El especial momento que vive México de cara a las elecciones presidenciales es una buena oportunidad para reflexionar sobre las ideas y propuestas que los candidatos han planteado a los jóvenes mexicanos. Naturalmente que mis comentarios se basan en el privilegio de haber podido observar de cerca la evolución de la educación superior en México en las últimas tres décadas, por lo que como tales son a título personal y no reflejan la posición del organismo internacional en el que actualmente me desempeño.

Mas allá de la trivialidad propia del exaltado y a veces estridente discurso característico de las campañas en las que es fácil prometer para conquistar la simpatía de los electores, siguen siendo pocas las propuestas precisas, serias, coherentes y viables que atiendan los desafíos que tiene frente a sí la juventud mexicana. Al mismo las plataformas electorales presentadas por los partidos o por sus alianzas tienden a perderse en el clásico discurso generoso en palabras pero con poca sustancia y, en ocasiones, con un buen grado de contradicciones e imprecisiones. Afortunadamente diversos académicos han analizado con detalle las propuestas, sus limitaciones y contradicciones, como es el caso de Alma Maldonado-Maldonado, Lucrecia Santibáñez, Juan Espíndola Mata, Blanca Heredia, Carlos Ornelas y Manuel Gil Antón, por mencionar algunos.

Esta vaguedad en el discurso hacia la juventud es de extrañarse, especialmente considerando que los jóvenes entre los 18 y 29 años de edad, representan un nada despreciable 30 % de los poco más de 89 millones de mexicanos que podrán votar en el próximo 1 julio. Mas aún, los más de 30 millones de jóvenes entre 15 y 29 años representan un cuarto de la población total del país.

Si hablamos de la juventud como el futuro del país, entonces debiera ser motivo de una preocupación y atención más seria atender, por ejemplo, el significativo desafío que representa el hecho de que 22% de los jóvenes entre 15 y 29 años ni estudian ni trabajan, por lo que México se ubica dentro del grupo de países al interior de la OCDE con la mayor cantidad de NINIS. El estudio sobre NINIS en América Latina que recientemente publicó el Banco Mundial bien insiste en la necesidad de atender este problema con un mayor sentido de urgencia e importancia dado que contribuye a la transmisión intergeneracional de la desigualdad, en algunos contextos está vinculado a la delincuencia y a la violencia y, sobre todo, no abordarlo podría impedir que el país se beneficie de la transición demográfica que recién comienza.

El tema de los NINIS es una buena oportunidad para argumentar que, si bien es cierto que no existen soluciones mágicas o recetas de cocina, la atención integral a la juventud, sus aspiraciones y retos, requiere de acciones sistémicas. ¿Es la solución ofrecer oportunidades más viables de educación superior?, ¿o atender el problema de la estratificación en la calidad de la educación en los niveles previos?, ¿u ofrecerles más y mejores empleos? En realidad todo ello es necesario y mucho más, pero esto implica el planteamiento de acciones concertadas que no sean más de lo mismo y que estén debidamente enfocadas a los diversos grupos de jóvenes en condiciones de riesgo.

En la misma tesitura, por ejemplo, resulta difícil asumir que el problema del acceso con equidad a la educación superior se vaya a resolver de manera simple, mediante la eliminación de los exámenes de admisión a las instituciones de educación superior. La experiencia en otros países ha demostrado que acciones de este tipo, si bien es cierto, atraen simpatías entre electores en el corto plazo, generan distorsiones importantes en el sistema de educación superior que, al final de cuentas, afectan a todos. En el caso mexicano, por ejemplo, en la actualidad el problema de la deserción en la educación superior es más agudo y preocupante que el del acceso a la misma. En otras palabras, se hacen grandes esfuerzos para ampliar el acceso a la universidad, pero limitados esfuerzos para retener a los estudiantes y para asegurarse que tengan una titulación oportuna.

Por otra parte, es necesario ver la problemática de la falta de preparación adecuada para el ingreso a la educación superior en función del análisis de sus causas para atenderlas debidamente. Si los estudiantes de segmentos socio-económicos en desventaja no cuentan con la preparación adecuada para aprobar los exámenes de ingreso a la universidad —muchas veces por haber estado expuestos endémicamente a deficiencias en su formación desde la escuela primaria— asumir que al tener acceso automático a la educación superior ello les garantizará una experiencia académica exitosa y relevante, es una propuesta débil.

Esto no quiere decir que se deben abandonar los esfuerzos para ampliar las oportunidades de acceso con equidad, pero éstas deben enfocarse en la atención de sus causas, en la revisión de la metodología de los exámenes de admisión (para asegurar que midan que los estudiantes están listos para la experiencia universitaria más que la simple acumulación de conocimientos), en la creación de programas “puente” o de “semestre cero” dedicados a la estabilización de niveles de aprendizaje, en el desarrollo de programas de intervención para la atención de necesidades de estudiantes provenientes de sectores en pobreza extrema, en el desarrollo de programas de atención a estudiantes “en riesgo” en la educación superior, y en la adecuada diversificación del sistema de educación superior mediante el fortalecimiento y dignificación de otras ofertas académicas institucionales diferentes a las tradicionales, entre otras acciones.

Igualmente se ha planteado en el marco de algunas campañas el compromiso de incrementar el presupuesto a la educación superior aunque sin mayor precisión de sus alcances. Si bien los primeros en festejar tales ofrecimientos son quienes dirigen las instituciones de educación superior públicas, pero cuando la promesa no tiene sustento o propósito, no deja de convertirse en una sugerencia vaga que por su misma debilidad se diluiría al concluir el ciclo electoral. Es cierto que los niveles de inversión pública en la educación superior de México son bajos en comparación con referentes internacionales y que es importante dedicar mas recursos en soporte de la educación superior, pero la promesa vaga sin el debido sustento o asociación a prioridades, evita compromisos.

Finalmente, ante la enorme complejidad del mundo en el que los jóvenes vivirán, una discusión totalmente ignorada, ha sido la de la necesidad de hacer de la educación una verdadera palanca para el desarrollo y, con ello, propiciar que se busque un cambio de timón en el enfoque de la educación superior. Vale la pena soñar con transitar hacia instituciones en las que se privilegie el papel central de los estudiantes y que lleve a la oferta de programas académicos más flexibles, más orientados a la adquisición de habilidades que serán requeridos en el futuro, más vinculados hacia el exterior y más dedicados al desarrollo de la sensibilidad hacia la diversidad y la responsabilidad con la comunidad y con su entorno.

Aun con la esperanza de escuchar propuestas serias e inspiradoras para la juventud, concluyo parafraseando a H.J. Mencken, quien alguna vez señalara que para cada problema complejo, siempre hay una respuesta que es clara, simple e incorrecta. ¿Es este el tipo de planteamientos que la juventud está escuchando?

Especialista internacional en educación superior

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