Únicamente el indicador dado a conocer por el Inegi sobre la inseguridad que priva en todo el territorio, en el que 75 por ciento de los ciudadanos sienten que viven en la inseguridad, es una realidad que plantea la urgencia de encontrarle una solución.

Pero política y electoralmente, el horizonte luce tan desierto como incierto; es desalentador y está cargado de incertidumbre. De esa situación, todos lo sabemos, penden y dependen nuestra propiedad y nuestra vida, sobre las que, en las actuales circunstancias, nadie da garantía de nada a nadie.

Si el Estado falta a su deber de asegurar esos bienes, sólo queda confiar en la buena suerte para no ser víctimas del furor delincuencial que ha infestado al país. Todos nos hallamos en total indefensión.

En varios países, dolorosamente México incluido, la máxima de que “donde hay sociedad existe el Derecho” (Ubi societas, ibi jus), no se cumple. Ni el uso legítimo de la violencia al que se ha apelado desde hace tiempo para remediar el problema de la criminalidad heredado de anteriores sexenios, ha dado resultados.

A la fecha, suman ya muchos años en que todas las modalidades del crimen han tomado carta de naturalización aquí. Constituyen una “normalidad” por su recurrencia, que pareciera que, habiéndola internalizado como sociedad y como país, la hemos aceptado, resignados a que permanezca y se recree de manera permanente.

Aun así, la población alienta la recóndita esperanza de que la democracia abra alguna posibilidad de cambio y solución. Las elecciones presidenciales han sido esa esperada ocasión. Por eso, en 2000 dio paso a la alternancia. Pero vinieron el engaño y el desengaño.

El primer gobierno panista, que tantas expectativas despertó, fue incapaz de concretar transformaciones radicales positivas. Pocas cosas cambiaron para mejor. No pocas empeoraron.

La siguiente administración panista fue todavía más dramática. Quien la encabezaba creyó que la fuerza militar resolvería todo. Corrió la sangre por doquier. El territorio fue sembrado de cadáveres. Los resultados fueron realmente lamentables.

El fenómeno del delito alcanzó tal dimensión, presencia y poder, que prácticamente se ha convertido en el factor hegemónico que predomina en la vida nacional. No sería aventurado decir que el crimen organizado es más que un Estado dentro de otro Estado. Aunque ilegal, es el “Estado”, dada la capacidad de dominación que ha alcanzado en casi todos los ámbitos, de acuerdo con estudios y especialistas.

Los gobiernos panistas que presidieron Vicente Fox y Felipe Calderón ya están en la Historia. La trascendieron como la oportunidad nacional perdida.

Por eso, los precandidatos presidenciales están haciendo énfasis en su ofrecimiento de que, de llegar a Los Pinos, se empeñarán en atender ese problema, junto con la pobreza, la injusticia, la impunidad y la corrupción. El exceso, en términos de seguridad, lo ofrece AMLO con su absurda idea de amnistiar a los criminales. Sería legitimarlos y entronizarlos.

Ante al escepticismo que genera la reiteración de viejas promesas de solución a muy antiguos problemas, surge la figura de los candidatos “independientes”. Los que optan por la Presidencia sólo apelan a la verborrea y la demagogia. No tienen idea ni proyecto real para nadie. Y si ese grupo se halla en ese estado de precarización, más mal están aun muchos de los que quieren convertirse en “representantes populares independientes”.

El ejemplo más censurable y deprimente, es el de más de una veintena de pretendientes a un puesto en el Congreso, quienes para completar el número de apoyos legalmente requerido, han recurrido sin rubor a la compra de credenciales adulteradas.

Si son de la clase política tradicional, conformada por todos los partidos, la ciudadanía tiene pocas esperanzas fundadas de respuesta a sus demandas.

Si pertenecen a una supuesta nueva generación, estos politicastros venales no pueden despertarle ninguna expectativa por deshonestos. No sólo no son una posible solución. De origen, son un lastre y una vergüenza que debería ser exhibida y extirpada.

Su falacia y sus intenciones son evidentes; los exhiben en toda su dimensión: por distintos caminos, pretenden hacerse del poder a toda costa para ver sólo a su interés.

Estamos a tiempo de precavernos.

SOTTO VOCE… Con independencia de si pagarán realmente las faltas que se les imputan, los ex gobernadores priístas de Chihuahua y Nayarit, César Duarte Jáquez y Roberto Sandoval Castañeda, serán factor para el PRI en busca de consenso, mirando a la elección presidencial… Alejandra Barrales ha demostrado habilidad para sortear muchas adversidades y como sea, ya es precandidata a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Los contrincantes que dejó en el camino, Salomón Chertorivsky y Armando Ahued, tienen todavía un buen futuro político. Su preparación, capacidad y experiencia no se pueden desaprovechar… Julio Menchaca Salazar, ex presidente del Tribunal Superior de Justicia de Hidalgo, está firmemente posicionado como seguro candidato a una senaduría por Morena… Cuestionadísima, la labor de Alejandra Sota como directora de estrategia de la precampaña de José Antonio Meade. Más vale hacer cambios a tiempo.

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