Amigos, compatriotas, nos estamos matando. A tiros, a golpes, a pedradas. Con rifle y machete, con cuchillo y veneno, por estrangulación y aporreo. De mil formas y por mil razones. Por triángulos amorosos y pleitos de cantina, por asaltos que acaban con bala, por mucho alcohol y poca madre. Por todo, menos por razones conectadas al crimen organizado. O no tanto como antes.

¿Cómo lo sé? Me lo dijo el Presidente de la República:

“Hay una parte significativa de los homicidios que no está relacionada con el fenómeno del crimen organizado, sino con delitos del fuero común… Es decir, 50 por ciento de los homicidios registrados en el país son por fenómenos delictivos locales relacionados con el robo, el secuestro, el pandillerismo, la violencia intrafamiliar o la violencia contra la mujer”

Eso afirmó hace dos días Enrique Peña Nieto, en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública ¿Su fuente? No el INEGI, no el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). No, esos son “datos del Gabinete de Seguridad”.

¿Desde cuando el “Gabinete de Seguridad” cuenta los cadáveres que deja la violencia familiar? Desde nunca. Las cifras que dio el Presidente no vienen de fuente directa : son resultado de una sustracción.

¿Cómo? Muy fácil. Indirectamente, Peña Nieto reveló que el gobierno federal sigue manteniendo una base de datos de homicidios presuntamente vinculados a la delincuencia organizada (o “relacionados a delitos federales”), construida inicialmente en la administración de Felipe Calderón . Y con esa base de datos, se pusieron a hacer magia estadística.

Tomaron el total de homicidios reportado por el INEGI o el SESNSP y le restaron los “homicidios relacionados a delitos federales”. Pum, pum, cataplum: tenemos los “homicidios relacionados con delitos del fuero común”.

Pero esa operación, que tan lógica parece, tiene algunos problemas.

Primero, la mentada base de datos no proviene de información dura. La inclusión de un homicidio en esa cuenta no es resultado de una investigación judicial, sino de basadas en las características de la víctima o del incidente (calibre de la bala, señas de tortura, etc.). Pero eso supone que los métodos del “crimen organizado” no cambian y que otros no los adoptan. Y más aún, ¿qué es hoy “crimen organizado”? ¿Es lo mismo que hace cinco o diez años? Lo dudo. Hace una década, el término se refería básicamente a seis o siete grandes cárteles del narcotráfico. Hoy, el mote se usa para describir a decenas y decenas de bandas, de diversos tamaños y múltiples giros ¿Entonces estamos contando lo mismo?

Segundo, desde que existe la dichosa base de datos, los homicidios “vinculados” siempre se han movido en dirección contraria a los “no vinculados”.

Usando el mismo método que el “Gabinete de Seguridad” (es decir, una resta), el número de “homicidios relacionados con delitos del fuero común” disminuyeron 27% entre 2007 y 2011. En un entorno de crecimiento generalizado de la violencia, ¿por qué disminuirían homicidios “no relacionados”? ¿Por qué se reducirían los pleitos de cantina o las disputas por tierra? Y en la dirección opuesta, ¿por qué la disminución de asesinatos entre delincuentes organizados detonaría un disparo de violencia intrafamiliar o de conflictos entre vecinos? A mi me parecen sospechosos unos números que muestran que todos matan más, salvo los narcos.

En suma, nos estamos matando. Por muchas razones ¿Cuántos muertos le atribuimos a cada una? Nadie sabe (incluyendo al Presidente). Y nadie sabe, porque nadie investiga la inmensa mayoría de los homicidios.

Esa es la verdad de verdades. Lo demás es rollo y especulación.

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