Si usted no tiene nada que ver con los medios ni las redes sociales, déjeme empezar por confirmarle que sí, efectivamente, sí existe un negocio de las noticias falsas, que se disfrazan y se mimetizan, tan, pero tan bien, que pasan por verdaderas.

¿Qué si es algo nuevo? No. Definitivamente no. Inventar noticias que parezcan informaciones verdaderas es un tema que quizá venga desde tiempos ancestrales, pero que nunca antes había tenido tal potencia destructora como la que hoy les proporcionan las redes sociales.

Y mucho menos con una memoria tan gigante que mantiene vivas y latentes las mentiras, al alcance tan sólo de un buscador, que parece no dar ni calma ni olvido a quien llega a padecerlas.

Qué haya gente ruin, lacra, que busque lucrar con la difusión de noticias falsas, aderezándolas con datos que las hagan parecer como ciertas, tampoco es nuevo. Ese tipo de personas siempre han existido. Y seguramente seguirán existiendo y hasta multiplicándose en los próximos años.

Porque si antes eran pocos los que tenían acceso a los medios convencionales para posicionar mentiras de mayor alcance, ahora todo mundo tiene acceso a las redes sociales. Y con ellas, a la construcción masiva de mentiras disfrazadas de noticias y hasta de trabajos periodísticos. Pero que ahí están, contaminando el ambiente del periodismo serio, profesional.

Porque nunca antes quienes engañan habían tenido tan a su alcance herramientas (que usan como armas) tan bondadosas o maléficas, como se le quiera ver, que les permiten hacer tanto daño y tan rápido.

Y con una ventaja enorme: el anonimato. O el escondite perfecto entre las masas que navegan por la gigantesca nube.

Porque en estos tiempos, como diría hace poco más de tres siglos Jonathan Swift, en 1710, conforme a una nota de la BBC en 2016, “la falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella”. Y no siempre la alcanza, agregaría yo.

Menos en este tiempo, en el que mentir en las redes, inventar falsedades desde el anonimato, crear portales disfrazados de espacios periodísticos, se vuelve tan sencillo como las complicidades con las que se enlazan.

Sí. Es un negocio contante y sonante. Pero no sólo monetario.

Ciertamente el dinero es lo que más los mueve. Lo que los sustenta. Lo que los origina. Y para obtenerlo extorsionan, medran, publican falsedades, por iniciativa propia o por encargo.

Pero no, no son la única motivación de este negocio. Porque el negocio de las noticias falsas no sólo alimenta los bolsillos de gente sin ética ni escrúpulos, también alimenta y se nutre al mismo tiempo de odios, venganzas, frustraciones y envidias, laborales o personales.

Y estas últimas, a veces, muchas veces, pueden ser las más peligrosas. Las más denigrantes. Y hasta cierto punto, también, las más comunes. Porque son las que nacen, como dirían los clásicos no tan clásicos, de las pasiones humanas.

Y todas, todas estas mentiras disfrazadas de noticias han venido caminando por una carreta digital sin freno.

Hasta hace poco en que diversos proyectos (verificado.mx el más reciente y seguramente muy exitoso en el ámbito político) han buscado ponerles ese freno que se ocupa, ese alto en el camino que se requiere para, primero, evitar que se propaguen, que se compartan, que circulen en cadena; y segundo, para identificarlas y denunciarlas con todas sus letras como una mentira, como una falsedad.

En hora buena, por todo ello, por los proyectos que buscan desenmascarar esas noticias falsas que tienen su origen en el negocio de la mentira disfrazada de periodismo. Ojalá y logren su cometido.

Director general de Comunicación
y Vinculación Social de la SCJN

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