Una característica de los Estados modernos es que reclaman para sí el monopolio de la fuerza legítima. Es el Estado, a través de sus agentes, quien puede desplegar violencia en una sociedad.
A ese poderosísimo ente que nosotros mismos construimos para vivir en comunidad, nosotros también le hemos impuesto ciertos límites. Atamos a los poderosos porque sabemos que la naturaleza del poder es expandirse, desbordarse, corromperse. A esa violencia que ejerce mediante balas, uniformes y cuerpos; le pusimos leyes, procesos e instituciones de por medio.