Hace unas semanas, los estrategas de José Antonio Meade y Ricardo Anaya se decían tranquilos, despreocupados por la enorme ventaja que mostraba en las encuestas Andrés Manuel López Obrador.

Ese optimismo se basaba en que ya una vez, en la elección presidencial de 2006, el tabasqueño tuvo una ventaja así de holgada y se equivocó una y otra vez, hasta que se le esfumó.

En los “cuartos de guerra” de Meade y Anaya esa seguridad sobre el futuro ha ido menguando: López Obrador no está cometiendo los mismos errores que hace doce años, y su posición en las encuestas sigue fuerte.

Del discurso incendiario, ha pasado a la conciliación.

De declinar alianzas, ahora suma al que se le atraviese, tenga el historial que tenga.

De rechazar la oferta de alianza de Elba Esther Gordillo, ya ha incorporado a su campaña al yerno y al nieto.

De condenar a sus adversarios, ahora les da candidaturas.

De insultar al Presidente, ahora le ofrece perdón.

Del “innombrable” a la cárcel, al perdón también.

De mofarse de la megamarcha contra la violencia, a la propuesta de amnistía.

De amenazar a los empresarios, ahora quiere brindarles confianza y hasta sumarlos a su campaña.

De la descalificación insistente a la prensa, por ahora ha dejado de pelearse.

De no querer mostrar nada de su vida personal, ahora hace videos con su esposa cantando y sus hijos en la mesa.

De la cara de odio, a la sonrisa.

El más reciente lance lo reveló el ex dirigente nacional del PAN y secretario de Estado en el calderonismo, Germán Martínez. Contó que López Obrador y su hijo Andy (segundo gran poder de Morena) le ofrecieron estar en la terna de fiscal general de la República. A él, que fue su rival, que fue su acérrimo crítico, que lo atacó con virulencia cuando formaba parte del “cuarto de guerra” de Felipe Calderón en la encendida contienda presidencial de 2006.

¿Ha cambiado Andrés Manuel? Parece, pero nadie puede estar seguro. ¿Es este el verdadero Andrés Manuel o es una puesta en escena para campaña? Lo sabremos.

Si es un disfraz, sus rivales se esmerarán en despojárselo, en sacarlo de sus casillas, en que regrese el López Obrador que odia, que ataca, que exuda violencia en sus discursos, que pierde votos. Y López Obrador está a tiempo de equivocarse y dejar ir de nuevo la Presidencia: todavía puede rajarse a los debates, regresar al tono descalificador, victimizarse, tronar contra las instituciones, calentarse y transmitir incertidumbre. Puede infundir desconfianza en la iniciativa privada si insiste en cancelar el nuevo aeropuerto y en revertir la reforma energética, y entre muchos padres de familia si persiste en su idea de dar a la CNTE lo que quiere y matar la reforma educativa, la mejor recibida en la población de las que emprendió este gobierno. Puede volver a mostrarse como el “peligro para México” y dejar de presentarse como “la esperanza” de éste.

La carrera presidencial es un maratón. A veces los que inician a toda velocidad se desfondan en los últimos kilómetros. Pero también a veces los punteros no pierden su lugar en la competencia.

SACIAMORBOS. El otro día en esta columna critiqué la manera tan manipuladora en que el INE mide la cobertura de los medios a los precandidatos, y el linchamiento contra los periodistas al que invitaba. En el INE se defienden: el monitoreo y la medición de medios es un mandato de los partidos por ley; también hacer públicos los resultados.

historiasreportero@gmail.com

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