Si uno busca en el diccionario, se encontrará con que “gloria”, entre otras acepciones, significa: reputación, fama y honor extraordinarios que resultan de las buenas acciones de una persona; persona que ennoblece en gran manera a otras; majestad, esplendor, magnificencia. Si uno busca gloria en sus recuerdos, inmediatamente se transportará a los momentos más insignes de su existencia y, enseguida, a los instantes más enaltecedores de un familiar suyo o de un compatriota, tan célebres que acabamos haciéndolos nuestros.

Yo, en mi caja fuerte de remembranzas, guardo muy bien doblado mi primer y único podio, aquel tercer lugar de mi primera carrera, un suceso revelador allá en mi infancia, en 1988, que alteró mi genética e inseminó en mi ADN el amor por correr.

Más recientemente, aunque un poco más arrugado, conservo también el segundo lugar que gané en 2013 en la carrera de 5 km de Bancomext, cuando trabajaba por ahí. Todavía no terminaba de cruzar la línea de meta y ya mi esposa me estaba subiendo al coche, porque se nos hacía tarde como al conejo de Alicia para llegar no me acuerdo a dónde, así que no me enteré de mi proeza, sino hasta el día siguiente en la oficina y por eso lo tengo un poco más hecho bolas.

Pero igualmente resguardo en mi almanaque de emociones el primer lugar de Germán Silva en el maratón de Nueva York de 1994, quien tras confundirse de camino a un par de kilómetros de la meta se recuperó como un dios redentor hasta dar alcance a Benjamín Paredes en un final de película, el más cerrado en la historia del emblemático maratón de la Gran Manzana, protagonizado por dos mexicanos.

¿En dónde quedó entonces la gloria de los corredores nacionales? La llevamos en la sangre, en los genes, en la memoria y las ilusiones. Está en cada uno de los que corremos, en nuestros hijos que nos ven, en la gente que nos apoya en la calle en la Carrera del Día del Padre, en el Maratón de la CDMX, en el de Guadalajara, Monterrey, Torreón, Querétaro, y en las personas que ponen la canción de Rocky a todo volumen y bajan los vidrios de sus coches cuando pasan junto a nosotros en alguna avenida.

Por eso es tan urgente que uno, dos o tres mexicanos toquen el triunfo también en el deporte, porque siembran en todos los demás esperanza y millones de posibilidades, por eso es tan importante que los niños compitan, sí por la disciplina, pero además para que sientan lo que es ganar y un día, cuando más lo necesiten, lo evoquen y lo repitan. No se trata de cantar hasta el cansancio “¡Sí se puede!”, es cuestión de tener claro que ya lo hicimos y volver a hacerlo. Vamos a revivir la gloria mil y un veces, hasta que no tengamos ya que abrir el diccionario para entender su significado.

“¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! ¡Voy a llegar tarde!”, al país de las maravillas.

Google News

Noticias según tus intereses