¿Qué nos prepara el futuro? Estas son algunas tendencias.

La capacidad de modificar un cerebro física o químicamente, también genéticamente, va a suponer un debate ético sobre los límites de esta actuación y de su legitimidad.

Se anticipa ya que podremos borrar, selectivamente, recuerdos traumáticos o pretender que el cerebro de un niño está especialmente dotado para las matemáticas o la literatura. Sin embargo, se requiere un debate político y social sobre los límites del poder científico.

Esto implica que debemos conocer más y mejor el cerebro. Aunque gracias a las nuevas técnicas de imagen ya podemos retratar y monitorear el cerebro y ver cualquier alteración de su corteza o de sus amígdalas, pronto vamos a discutir si aceptaremos como prueba irrefutable en los tribunales las imágenes de éste al mostrar cómo se altera con la verdad o la mentira.

Algo más, ¿realmente nos atreveríamos a incursionar en el cerebro para modificar recuerdos, extender las áreas de la satisfacción y recompensa, manejar a voluntad habilidades cognitivas e inhibir emociones poco gratificantes como el dolor o el miedo?, ¿saltaremos de la naturaleza humana a la perfección manipulada y anti natura?

Entretanto, Las tecnologías 2.0 refuerzan el poder de la palabra. Son, más que nunca, hipertextuales. Las consignas, la publicidad, la propaganda… vivimos en un entorno exigente con las ideas. Los nuevos activistas son, fundamentalmente, constructores de relatos y de interpretaciones. Su pasión por la escritura, por el texto y el mensaje asciende y convive muy bien con la cultura de la imagen y el culto estético.

Los empresarios se transforman ahora en contadores de historias. Los políticos que quieran destacar en este nuevo mundo deberán ser capaces de generar narrativas interesantes de la sociedad en la que viven. Los profesionistas desde ya son cazadores de relatos que acomodan a sus metas laborales.

Esto también implica un cambio de paradigma de la propiedad intelectual. Frente a la situación de los derechos de autor en el entorno analógico, dominado de facto por un solo modelo de derechos basado en el copyright, el desarrollo de Internet y la digitalización de la creación se acompañan de la diversificación y flexibilización de las opciones para los autores.

Así surge el copyleft situado en el otro extremo, aunque no es la única alternativa. En este sentido, la aparición de licencias y organizaciones como Creative Commons tienen la virtud de proporcionar un marco de referencia claro y que permite definir a los autores su opción para cada uno de los componentes que configurarían una licencia: reconocimiento, reproducción, obras derivadas (remezcla) y uso comercial.

El autor no está “condenado” a aceptar el copyright (ni como única alternativa el copyleft), pero se incrementa notablemente su responsabilidad e incertidumbre al tener que diseñar una estrategia entre un menú mucho más complejo.

La cuestión comercial es la principal razón de buena parte de este debate. La realidad es que muy pocos creadores viven de la venta de sus obras entendidas como productos (sean libros, CDs o incluso archivos MP3). Otras vías de remuneración proceden de la reputación y la construcción de una red social que les facilita su actividad creativa y que pueden transformar en ingresos mediante mecenazgo, actividades presenciales derivadas (conciertos, conferencias, cursos …), la consultoría o la venta de productos derivados.

Es importante recordar que lo que podríamos denominar el “ADN cultural y económico” de Internet es abierto y generativo: está diseñado para compartir y generar flujos distribuidos y, por tanto, es difícil de controlar y jerarquizar, además la interacción de sus partes es la que genera los resultados emergentes, e impredecibles, más innovadores e interesantes…la moneda del destino está en el aire.

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