Por Óscar Colorado Nates*

Si tuviera que contar a los diez mejores fotógrafos de México, entre ellos estaría sin duda Eniac Martínez. No lo digo yo solamente: El año pasado en el 18º Encuentro Nacional de Fototecas se le otorgó la Medalla al Mérito Fotográfico.

La carrera fotográfica de Eniac ha tenido momentos brillantes, como su ópera prima, la serie Mixtecos: Norte/Sur que hizo hacia 1994 en el entonces Instituto Nacional Indigenista, o ese recorrido espectacular que nos ofreció en formato panorámico en Camino Real Tierra Adentro. ¿Cómo olvidar sus aventuras acuíferas en Litorales junto con Francisco Mata o Ríos?

Eniac no es solamente un fotógrafo con décadas de oficio riguroso. Su talento salta a la vista: tiene un gran ojo. Pero yo veo en sus fotografías mucho más que mero oficio o talento. Con honestidad y humildad puedo decir que he conocido a muchos fotógrafos que a fuerza de tener la cámara en la mano han logrado cosas interesantes. Aunque no lo parezca, el talento es bastante común, lo veo todos los días en mi cátedra de Fotografía Avanzada. Pero Eniac tiene algo más, ese toque divino, tan apreciado desde la época de Baudelaire y que, a pesar de todos los pesares, hoy sigue pesando tanto.

Eniac conjuga, en mi parecer, una amalgama de tenacidad, de pasión, de sentido de la composición, un conocimiento profundo de la luz y la sombra, aparejado de un talento indudable y una formación rigurosa. Tenemos en su obra una fotografía seria. No porque quiera ser grandilocuente, sino porque hace fotografías que tienen como ingredientes, en la proporción más precisa imaginable, un fondo -un tema, un contenido- que resalta, una composición siempre atinada y una fricción cognitiva que las convierte en imágenes memorables.

Ha llegado a mis manos su trabajo más reciente: Un libro de edición limitada (apenas 100 ejemplares) que constituye un aporte personalísimo de Eniac a la fotografía mexicana. Lleva por título Tánger a Calais. En algún sentido se emparenta con trabajos fotográficos como el mítico The Americans por el Suizo Robert Frank o las fotografías que realizó Stephen Shore donde da cuenta de su recorrido en la carretera. Eniac viaja del norte de Marruecos al norte de Francia, allá donde el Eurotúnel comienza (o termina, según quiera verse).

Este trabajo de Eniac es especial, no solamente porque nos lleve al exotismo de tierras lejanas o porque recorra carreteras o estaciones de tren. Este viaje tiene, como primer objeto, un peregrinar. En cierta forma es un símil de la propia andadura de Eniac a lo largo de la vida, condensada en apenas unos meses. Por otra parte, en febrero de 2017 falleció su mamá, y mientras estaba en el periplo de Tánger a Calais, en octubre, falleció su padre. Una doble pérdida a la que se sumaron, inesperadamente, otras también de carácter personal.

He tenido la fortuna de ver las imágenes de Eniac en este fotolibro pequeño en dimensiones, pero grande, denso en fotografías. Son estampas personales. De alguna manera pienso en las equivalencias de Alfred Stieglitz, pero en el caso de Eniac me parecen equivalencia del alma, de su estado interior. Son fotos profundas y trascendentes, un poco a lo Sergio Larrain o Minor White; hombres de profunda espiritualidad -curiosamente cercanos al Zen, uno y otro- que utilizaron la cámara.

En Eniac creo que ocurre algo similar, aunque no con un tinte de espiritualidad religiosa, si la de un hombre que en el mejor momento de su madurez tiene la capacidad de ponderar en su corazón una vida, el legado de sus padres, la lucha por forjarse a sí mismo… Y, aunque no lo parezca a simple vista, eso está en sus fotos.

Tánger a Calais tiene la inmensa ventaja de ser un trabajo fotográfico de un hombre maduro en todos los sentidos, que dispara el obturador con la soltura y confianza de quien “ya se sabe el cuento”, pero que, al mismo tiempo en su reflexión, dolor y viaje (interior y exterior) utiliza la cámara como un genuino instrumento de expresión.

Hay mucho más por escribir sobre Eniac mismo como fotógrafo y este último trabajo. Solamente puedo decir que me siento honrado de haber podido verlo, aunque fuera por el préstamo que un amigo me hizo de su libro, y espero que mis humildes letras puedan hacer honor a un artista tan respetado, admirado y honrado. Con Eniac lo que más me entusiasma es que, estoy seguro, sus mejores fotografías están por venir en esta etapa de su vida.

Euclides, en el siglo III a.C., creía que el ojo era el que emitía rayos de luz en línea recta que alcanzaban los objetos y lo hacían visibles. Hoy tenemos un entendimiento diferente de la esencia de la luz. Sin embargo, para mí Eniac cumple la hipótesis euclidiana, porque es un hombre cuya mirada emite rayos que hace visibles las cosas. Así, me parece que Eniac no tiene una mida iluminada sino iluminadora que nos permite andar cuando todo está en tinieblas.

OC
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Óscar Colorado Nates, editor de es crítico, analista y promotor de la fotografía. Miembro de y fundador de. Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid; catedrático de Fotografía Avanzada en la Universidad Panamericana (CDMX).

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