En el fondo nadie esperaba que La Casa Blanca perdonara a Edward Snowden a pesar de una petición hecha por más de 167 mil personas.

Pero la residencia oficial no sólo advirtió que no exonerará al ex consultor de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) sino que éste debe regresar a Estados Unidos para ser juzgado por sus pares por filtrar a la prensa secretos de su país en vez de ‘’esconderse detrás de un régimen autoritario para huir de las consecuencias de sus actos".

Recuerdo que, en su momento, cuando salió a la luz la red de espionaje electrónico desvelado por Snowden --a quien, paradójicamente, se le acusa de espía-- hubo voces que se centraron más en las acciones de Snowden (y los medios a los que él eligió para compartir tales informaciones) que en la gravedad de los hechos denunciados. Los comunicadores más convencionales lo tacharon de inmaduro, exhibicionista, con delirios de grandeza.

Para otros, entre quienes me incluyo, no sé ustedes, Snowden es el hombre que ayudó a descubrir públicamente una de las filtraciones más importantes y de las más cuantiosas (cerca de 2 millones de archivos clasificados) en la historia de su país al revelar los nombres de ciudadanos en la mira del gobierno.

Estos hechos no se remiten a Snowden en 2013. La vigilancia digital no es una cápsula en el tiempo ni un episodio aislado sino una realidad vigente y amenazante que tiene lugar en nuestros días y afecta al mundo entero.

¿A quiénes se vigila? Es la pregunta obligada. ¿A personas que genuinamente podrían considerarse terroristas? ¿A críticos de la política, disidentes y activistas? Snowden ha declarado que las actividades de la NSA están dirigidas a defensores de derechos humanos, entre ellos quienes trabajan para Amnistía y Human Rights Watch.

Aun sigilosamente, el espionaje que realiza la NSA viola a todas luces las leyes de privacidad en Estados Unidos.

Ya el mismo Snowden se ha referido a programas como XKeyscore que pueden fotografiar trillones de comunicaciones privadas sin previo aviso ni orden judicial y esto lleva a monitorear a personas por apenas hacer click en el link erróneo, descargar el archivo incorrecto o, incluso, ingresar en un sitio que resulte sospechoso o en un foro sexual.

Así, quienes no cifren sus comunicaciones pueden ser objeto de sospecha y/o vigilancia según sus creencias religiosas, filiaciones políticas, preferencias sexuales, transacciones económicas o hasta la posesión de armas. ¿Podría la NSA publicar una lista de homosexuales? No es que Snowden crea en este escenario, aunque la infraestructura para que ello ocurra sí que existe.

El miedo que persiste es que tanto la NSA como sus aliados, los gobiernos autoritarios, y las organizaciones privadas, abusen de dichas tecnologías y el impacto en la libertad de expresión: un problema de alcance global. La población mexicana no está exenta: prueba de ello es la reciente revelación sobre cómo nuestro gobierno ha espiado a los mexicanos a través de intervenir dispositivos móviles, copiar mensajes de texto, grabarlos mientras trabajan. . .

Claro que, allá se les fue Snowden y aquí se nos fue El Chapo: Es un sistema que amenaza, pero, a la vez, es operado con ineptitud, parafraseando a Glenn Greenwald, uno de los primeros periodistas favorecidos por Snowden para compartir aquellas filtraciones.

Lo más fácil, quizá lo más naive, es creer que, si uno no anda en malos pasos, no tiene nada qué temer, no obstante, la vigilancia digital nos vulnera a todos, de alguna u otra manera.

Y se asemeja, cada vez más, a la interpretación hecha por Michel Foucault sobre el panóptico (concepto planteado por Jeremy Bentham) a propósito de un esquema carcelario en que alguien, desde el centro, mira todo a su alrededor sin ser visto.

Los peligros de una sociedad disciplinaria --basada de algún modo en este modelo de prisión panóctica que nos remite a George Orwell en 1984, al Gran hermano--, son varios: la vigilancia panorámica y el control absoluto desde la secrecía y la consiguiente moderación de la conducta de los individuos.

¿De qué manera ustedes han limitado sus comunicaciones personales, vía llamadas, mensajes de texto o correos electrónicos, o lo que comparten en redes sociales?

De ahí que se hable de un poder no sólo represivo sino productivo pues persigue crear un determinado tipo de sujetos y esto afecta nuestra privacidad, nuestra creatividad y nuestra libertad.

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