15 de septiembre 22:57 horas. El tradicional grito de independencia está por comenzar. El presidente (así con minúscula) Enrique Peña Nieto, avanza del brazo de su esposa hacia el balcón de Palacio Nacional para festejar la independencia de México. 

En uno de los pocos días que no llueve en esta semana y el único día del grito en que no ha habido un desastre natural en alguna parte de nuestro país. Abajo, cientos, miles de personas se apretujan contra las vallas de seguridad cercanas al palacio, mientras que en la parte de atrás los huecos son claramente visibles. No es este un grito de independencia como los de antaño. Semivacío lucía el Zócalo de la Ciudad de México. 

Algunas caras felices, sonrientes y de celebración. Muchas de resignación frente a lo que claramente fue un acarreo organizado por algún novato (que seguramente se quedará sin empleo) del Estado de México, pues esto no “muestra el músculo” del PRI ni del gobierno federal. 

Peña Nieto da un grito más bien hablado, tristón, sin vida. Un grito aburrido, que proyecta lo que seguramente este hombre estaba sintiendo. Un grito que no encendería ni un montón de carbón en pleno incendio. La esposa del presidente y los hijos de ambos, mostrando una vez más la indolencia que ya han demostrado antes, aparecen en el balcón ataviados con vestidos de diseñador (al menos el de ella). Indumentarias ofensivas para un país de pobres y más ofensivas para un país que no ha sabido dar la cara por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa cuya versión oficial se enreda cada vez más. 

Luego de cumplir con el ceremonial, la familia observa los fuegos artificiales, estos terminan y termina la historia. Ellos se despiden desde el balcón, creyendo que son una familia de la realeza europea, la gente simplemente se va haciendo el desaire a tan lastimoso líderazgo presidencial. 

Sin respuesta para los mayores cabos sueltos del sexenio: la casa blanca, Ayotzinapa, la educación, Tlataya, los narcos para el día del festejo de independencia, ya traíamos también a cuestas el nombramiento de Aurelio Nuño como Secretario de Educación y sobre todo del vocero y cara del Partido Verde en los últimos años: Arturo Escobar (el del maletín con más de un millón de pesos en efectivo) como Subsecretario de Participación Ciudadana, el quinto y tal vez sexto camión perdidos en la “verdad histórica” contada por la PGR y que pueden dar cuenta de lo que tal vez sucedió con los jóvenes aún desaparecidos. 

Tal vez por eso, sólo tal vez, la gente esta vez no tuvo ganas de festejar. No quiso salir al Zócalo a ver la sonrisa cínica de un presidente que ha puesto sus intereses personales y los de su grupo por encima de los de toda la nación. Ni cuenta se pudieron dar entonces de que la sonrisa del presidente era fingida y que su cara era igual que su grito: tristón y aburrido. 

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