El jueves pasado, Día de la Madre, aproveché que mis hijos no tuvieron colegio para salir a correr sin presión alguna. Todos los días los llevo a la escuela, tiempo que aprovechamos en el coche para recomponernos de las prisas de la mañana, para dar gracias a la vida por dar vueltas a nuestro favor y, lo más importante, para oír música.

Durante estos trayectos les he enseñado todo el repertorio de Queen, varias de Bowie, Depeche Mode, The National, los Beach Boys, Cerati y Supertramp, a quienes en su momento conocí también gracias a mi papá con el Breakfast in America, camino a la primaria. Los coches son salones de clases.

De la que más reproducciones llevamos en Spotify es Bitter Sweet Symphony, mi canción de boda, un himno nupcial, una oda a lo agridulce. Maluma, o cualquier reguetonero, está prohibido cuando manejo. Si en mi infancia mi padre hubiera puesto algo similar en el estéreo, con seguridad hoy conduciría de aquí para allá oyendo Who let the dogs out? a todo volumen. Y eso no nos llevaría a ningún lado, como dice Aleks Syntek.

El caso es que, a propósito de asueto y perros, por fin pude correr un día entre semana con calma. Mi reloj marcó 75 minutos y 13 kilómetros a través de Chimalistac, las callejuelas de Coyoacán y la plaza, de ahí unas vueltas al Parque Xicoténcatl, a rodear el Museo Nacional de las Intervenciones, y de regreso. Quien pregone que gusta de conocer las ciudades del mundo corriendo, este es un recorrido que no se debe perder. Pero, eso sí, cuidado con algunos perros que andan sueltos y, especialmente, con sus dueños, que a veces tendrían que salir con bozal.

Hace poco leí precisamente un tuit de la maestra Gabriela Warkentin, próxima moderadora del tercer debate presidencial, en el que exhortaba a la gente a amarrar a sus mascotas al sacarlas a pasear. Y tiene toda la razón: todos nuestros perros son obedientes y dóciles hasta que atacan a otro perro, hasta que muerden a un niño o hasta que persiguen a un corredor. Durante la hora y fracción que corrí, a mi paso salieron cinco de diversas razas, bien para olisquear a Simón, el mío, para echarle bronca o para juguetear.

En cualquier caso, es un peligro, y una falta de educación, porque además: perro que corre libre, perro que se caga, y sus amos, ni se inmutan. Y, mientras tanto, los niños, los abuelos, los pajaritos, Alejandra Barrales, Claudia Sheinbaum, Wisin y Yandel cuando vienen de gira a México, y, por supuesto, los corredores, respiramos sus heces.

Ojalá la próxima jefa de gobierno de la CDMX se concentre también en las pequeñas cosas que padecemos aquí todos los días por la ausencia de leyes y sanciones cívicas. Es hora de que comencemos a respetar.

Nota: Cuidado también en el debate, maestra Warkentin, porque ahí hasta a los tigres sueltan.

Google News

Noticias según tus intereses