La glándula tiroides se encuentra en la parte anterior (atrás) y arriba de la tráquea (en la parte “baja” de la garganta) y segrega hormonas que tienen que ver con el metabolismo y el crecimiento.

Cuando la tiroides está bien, tú estás bien. Es conocida porque quienes tienen problemas con esta glándula suelen sufrir mucho cuando tratan de controlar su peso corporal (suben o bajan) y muchas veces todo comienza con signos y síntomas bastante llevaderos hasta que después, todo se complica.

Para hacer el diagnóstico se necesita: un médico que sepa del tema y realice una exploración física, una historia clínica y exámenes de laboratorio. En algunos casos se utilizan otros métodos (ultrasonido o biopsia, por ejemplo) para completar.

Muchas veces quienes tienen problemas se dan cuenta hasta que la enfermedad está muy avanzada. Recuerda que siempre lo mejor es la medicina preventiva y hacer chequeos regulares a partir de los 30 años de edad. Acudir con el médico ya con análisis de sangre te puede ahorrar tiempo y dinero. De todas maneras, siempre hay que estar atento a los signos y síntomas que nuestro cuerpo nos manda: ganancia o pérdida de peso, cambios en el estado de ánimo, dolor en el cuerpo, cansancio o sueño extremo, piel fría, menstruaciones irregulares o abortos espontáneos, cambios en uñas, cabello y piel, pérdida de la memoria, estreñimiento o depresión son sólo algunas de las señales.

La buena noticia es que suele ser una enfermedad fácil de tratar una vez que se diagnostica. Generalmente con medicamento.

Ahora, ¿qué es lo que puede causar daño a la tiroides? De entrada, cabe mencionar que las mujeres tienen 10 veces más probabilidad de tener hipotiroidismo que los hombres, apareciendo en el 5% de las mujeres embarazadas. Durante la menopausia o después del parto también aumenta el riesgo.

Existen factores que aumentan el riesgo. Ser mayor de 50 años es uno de ellos, tener familiares con historia de enfermedad tiroidea, tratamientos con pastillas o medicamentos para perder peso, dietas bajas o sumamente altas en yodo o tratamientos con radiación en la zona de cabeza y cuello.

Definitivamente no es una enfermedad que se pueda prevenir como tal, pero una dieta correcta, que aporte todos los nutrimentos en cantidades adecuadas, un estilo de vida sano con actividad física, moderado consumo de alcohol y sin tabaco puede ayudar a mejorar el pronóstico.

Con relación a la dieta para problemas de tiroides, la clave está en ubicar el objetivo. Habrá quien al enfermar suba de peso y quien baje. Generalmente, en ambos casos, estos cambios de composición corporal no son deseados.

Por ello, una vez que se ha comenzado el tratamiento médico, la alimentación es fundamental. Hay que cuidar el aporte de proteína consumiendo lácteos, queso, huevo, pescado y carne. Moderar los carbohidratos (pan, tortilla, arroz, pasta, papa, amaranto, quínoa y fruta) y buscarlos siempre en su forma integral o completa. No hace falta añadir azúcar a los alimentos. En el tema de la grasa, hay que favorecer el consumo de grasas vegetales y no freír.

Es importante mencionar los alimentos bociógenos (o que inhiben la función de la glándula) y que están básicamente prohibidos: la soya (en cualquiera de sus formas), algunas verduras crudas (brócoli, col, kale, coliflor), mostaza y mucha nuez o almendra. Ojo también con el alga espirulina ya que contiene tanto yodo que puede ser contraproducente. La toronja no está prohibida siempre y cuando se separe de la hora en la que se toma el medicamento. Cabe decir que la medicina debe tomarse con el estómago vacío y se podrá consumir cualquier alimento sólo hasta que hayan pasado 30 minutos, es la única manera en la que hace efecto.

Dicho todo esto, cuiden su tiroides, no se inyecten, tomen o unten nada para perder peso, no hagan dietas locas o de moda y visiten a su médico mínimo una vez al año para que les dé una revisada y descarte cualquier cosa que pueda no estar bien.

Google News

Noticias según tus intereses