La pérdida de confianza en las autoridades por su desinterés en impartir justicia y proteger a la ciudadanía, sumado esto a una percepción pública de incremento continuo de la violencia, están propiciando que la ciudadanía busque protegerse a sí misma de distintos modos.

Desde las redes de vecinos que se protegen de la delincuencia en los barrios de clase media, lo cual se hace de modo civilizado, hasta los linchamientos en los pueblos, donde la furia en contra de los supuestos delincuentes se manifiesta sádicamente. A esto añadir la creación de policías comunitarias. Esto nos pone en evidencia hartazgo y frustración combinados con miedo.

El caso del ciudadano ruso Aleksei Makeev, denominado el ruso nazi, nos debe alertar aún más, pues la violencia ya no está en el campo, o los pequeños poblados sino que está latente en las metrópolis como Cancún, donde hay oportunidades laborales generadas por una industria turística fuerte y una vida cosmopolita.

Ahí, en esa ciudad famosa y bien comunicada una turba, seguramente manipulada por algún líder de barrio, se organizó con premeditación, alevosía y ventaja en contra de este infeliz e invadió su casa para agredirlo con gran violencia y mandarlo al hospital, mientras la policía simplemente observaba.

La violencia ciudadana cuando se vuelve urbana, por la alta concentración demográfica, se convierte en un polvorín y termina siendo incontrolable, como lo hemos visto ya en muchas ocasiones en los noticieros de TV, sucediendo en Europa.

Si el ruso Aleksei era detestable por su mal carácter y agresividad contra sus vecinos, a los cuales insultaba por motivos étnicos, es irrelevante en este análisis, pues ese hecho se resuelve con una policía eficaz.

Lo grave es que funcionarios de la embajada rusa habían alertado a las autoridades mexicanas del riesgo que representaba Aleksei, pero no se tomaron las precauciones pertinentes.

Que la policía se convirtiese en un espectador pasivo, también es muy grave.

Nuestro sistema policial es ineficiente y peor aún, poco confiable porque siempre está bajo sospecha de estar infiltrada por el crimen organizado y trabajar para los cárteles.

Si nuestra policía es incapaz, es imposible pensar en protocolos de emergencia como sucede en la mayoría de los países de Europa y en Estados Unidos.

No es lo mismo una turba en un poblado de provincia, que se puede aislar, que un suburbio de una gran ciudad y entre más céntrica la zona, más peligrosa.

Ante la indiferencia gubernamental de tipo local, surge la convicción de que la autodefensa es un derecho ciudadano plenamente justificable y legitimado.

Lo peor es que, aunque no se reconozca públicamente por ser socialmente incorrecto, de modo inconsciente el grueso de la población se solidariza con los insurrectos y justifica su proceder culpando a un gobierno insensible e irresponsable en el ámbito de la justicia. Peor aún que este sentimiento generalizado pueda ser manipulado por la delincuencia organizada de modo discreto para debilitar o distraer a la infraestructura policiaca y a las fuerzas armadas, para realizar un gran operativo.

Los brotes de violencia en Reynosa, Tamaulipas, dan cuenta de este peligro, en territorio que si bien está retirado geográficamente del resto de nuestro país, está muy cerca mediáticamente y en las redes sociales.

Todo lo anterior nos indica una gran incongruencia: nuestro “estado de derecho” es una realidad jurídica, intangible, pero inexistente en las calles de este país, que es donde se vive la realidad cotidiana.

Somos un país vulnerable en el ámbito social por falta de voluntad política.

¿Usted como lo ve?.

@homsricardo

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