Dicen que conforme creces te llenas de mañas, te vuelves más exigente, acaso amargado, y las relaciones de pareja se hacen más difíciles. Puede ser, pero procuro no verlo como algo negativo sino, al contrario, uno se ahorra muchas cosas cuando sabe lo que quiere o, al menos en mi caso, lo que no quiero.

Claro que el riesgo de actuar en consecuencia también conlleva que, tiro por viaje, te malinterpreten. Qué difícil es asumir el rechazo. Me pasó en las últimas semanas con tres personas con las que he salido bajo la consigna de quién quita y pega. E-r-r-o-r.

Primero, un hombre que supuestamente quería algo en serio. ¿Acaso un encuentro casual, una one-night stand no son asuntos para tomarse en serio? El caso es que, después de varios días, la cosa se enfrió y para ello tuvieron mucho que ver las diferencias de origen a las que a veces no les prestamos atención porque nos la pasamos bien y vamos a buenos lugares y comemos rico y el tipo le echa ganas y no está de mal ver, etc.

Ya he citado aquí una metáfora con que Clarice Lispector describe el tedio de la vida en pareja: cuando falta el tiro de gracia, que se llama pasión. Con esta persona hubo momentos divertidos, chistes, algunos arrebatos y uno que otro beso que nos dimos casi por puntada, pero por mi parte seguía esperando sentir algo, lo que fuera. En su defecto, dediqué buena parte del cortejo y los chats a. . . discutir, cuestionar y confrontar sus prejuicios, su homofobia. Un día me preguntó si por lo menos tendría sexo casual con él a lo que respondí que de ninguna manera.

--Yo tampoco-- me dijo, muy digno --: Me valoro demasiado para eso.

Y, bueno, ése fue el tiro de gracia, pero de la relación entera y de cualquier cosa que pudiera surgir entre nosotros. Bye.

Segundo, un hombre de magnífico aspecto y espléndido vestir. Bañado, trajeado, perfumado, todo bien, aunque más interesado en inflar una burbuja que diera pie a un encuentro sexual que en conocer a la persona que tenía enfrente. Conversar con él me hacía recordar alguna escena de la serie Seinfeld, cuando Jerry se encontraba con un amigo que sólo hablaba de sí mismo y no le prestaba atención. Jerry podía comentar lo más inverosímil, como que estaba por unirse a las filas de Hezbolá, y su interlocutor permanecía fiel a su soliloquio.

Acaso los únicos detalles a los que mi Segundo prestaba atención eran a los de la apariencia: halagaba mi perfume y mi vestido del día y me llenaba de flores hasta que un día, mientras yo masticaba un enorme y estorboso trozo de cangrejo de concha blanda, me cubrí la boca con la mano:

-- No hagas eso --dijo--. Es de gente vulgar.

Caray. Creo que nadie había corregido mis modales en la mesa desde que era niña y ni siquiera mis padres habrían empleado ese término. A veces la incredulidad del momento me lleva a la inacción, al silencio. Nada comenté al respecto, ni siquiera me tomé la molestia de aclarar que me había cubierto la boca para masticar y no para hablar con la boca llena, como él había asumido, y que ese gesto lo había observado en la novia japonesa del hijo de una amiga y me había parecido cuando menos considerado. Lo curioso es que, mientras él trataba de cortar su cangrejo, una de las partes salió volando y cayó en mi regazo: pero de eso, ni una palabra: nadie vio, aquí no ha pasado nada. La comida y la conversación continuaron, pidió la cuenta y nos despedimos.

Días después, traje de regreso el episodio y se disculpó al instante: ''Lo hice con cariño. De ahora en adelante, yo también me cubriré la boca al comer''. Hey, no entendiste nada. No me cubro la boca al comer, lo hice mientras masticaba un trozo imposible. Pero, al mal entendedor, ni una palabra y preferí cancelar la cita siguiente.

Tercero, un hombre adinerado y dueño de un auto de lujo que me preguntó cuál era mi restaurante de comida árabe favorito y, al escuchar mi respuesta, me dijo que él conocía uno mejor. Ya estando ahí, al pedir una copa de vino libanés, me sugirió el chileno de la casa porque era más rico y costaba la mitad. Cuando propuse pedir alguna orden de algo, él respondió que era mucho y le dijo al mesero que trajera un poco de jocoque y de humus y de babba ganoush porque la señorita lo quería probar y al final se bebió el resto del café vienés que ya no pude terminarme, no sin antes preguntar: ''¿Qué no te gustó o qué?''. Gracias, pero no gracias.

¿Amargura? Puedo entender a estos hombres y sus circunstancias, pero eso no significa que quiera pasar más tiempo con ellos, repetir una comida, acompañarlos en un viaje de negocios ni tener una noche loca por lo mucho que eso significa para mí. ¿Cómo vivir la sexualidad plenamente con alguien que es completa, aunque ocultamente, permisivo consigo mismo, pero juzga a las personas, en especial, qué casualidad, a las mujeres que se consideran sexualmente libres con motes como calientes golfas? (Dicho sea de paso, hacía tiempo que no escuchaba esa palabra). ¿Cómo intentar una relación sustentada en fórmulas y simulación y buenas maneras y tener sexo con alguien que se comporte en la cama con el mismo pudor con que lo hace en la mesa? ¿Cómo no sentirse incómoda ante alguien que lleva la cuenta de todo lo que su invitada consume, pero, a la vez, ostenta su estilo de vida, sus pertenencias? ¿Es exigencia o, más bien, congruencia con lo que se espera y lo que se está dispuesto a dar?

Y, bueno, así pasa cuando uno está de regreso a la soltería y, de algún modo, sigue su viaje. . .

Ropa suelta

Está en tus genes

Me descubro mirando las fotografías de la bella Anastasia Lechtchenko, la descuartizadora de Tijuana, y lo que me produce es muy similar a cómo Joseph Sheridan Le Fanu describe a su personaje Carmilla:

Aquella joven me atraía de un modo inexplicable, pero al propio tiempo me inspiraba una indefinible repulsión. Sin embargo, pese a lo contradictorio de mis sentimientos, lo que predominaba era la atracción. Aquella joven desconocida --hasta cierto punto-- me interesaba y me conquistaba. ¡Era tan hermosa y fascinante!

Luego leo los comentarios a la nota publicada en el blog Escrito con sangre, y se me pasa. Uno de los lectores anónimos le dice que debió haber sido reina de belleza o Miss Earth o sus equivalentes o modelo de revista:

No me gustó que mataras de esa manera a tu mamá y a tu hermana. Significa que les tenías mucho odio, pero ya no importa y deseo que tu futuro sea brillante y no sucio yéndote de lleno con los sicarios. Tal vez estás medio loca o, ¿sabes qué es? Tu sangre rusa. . .A los rusos les encanta descuartizar, so it's not your fault, it's in your genes.

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