Más Información
Detienen a sujeto en posesión de droga sintética en Baja California; decomisan más de 300 mil pastillas
Senado alista elección de terna para la CNDH; morenistas aseguran llegar unidos para elegir el mejor perfil
Plan DN-III-E continúa en 13 municipios de Veracruz por tormenta “Nadine”; entra en fase de recuperación
Reforma judicial en marcha; convocatoria para inscripción a elección ya tiene fecha, anuncia Monreal
El pasado 1 de diciembre se llevó a cabo la toma de protesta del presidente Andrés Manuel López Obrador, y por primera vez se dirigió a la nación como Presidente de la República. Por cierto, el evento tuvo un alcance de audiencia de casi 12.4 millones de personas, ligeramente superior al que generó la final de la pasada copa mundial de fútbol, lo que muestra el interés de los mexicanos en la vida pública del país y las altas expectativas que tienen de la administración entrante.
De este primer discurso valoro la convicción del presidente para erradicar la corrupción, su sentido social en las políticas públicas que propone, así como terminar con excesos en la administración pública. Sin embargo, hay temas en los que no estoy de acuerdo, ya que algunas expresiones faltan a la verdad. Además, preocupa el tono beligerante y divisorio que mantiene en su discurso, así como su afirmación de que recibe un país en quiebra, al tiempo que omitió por completo el escenario internacional y el papel de México en el mundo.
Sin duda, la corrupción es uno de los fenómenos más dañinos para la economía y el bienestar de los mexicanos, ya que desvía recursos públicos que tenían como destino mejorar escuelas, hospitales o inversión en infraestructura, disminuyendo así el potencial de crecimiento del país, mientras que se corroe la confianza hacia los servidores públicos. Por ello celebró el compromiso del presidente para combatir la corrupción.
También valoro su sentido social y comparto la necesidad de combatir las desigualdades al privilegiar a los menos favorecidos, ya que no se puede aceptar un México con estas enormes diferencias. Asimismo, aprecio el utilizar al Estado como un agente igualador a través de los programas sociales para adultos mayores, para los jóvenes que no estudian ni trabajan y para los discapacitados. Todo mundo necesita una escalera de la cual asirse y algunos requieren de un buen jalón.
En este sentido es interesante el planteamiento sobre las clínicas de primer nivel, en donde la población reciba una primera atención y medicamentos gratuitos. Con relación al salario mínimo, estoy de acuerdo en que su incremento sea superior al de la inflación. Finalmente, valoro un gobierno que manda señales de austeridad y que elimine los excesos y la ostentación que en sí mismos ofenden a la ciudadanía.
Sin embargo, se debe reconocer que las palabras del presidente no siempre reflejan la realidad y eso es preocupante en un jefe de Estado. Por ejemplo, es falso cuando afirma que México está quebrado. Cuando un país o una empresa están en quiebra es porque tienen más pasivos que activos y claramente ese no es el caso de México.
A principios de los 80 México sí quebró, y lo hizo porque en ese entonces el gobierno gastaba más de lo que recaudaba, apostando su desarrollo casi en su totalidad en el petróleo. Las exportaciones de petróleo llegaron a representar hasta el 75% de nuestras ventas al exterior y la renta petrolera era de dos terceras partes de los ingresos públicos. Este modelo llegó a su fin con la abrupta caída de los precios de los hidrocarburos y el aumento significativo de las tasas internacionales de interés, lo que generó una de las crisis económicas más profundas que haya vivido nuestro país.
El México de ese entonces sí quebró y esa fue la razón principal por la que nos alejamos de ese modelo, al cual nos vuelve a invitar la administración entrante. En un país quebrado no inviertes, a un país quebrado no le prestas, por lo que es muy mala idea que el presidente diga que estamos en quiebra, ya que esas declaraciones pueden alejar las oportunidades de desarrollo para el país.
Una simplificación que se aleja de la realidad está en utilizar a la corrupción como la explicación y solución de todos los males del país. Personalmente estoy en contra de la corrupción y durante todo mi desempeño profesional me he conducido con honestidad, pero mi experiencia me hace entender que los problemas del país van más allá de la corrupción.
Por ejemplo, erradicar la corrupción no resolverá el problema de los efectos nocivos del cambio climático en México o no evitará la substitución de personas por máquinas en el ámbito laboral; tampoco reducirá las enfermedades crónico-degenerativas que han crecido de manera exponencial, como la diabetes relacionada a tener estilos de vida poco saludables. Los retos de aumentar la penetración de Internet en el país o mejorar la calidad educativa no se resolverán con el combate a la corrupción.
Y esto es importante que lo entendamos los mexicanos, los problemas de México van más allá de la corrupción, por lo que reitero que la ineficacia y las malas políticas públicas son más dañinas que la corrupción, y de esas ya hemos empezado a ver muchas.
También me llamó la atención la ausencia de un reconocimiento a los logros del país en los últimos 40 años, ya que México se convirtió en la onceava economía más grande del mundo y en una de las más competitivas para la inversión productiva. Por ejemplo, las exportaciones de manufactura de media y alta tecnología representan 23% de nuestro PIB, mientras que en países como Francia o Italia representan 12 por ciento. Somos el cuarto exportador de automóviles, el primero en pantallas planas y el sexto proveedor de la industria aeroespacial estadounidense.
En los últimos años se han registrado récords históricos en llegadas de turistas internacionales al país y en captación de divisas. Asimismo, el volumen de la producción agrícola en México aumentó 74% en los últimos 20 años, derivado de mayores rendimientos, pues la superficie sembrada creció sólo 4.5 por ciento. En 1994 el déficit de la balanza agropecuaria y agroindustrial era de 2 mil 882 millones de dólares y en 2017 el sector tenía un superávit de 5 mil 411 millones de dólares.
Por ello, argumentar que México no ha tenido un crecimiento económico durante las últimas tres décadas refleja un entendimiento muy superficial de la realidad. Una buena parte de México sí ha crecido, y es precisamente el México que está más conectado con el mundo, donde la educación universitaria prepara adecuadamente a los jóvenes para su vida profesional y el Estado de Derecho es más sólido. Por ejemplo, en Aguascalientes y Querétaro el PIB ha crecido 5% cada año desde 1993, un dinamismo similar al de la época del desarrollo estabilizador en México, modelo que es admirado con nostalgia por el equipo que empieza a gobernar el país.
Por otra parte, los estados que no han querido, no han podido o no los han dejado incorporarse al México moderno son los que han registrado un estancamiento, inclusive una contracción en su PIB per cápita, en los últimos 20 años. En todo caso, ese es el modelo que no hay que aplicar.
Si algo hizo bien México durante la época del desarrollo estabilizador fue entender el contexto internacional del momento y aprovecharlo, sin embargo, en el discurso del nuevo presidente no hay un sólo mensaje sobre el contexto internacional actual, como si este mundo tan globalizado no fuera vital para el desarrollo de cualquier país.
Celebro la convicción del presidente para erradicar la corrupción y disminuir la desigualdad, pero también espero que esté abierto a debatir ideas con argumentos para que el país tome el mejor rumbo posible. Si bien tengo diferencias con algunos de los planteamientos del presidente, coincidimos en la visión de un México más justo, más incluyente y más próspero.