La edad es la edad…y si esperan que aquí les hable de cómo combatirla, pues no lo haré.

Sé que hay millones de hombres y mujeres que sufren y que desearían no cumplir años, pero habemos muchos a los que los años nos han traído paz. Paz para entender, paz para asumir y paz para acomodar.

Dentro de lo que la edad y el paso de los años traen consigo están los cambios emocionales que sin duda uno agradece, pero también están los cambios corporales y esos no siempre los sabemos manejar.

Se sabe que la expectativa de vida en 1900 era de 47 años, hoy por hoy es de más de 70. Obviamente esto tiene un costo metabólico. Cada década el metabolismo disminuye 5% siendo entonces más difícil perder peso por ejemplo. Esta taza metabólica menor también se refleja en la energía que tenemos día a día… después de los 40 comenzamos a sentirnos cansados con mayor facilidad.

Además, a partir de la cuarta década se inicia una pérdida lenta pero constante de la masa muscular (sarcopenia), la fuerza, flexibilidad y capacidad aeróbica. Es casi inevitable además ganar masa grasa.

En las mujeres los cambios hormonales son más evidentes, pero en los hombres también suceden. Lo principal tiene que ver con los estrógenos, hormona femenina, que se va perdiendo y eso se traduce en menor fijación de calcio en los huesos y por ende huesos porosos. Si a esto le sumamos deficiencia alimentaria de calcio y vitamina D (generalmente por una mala alimentación o dieta de moda), consumo de tabaco, alcohol y falta de ejercicio, el riesgo de desarrollar osteoporosis aumenta drásticamente.

Con la edad disminuye la producción de colágeno y las articulaciones pierden flexibilidad. Al producirse menos de esta proteína, todos los tejidos del cuerpo pierden elasticidad y tono. La pérdida de colágeno puede tener como consecuencia la formación de várices, caída de cabello, uñas frágiles y arrugas.

El sistema cardiovascular se ve afectado también. El corazón comienza a trabajar diferente, le cuesta todo más trabajo y tiene que lidiar con colesterol, triglicéridos y grasa pericárdica.

El estómago y el sistema digestivo, comenzando por los dientes y pasando por estómago, intestino y colon sufren cambios. En la boca los dientes y las encías, así como las papilas gustativas sufren por la pérdida de producción de saliva y mala masticación. Desde el estómago puede haber retorno de ácido o alimento y generar problemas de reflujo, la digestión es más lenta, el apetito disminuye y la absorción de algunos nutrientes pierde efectividad.

¿Qué hacer? El camino pasa por dos lados. Al menos así lo veo yo. El primero es asumir que los cambios son inevitables, sólo podemos postergarlos para tener mejor calidad de vida. Por el otro, tratar de comer lo mejor posible y mantenernos activos física y mentalmente.

Hay alimentos llenos de antioxidantes como las fresas, blueberries, cerezas, arándanos, zarzamoras, frambuesas y vino tinto que pueden ayudar a reducir el efecto de los radicales libres y retrasar el envejecimiento. De la misma manera, la vitamina C contenida básicamente en cítricos actúa sobre los radicales libres y promueve la formación de colágeno. Alimentos como ajonjolí, almendras, queso, leche y yogurt así como las verduras verde oscuro, las tortillas de maíz nixtamalizado y los charales o sardinas pueden servir como fuente de calcio. El cacao, la maca, la cúrcuma y el jengibre son súper alimentos llenos de vitaminas y minerales que aseguran un mejor metabolismo. Finalmente, son esenciales el aceite de pescado para proteger las células y los probióticos para fortalecer tu sistema digestivo e inmune.

Todos estos alimentos deben ser parte de tu dieta diaria. No caigas en modas equivocadas no en dietas incorrectas. Acuérdate que tu comida de hoy es tu “medicamento” de mañana.

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