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El fin de semana, chamarra roja larga, Enrique Peña Nieto se puso en modo-campaña. El más natural de sus desempeños, en el que se le ve más a gusto, a sus anchas.
Y así, en la Asamblea del PRI demostró que tiene el control de su partido, que tiene el poder absoluto. Los amagos de rebelión quedaron sepultados, los brochazos de oposición se despintaron, los intentos de incendio no prendieron.
Si hubo dudas de que el presidente Peña Nieto iba a poder determinar al candidato de su partido a sucederlo en la Presidencia de México, el fin de semana se disiparon. Tiene al PRI en un puño.
El acto frente a diez mil priístas —entre ellos toda la cúpula de dirigentes, gobernadores, secretarios de Estado— fue la culminación de su exhibición de músculo político que empezó a gestarse la noche que el PRI fue declarado vencedor de la elección en el Estado de México.
La victoria priísta, que fue comandada personalmente por el presidente Peña, fue un vuelco en el ánimo presidencial, de sus colaboradores y de su partido. Un viento de “sí se puede” oxigenó las filas tricolores: su esperanza de que en 2018 pueden repetir la hazaña.
Luego vino la comida del Presidente con los gobernadores en la que todos le refrendaron lealtad, apoyo y subordinación, emocionadamente y en festejo pleno, como lo relaté en estas Historias de Reportero en la entrega El Presidente con sus gladiadores del pasado 21 de junio.
Y finalmente el acto del fin de semana en el PRI.
Con esta atmósfera, se puede deducir que el cálculo que tienen en Los Pinos es que pueden implementar a escala nacional la estrategia que emprendieron en el Estado de México: pulverizar a su oposición (que haya muchos candidatos, que no haya alianzas, que el PRD no vaya con Morena, que el PAN no se junte con el PRD, que cada partido postule a su candidato, que además haya independientes), apostar a que la robusta estructura del PRI aportará un “voto duro” más nutrido que el de sus rivales y meterle todos los recursos económicos imaginables a la campaña de su partido.
¿Y el candidato? Desde mi punto de vista, el abrir la posibilidad de que el abanderado del PRI a la Presidencia pueda ser cualquier persona aunque no sea militante del partido no es sólo una muestra de fuerza ni apunta aún en una dirección certera sobre quién será su elegido. Me parece que Peña Nieto simplemente busca tener todas sus cartas disponibles, no desechar por anticipado alguna por un mero trámite partidista. Tiendo a pensar que la decisión del candidato priísta no se revelará pronto, parece que la estrategia presidencial es esperar.
Ahora bien, toda esta exhibición de músculo y poder tiene que ver con un presidente con baja popularidad y una candidatura priísta que hoy por hoy en las encuestas está en tercer lugar. Muy lejos están los tiempos en los que la elección del candidato del PRI era la elección del próximo presidente de México.
historiasreportero@gmail.com