Pasan las semanas, ya se acabaron los debates, estamos a una semana de las votaciones en Estados Unidos y quien esto escribe aún no supera el famoso grab them by the pussy, de Donald Trump.

Pareciera que es una necedad mía, pero, para colmo, ayer tuve una cita con otro pobre niño rico y, otra vez, noté las intenciones de la mano agarradora. De hecho, la estaba tanteando y por eso me fijé más en los detalles. Por principio de cuentas, esta persona es hermano de uno de los empresarios más famosos de nuestro país. Yo no lo había conocido en persona, sólo hablado por teléfono con él y, desde la primera ocasión, me llenó de halagos con un tono chiqueado: que qué bonita y tierna voz tenía, y todo era "mi reina", "mi vida", "mi chiquita", "mi amor". . .

Ya en persona, el tono aniñado se mantuvo, a la par de los intentos de besarme en la boca y meter mano sin que yo hubiera dado mayor pie que haber aceptado ir a comer con él, pero, bueno, no es la primera vez que, ya desde la sola invitación, la otra persona asume que tendremos sexo o me podrá besar o "agarrar" en cuanto le venga en gana. Por supuesto, el tono cariñoso fue mermando conforme yo no cedía ni podía ocultar mi incomodidad. En eso se levantó para ir al baño. Por unos instantes pensé en irme de lugar, cuando, de repente, volvió a la mesa y, al ver que yo estaba leyendo mensajes en mi celular, me dijo: “Sí, presúmeles de tu nuevo novio rico”. Si supieras, pensé. En fin, para no hacer el cuento más largo, yo tenía una grabación pendiente y aproveché esa razón para abreviar la comida. “A ver si para la próxima”, dijo.

No way.

Ya sé: si le cuento esto a mi madre o a una terapeuta que adoro o a algunas amigas, me preguntarán que de dónde los saco y asumirán que seguramente de alguna de mis aplicaciones para ligar. . . Yo sé que no siempre es así y, lo que es peor, sucede en las mejores familias. Pero el caso no es hablar sobre mi buen o mal tino para dar con sujetos como él, sino del tipo de conducta tan sobrada que los caracteriza: tan de adueñarse y dar órdenes con todo y la voz y los gestos infantiles.

Como Donald, no esperan: asumen, dan por hecho. Por pagar, por "ser quienes son", se quieren apropiar de lo que sea, de quien sea, sin importarles si hay consenso o reciprocidad. A mí el tipo me hizo sentir incómoda desde que llegué al restaurante y me quiso tomar de la mano. Puede parecer una tontería, pero es algo que no soporto: si la persona no me mueve, no me gusta, no me late, en automático suelto la mano. Ya me ha tocado el que se saca de onda: “Ayyy, qué exagerada, ni que me fuera a aprovechar”. Yo tengo otros datos: o se da naturalmente o no se da. De lo contrario, me parece no sólo invasivo sino ridículo.

Como los besos forzados. Como la mano hurgadora en la entrepierna. Como la mano que toma tu mano para llevarla a hurgar en su entrepierna.

Yo disfruto mucho más cuando mi mano toca los genitales de un hombre sin que me lo tengan que pedir. ¿Me leí muy Trump? Me explico: sin que tengan que tomar mi mano o ni siquiera acariciarla en señal de: “ándale, como vas”. Me gusta cuando sé que lo esperan porque todo de ellos me dice que es así, porque, aun cuando no me lo pidan, si lo hago sé que lo disfrutarán tanto o más que yo.

¿Cómo lo agarro, cómo lo abordo? Bajo la mesa: con la mano, con el pie. Mi palma lo cubre, lo rodea, lo despierta por encima o por debajo de la tela. Bajo el zíper. Lo acaricio por afuera o dentro del bóxer. Lo toco, lo jalo, lo examino como si yo fuera un médico. Sobo su erección. Lo lubrico y rodeo con dos dedos y el pulgar, simulando una boca. Me fascina mirarlo y sentirlo eyacular. Lo llevo al bidet: dejo correr el chorro de agua tibia en su ano mientras lo masturbo. O con otra mano acaricio sus testículos Me fascina aprender sobre diversas técnicas y darle hasta una hora de masaje placentero antes de la erupción. A veces me pide que le rocíe mentol en vez de lubricante para alcanzar un orgasmo muy intenso. Otras veces, que lo estimule analmente con un vibrador. Me gusta provocarlo también y ver hasta dónde puedo seguirlo tocando sin que termine: llevarlo al límite y detenerme o reducir el ritmo para aumentar la tensión sexual. Sus rodillas tiemblan, su escroto se endurece, su espalda se arquea. Y se desborda y explota hasta en mi cara.

Sin embargo, no todo ha sido miel sobre hojuelas.

Una vez un hombre del que estaba enamorada se atrancó en el baño cuando le pregunté si me permitiría echarle una mano. Sólo quería ponerme a sus espaldas y sostenerle el miembro mientras orinaba: ese calor que se siente en la mano es de lo más disfrutable. Pues nada más no le latió y a mí no me quedó más que esperar pacientemente del otro lado de la puerta.

La segunda ocasión, otro hombre, de quien estaba todavía más enamorada, hizo gesto de consternación cuando, tras un poco de juego y una vez que estaba en su punto, literalmente lo agarré del pene y lo conduje a la cama para pasar a lo siguiente. Me dio la impresión de que su “wow” no fue de excitación sino más bien de “quién se cree ésta”, pero igual no protestó y, aun cuando de momento me sentí incómoda, no me eché para atrás y así lo traje caminando desde la sala hasta su recámara.

Para que vean que todos tenemos nuestro corazoncito.

Ya, en serio, insisto: si es mutuo, si parte de un acuerdo aunque sea tácito, a la manera de un baile, no le pongo un solo pero. Cuando no es así, no sólo me molesta sino me entristece. Ok, puede ser que me toques o que tomes mi mano para probarme o vencer mi timidez o porque crees das por hecho que yo también quiero, pero no me atrevo, y todos necesitamos un empujoncito... pero, ¿y si no? ¿Qué tan difícil es distinguir entre timidez y NO QUERER? Hay cosas que no se fuerzan, aunque a veces tengan que pedirse y aun así corremos el riesgo de que nos digan: NO.

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