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No son nuevos los vínculos del populismo y el narco. Está documentada la colaboración del gobierno cubano con la organización de Pablo Escobar. También, los vínculos entre los cocaleros colombianos, base del gobierno de su antiguo líder Evo Morales, y los cárteles regionales. Sobre todo, ahí están los acercamientos de políticos y militares del chavismo venezolano con organizaciones dedicadas a la droga. Néstor Reverol, ministro del Interior y Justicia, tiene una acusación en Brooklyn por colaborar con narcotraficantes. Antes de llegar al ministerio que hoy encabeza fue, curiosamente, Jefe de la Oficina Nacional Antidrogas.
Está también el líder militar Diosdado Cabello, ex presidente de la Asamblea Nacional, quien, de acuerdo al Wall Street Journal, convirtió a Venezuela en el centro mundial de tráfico de cocaína y lavado de dinero. Cabello ha dicho siempre que se trata de difamaciones. Eso sí, a los directivos de medios de comunicación venezolanos que reprodujeron la investigación, difundida en los Estados Unidos en 2015, les cayó encima la fuerza del chavismo.
Los integrantes de la familia presidencial bolivariana no han sido ajenos a estos vínculos. En noviembre de 2016, dos sobrinos de la primera dama Cilia Flores fueron declarados culpables de introducir más de 800 kilos de cocaína a Estados Unidos.
De todos los señalados, el de más alto rango es el vicepresidente Tareck El Aissami. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos lo investiga por presuntamente colaborar con Los Zetas y otros grupos del crimen organizado. Cuando se hizo pública esa investigación, el propio presidente Nicolás Maduro lo defendió en uno de sus largos mensajes de televisión. Dijo que las acusaciones eran parte de un complot extranjero para desestabilizar a su gobierno.
El Aissami creó en 2009 la Policía Nacional Bolivariana. Quitó con ello la responsabilidad de la seguridad a los gobernadores y alcaldes. Hay quien considera que ese es uno de los factores detrás del enorme aumento de la criminalidad en Venezuela. El Observatorio Venezolano de la Violencia reportó el año pasado un índice de homicidios de 90 por cada 100 mil habitantes. Las cifras oficiales reconocen 58 por cada 100 mil. Esto ubica a Venezuela entre los países más violentos del mundo, aún sin excluir los que viven conflictos armados. En México, donde tenemos mucho por resolver en cuanto a la inseguridad, el índice es de 17 por cada 100 mil.
Los casos mencionados demuestran que los guiños al narcotráfico pueden ser una vía para hacerse de recursos o de votos, pero no para mejorar la seguridad o alcanzar la paz.
HUERFANITO.
La misma voz que sugiere dar amnistía a los narcotraficantes, ha frenado la despenalización de las drogas. Perdonar a los que trafican y penalizar a los que consumen. Así de progresista.