Circulan por internet imágenes de lo que fue Siria y en particular las ciudades de Aleppo y Damasco antes de que la guerra estallara hace ya seis años. Aleppo fue declarada patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO en los 80’s debido a la enorme riqueza cultural y arquitectónica de la ciudad.

Ciudades con miles de años de historia que han visto pasar distintos imperios, civilizaciones y religiones. La complejidad de Siria se remonta precisamente a su historia, a las múltiples culturas que han influido en conformarla y a la diversidad étnica y religiosa que fue clave para desatar la “primavera” en un país con una dictadura de no tan larga data.

En los años 60’s Siria, ya bajo la égida ideológica del socialismo soviético se transformaba en un régimen militar, laico, socialista, una vertiente ideológica que se mantendría aún con el golpe de estado perpetrado en 1970 por Hafez al Asad, padre del actual mandatario de Siria: Bashar al Asad. El control político se convirtió en la clave para mantener el poder. Tortura y represión de cualquier intento por avanzar en un cambio de manos eran la dura respuesta de un régimen que, por supuesto no era democrático y que no dudaba en masacrar a quienes se le pudieran oponer.

En otros aspectos, sin embargo, Siria floreció. Culturalmente rica, turísticamente amigable y abierta a los derechos de las mujeres las cuales podían caminar solas, estudiar y trabajar sin las limitaciones que suelen imponérseles desde naciones donde la religión y el Estado son uno mismo. En los años previos a la guerra incluso, las mujeres estudiantes eran mayoría en distintas carreras universitarias.

Pero el desafío de un gobierno de minoría étnica sobre una mayoría más radicalizada, alimentada con recursos de gobiernos extranjeros interesados en desestabilizar el régimen de Asad e impulsar un Estado Islámico fueron la llama que desencadenó el polvorín que hemos visto en los últimos años con consecuencias humanitarias terribles en cuanto a vidas perdidas y refugiados y que al parecer está lejos aún de terminar.

El resultado, cientos de grupos armados de corte islamista e incluso ligados con AlQaeda surgieron como esporas. No hay que engañarse, la mayoría de los combatientes no son los jóvenes civiles que salieron a las calles a protestar en el 2011 por una mayor apertura política en Siria. Los combatientes son desde mercenarios pagados hasta extranjeros chechenos, libios, turcos, yihaidistas que han seguido buscando consolidar un Estado Islámico con las consecuencias para la sociedad y especialmente para las mujeres, que eso conlleva.

Lo que queda del gobierno de Al Asad combate al Estado Islámico y a los grupos islamistas. Estados Unidos y sus aliados combaten, sí al Estado Islámico pero principalmente a Bashar al Asad pues consideran que se requiere un nuevo liderazgo y un nuevo gobierno “inclusivo” para el pueblo sirio. Rusia combate al Estado Islámico y defiende a al Asad por intereses geopolíticos pues es el único aliado que tiene en la zona y sostiene que al Asad es el único capaz de reconstruir un país reducido a escombros.

¿Quién tiene la razón? Vista la experiencia vivida en Afganistán o en Irak pareciera que la propuesta “democratizadora” de Estados Unidos puede estar condenada al fracaso. Ambos países, después de tantos años, siguen viviendo bajo regímenes corruptos e inestables que los hacen presa fácil de los grupos terroristas y por tanto han impedido la reconstrucción.  Lamentablemente lo mejor para el pueblo sirio es lo que menos importa en esta guerra, los miles de muertos y millones de refugiados sirios difícilmente podrán vivir pronto una quizá muy ansiada, “vuelta a la normalidad”.

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