La semana pasada , y como la mariguana es “la puerta de entrada a OTRAS DROGAS”, pues de eso escribiré hoy.

En la universidad me empecé a interesar en los alucinógenos naturales. Me intrigaba muchísimo que una sustancia fuera capaz de alterar tan radicalmente la percepción y hacer que el cerebro se pusiera a “inventar”; que después de fumar, inhalar, comer o hacerte un tecito de una planta pudieras ver, escuchar u oler cosas que no estaban ahí. Pasé mucho más tiempo leyendo reseñas de viajes en que haciendo mi tarea de Teorías de la Comunicación I, II, III y La Venganza. Entraba a fisgonear a smart shops en línea que vendían desde valeriana hasta esporas para cultivar tus propios hongos en un tóper. Me hice expertaza en la . Cuando iba por la calle y veía un arbusto de toloache, exclamaba “¡Datura stramonium!”.

¿Pero probarlos? Me daba cosa. Además, ¿de dónde los sacaba? (Esas tiendas de plantitas no enviaban a México). Bueno, el toloache lo podía “robar” del parque, pero no quería entrarle, qué miedo. Alguien me dijo que en el Mercado de Sonora. Y ahí va la babosa de Plaqueta a preguntar con cara de mensa si tenían Salvia Divinorum. Obviamente salí con un ramito de salvia “normal”, que terminó en mi sartén, no en mi pipa. ¿Y los hongos? No era como comprar champiñones en el Aurrerá: había que salir a la ciudad para conseguirlos y yo sin coche y sin saber a dónde ir o por quién preguntar.

Y ahí me topaba con otra bronca: muchos compañeritos de la UNAM no tenían bronca en manejar a Tetela del Volcán, San Pedro Tlanixco o incluso Huautla, en Oaxaca, pero con la condición de comerse los hongos ahí. Estaban aferrados a esta idea binaria de “naturaleza buena, ciudad mala”, y como ya se habían leído todos los libros del , Carlos Castaneda, pues a fuerzas querían viajar en la montaña.

Yo no puedo estar a más de diez metros de una calle pavimentada porque me empieza a dar la pálida. Odio la naturaleza en todas sus presentaciones, salvo en postal o documental. Cortázar decía (qué oso citar a Cortázar, jaja) que es una hipocresía ir a explorar el bosque y contemplar atardeceres, porque lo mejor de esas travesías es regresar a casa a bañarse con agua calientita y envolverse en toallas pachonas que huelen rico. ¿Por qué no brincarse el requisito del mundo exterior, así de tajo, y consumir las sustancias en la comodidad del hogar, con sofás mullidos, clima controlado, comida en el refri, tiendita de la esquina, internet, Spotify y libros de Pedro Friedeberg? NOOO SACRILEGIO HEREJÍA QUÉ DIRÍA MARÍA SABINA NO SE PUEDEM NOOOO.

Siempre me ha caído gordo que esta banda se tome demasiado en serio el pedo de consumir alucinógenos naturales. No en el sentido de hacerlo responsablemente (porque a muchos les vale conducir un camión o manejar maquinaria pesada pasandito el efecto, meterse cuatro drogas diferentes al mismo tiempo o no investigar antes), sino que, para ellos, la diversión está PROHIBIDA. Si ya van a hacer su apropiación cultural de una tradición milenaria ajena, la van a hacer bien, con un chamán que les diga qué sentir y en un territorio lleno de arañas y serpientes y lodo y frío. O sea, no que esté mal que quieras tener un viaje trasncendental y una conexión con el todo y con el universo, tampoco investigar los rituales de otras culturas y experimentarlos de primera mano, ¿pero por qué juzgar y descalificar a los que sólo queremos sentir las paredes derretirse, ver fractales en el techo y comer galletas de chocolate?

Lo que ME ENCANTA es que resulta que ir a Huautla a comer hongos es tan horrible, falso y chafa como siempre imaginé, o peor, según . Jijiji.

Bueno, total, que en la universidad sí terminé encontrando salvia divinorum. Como es una planta 100% legal, pedí un montón por internet a un sitio mexicano. Era tanta que tooooooooodos mis cuates y conocidos la probaron. Hacíamos reuniones-sesiones en los que unos aseguraban encontrar la verdad del universo (que inmediatamente olvidaban), otros se atacaban de risa y rodaban por el piso, algunos veía coches voladores. Puro viaje bonito, excepto el de una amiga que dejó la tele prendida, aunque se le dijo, se le indicó, se le advirtió. ¿Y yo? Me daba miedo, jijijojo, sólo fumé dos veces: en una, creí ver un suéter que no estaba ahí (¡chan chan chaaaaan!) y en otra medio sí “vi” la música (Emerson, Lake & Palmer, qué forever, jaja). Y ya. ¿Se abrió un portal a otras dimensiones? No. ¿Me uní a la teoría de la conspiración de que las drogas están prohibidas por el gobierno para que no nos demos cuenta de LA VERDAD y así puedan controlarnos mejor? Tampoco. ¿Se me hizo palomitas de maíz el cerebro? Para nada, aunque ya venía malo.

De los hongos, un día me invitaron a ir a comer a la montaña y acepté, pero eso es material para un post entero (que he estado prometiendo desde hace diez años).

Y ahora he estado leyendo del DMT. El otro día, en una cena rarísima, conocí a una señora que hacía sesiones de ayahuasca en su casa de campo y me invitó, ¡como si fuera un club de tejido! O sea, ¿por qué invitas desconocidos a consumir el alucinógeno más potente de la naturaleza? ¡Qué malviaje! Me suena como la peor opción... sólo superada por consumir sapo FRENTE A LAS CÁMARAS DE TELEVISA, como hizo la pobre Monserrat Olivier en el Mundial:

https://www.youtube.com//rvxdZEUO8tA

Ay no, qué oso. Se ve que es más tourist trap que el Coco Bongo de Cancún. Me sigo quedando con mi caguama de la tiendita hasta que aparezca un Walter White chairo que procese dimetiltriptamina en su laboratorio casero.

Cuéntenme de sus experiencias con dDDdddDDdddDddrogas, anden. Ya nadie comenta en esta nueva plataforma, sólo los que me odian y me desprecian. K pkis.

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