No sé si el presidente electo López Obrador pretende cumplir con la promesa de cerrar la residencia presidencial (y las oficinas) de Los Pinos y convertir todo el vasto complejo de Chapultepec en un proyecto nuevo. Lo que sí sé es que los encargados de la futura Secretaría de Cultura han tenido reuniones para escuchar ideas distintas y que en esas juntas se ha oído de todo. A mí, en general, la idea me parece un gesto innecesario y efectista, de esas decisiones que toman los políticos para ganarse el aplauso fácil. Los Pinos podrá tener mucho de elefante blanco, pero también facilita el movimiento del presidente, es funcional y garantiza su seguridad y la de sus colaboradores cercanos. Tampoco es que sea Versalles: es, eso sí, una residencia amplia y segura donde el presidente de México trabaja, vive en familia y recibe a dignatarios extranjeros de toda índole. Borrarla del mapa me parece exagerado. Aun así sospecho que Los Pinos ya no será lo que es hoy para cuando termine el sexenio.

¿Qué debería tomar su lugar? Ofrezco una idea.

Durante el verano visité tres museos extraordinarios: el Museo del Ejército en París, además del Museo de Guerra Imperial y Los Cuartos de Guerra de Churchill en Londres. Los tres son mucho más que museos militares. El parisino cuenta la historia de Francia a través de sus guerras, desde el siglo XIII hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero no es solo una serie de exhibiciones de armas, mapas y uniformes. Al terminar el recorrido, el visitante entiende mejor la construcción de la Francia moderna. Ahí está el recuento de las conquistas de Napoleón pero también la explicación detallada del clima social que dio pie a la Revolución Francesa y, eventualmente, a Bonaparte. Las salas de la Primera Guerra Mundial dan cuenta de la brutalidad de las batallas, pero también explican la turbulenta Europa de hace cien años. Lo mismo ocurre con la exhibición de la Segunda Guerra Mundial, dolorosísima caminata que confronta al visitante con el complejo y ambiguo papel de Francia en la lucha contra Hitler y explica, en gran medida, la Francia de hoy.

El Museo de Guerra Imperial de Londres recorre sobre todo el papel de Gran Bretaña en las dos grandes guerras del siglo pasado. Pero, de nuevo, ofrece mucho más. El visitante no solo aprende de rifles, cañones y batallas en el aire. Las salas que narran el principio de la Gran Guerra, por ejemplo, revelan a detalle la angustia social de la Europa posterior a la Revolución Industrial. La recreación de las trincheras de la tierra de nadie es impresionante, obligando al visitante a sentir, por unos momentos, la indecible miseria de la guerra. Los Cuartos Subterráneos de Guerra de Churchill son un recorrido por el laberinto desde donde el célebre primer ministro inglés rescató a su país (y al mundo) del abismo, pero también son una clase maestra de historia británica desde finales del siglo XIX y hasta la posguerra. Son, en suma, tres indispensables museos de historia moderna.

A México le sobran museos. Algunos son extraordinarios –como el de Antropología– y otros no tanto. Lo que México no tiene es un museo unitario de historia desde la Colonia y hasta nuestros días. Con toda justicia estamos enamorados de nuestro pasado prehispánico. Por desgracia, no mostramos el mismo interés en el periodo colonial y mucho menos con el México independiente, moderno y contemporáneo.

Concentrémonos en la etapa posterior a 1810. A México también se le puede contar desde sus guerras, pero obviamente hay otros capítulos que urge explorar. Ante todo, la cultura mexicana a través de los siglos. ¿Qué mejor timbre de orgullo? Imagino, por ejemplo, la gran sala sobre el México liberal y el porfiriato. Otras más recorriendo la construcción del sistema político mexicano post-revolucionario, incluido el ’68. ¿Por qué no pensar también en un espacio para la lucha por la democracia mexicana y los años de la guerra contra el narcotráfico? Decía Paz que en México todos los siglos son este presente. Tenía razón, por supuesto. Pero a los mexicanos nos gusta mucho menos aprender las lecciones de nuestra historia inmediata (nuestro siglo más presente) que celebrar nuestro legado milenario. El México del 2018 le debe más al siglo pasado que a todos los anteriores. Se ha dicho, pero hay que insistir: si no aprendemos de la historia, estamos condenados a su repetición.

Por eso, me atrevo a sugerir que, si el gobierno lopezobradorista va a ceder a la tentación efectistas y va a derruir Los Pinos, y si Alejandra Frausto de verdad está recopilando ideas para tomar el lugar de la residencia oficial de Los Pinos, se anime a transformar el corazón de Chapultepec en el Gran Museo de Historia del México independiente, moderno y contemporáneo. Dos siglos de historia. Solo una petición: espere al veredicto de los años, antes de sumar la Gran Sala de la Cuarta Transformación.

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