: Si los animales somos lo que comemos, los animales políticos somos la información que consumimos; cuando esa información es falsa, fabricada o mentirosa, nuestro comportamiento político se vuelve un desastre.

Google News

Noticias según tus intereses