La guerra abierta en el PRD entre las facciones, que quedó clara con la controversia entre el senador Miguel Barbosa y la presidenta de este partido, Alejandra Barrales, por el control del grupo parlamentario del PRD en el Senado, nos describe el acomodo de fichas para la campaña presidencial por parte del PRD.

Sin embargo, lo mismo está sucediendo en los otros dos partidos, PAN y PRI, porque MORENA, en realidad es una plataforma partidista para impulsar el proyecto personal de Andrés Manuel López Obrador.

Mientras el sistema político tradicional, estructurado a partir de los partidos políticos, se prepara para competir entre ellos, vemos que surge una nueva tendencia ciudadana que exige la sustitución del modelo partidista que conocemos, por otro, del cual aún no se ha vislumbrado ni sus características ni perfil, pero seguramente la gente ya no quiere más de lo mismo.

Los indicadores están a la vista, pero el sistema partidista no lo quiere entender y menos aún aceptar.

Desde hace varios años, a partir de que empezó a surgir esta sociedad abierta que ha empoderado al ciudadano, la gente vota por la persona, independientemente del partido al que pertenezca.

El tradicional “voto duro” de los partidos, conformado principalmente por la militancia real, politizada, que se motiva a través de sus intereses y ambiciones personales, seguramente con trabajo llega a sumar al 3% del total del padrón electoral, si hiciéramos como ejercicio la suma de militantes leales y con credencial, de todos los partidos. Aunque seguramente si preguntásemos a ellos directamente, la cifra se inflaría artificialmente.

La imagen de los políticos tradicionales ha decaído. La gente quiere encontrar líderes, en el estricto sentido de la palabra, o sea personas que trabajen por los intereses de la colectividad y por tanto, no tengan compromisos partidistas o de facción.

El ciudadano “de a pie” quiere encontrar guías que tengan credibilidad y calidad moral, para que merezcan recibir su confianza.

El surgimiento de una exigencia ciudadana creciente de candidatos independientes es una realidad.

La pasada campaña presidencial de Estados Unidos nos describe puntualmente esta tendencia.

Un candidato que carecía de trayectoria política y gubernamental como lo fue Trump, que llegó de última hora a competir contra políticos profesionales y con currículum importante, ganó primero la nominación de su partido y después la presidencia de la república.

Hoy empiezan a surgir testimonios individuales de ciudadanos norteamericanos que comentan sentir una decepción de haber entregado su voto, no a la persona, sino haber sufragado en contra del sistema, representado por ese candidato.

El fenómeno es claro. Por manifestar su rechazo al sistema político actual, el ciudadano empieza primero por negar los atributos negativos del candidato que representa ser el voto de castigo. Después empiezan a justificarse esas características y por último, se le idealiza como promotor del cambio.

Es el mismo fenómeno que en otro ámbito describió el famoso psicoanalista clásico Erich Fromm en su libro “El arte de amar” al describir el “amor idolátrico” que se vive durante la adolescencia.

Primero, como producto de la inmadurez emocional que vivimos durante esa fase de la vida, empezamos por adjudicarle a la persona que nos genera una sentimiento de atracción física, los atributos idealizados que nosotros quisiéramos encontrar en la pareja emocional que buscamos. De este modo terminamos construyendo una imagen ideal de esa persona, la cual sobrevive mientras no la conocemos a fondo.

Sólo cuando logramos tenerla cerca empezamos a descubrir que la persona real que tenemos enfrente no corresponde a lo que imaginamos y supusimos que era. Entonces terminamos aceptando que lo que hicimos fue adjudicar atributos de personalidad que nosotros queríamos encontrar en alguien, pero que en la mayoría de las veces no corresponden a la persona. Así empieza el desencanto.

Entonces nos enfrentamos ante la disyuntiva de aceptar a la persona tal y como es, con sus virtudes y sus defectos, o desilusionados nos alejamos de ella en busca de otra oportunidad.

Esto quiere decir que nos enamoramos de un espejismo que representaba una proyección idealizada de nosotros mismos.

En la política sucede lo mismo. Es tal nuestro deseo de encontrar candidatos honestos, honorables, confiables, que terminamos idealizando a quien representa ser una opción contra el sistema actual.

Es de tal magnitud el desencanto con el sistema político actual, que podrán darse fenómenos psicosociales de espejismos, que pueden ser peligrosos en el México de hoy. Pueden surgir candidatos independientes de gran carisma, pero que podrían estar respaldados incluso por el crimen organizado sin que siquiera nos demos cuenta de ello, o casos de simulación que aprovechen que la gente quiere creer en alguien.

El sistema político hoy más que nunca necesita renovarse y adquirir una nueva visión moral y ética, no a través de palabrería, buenas intenciones, mensajes y campañas, sino de acciones éticas que confirmen un cambio real de actitud, pues los riesgos están a la vuelta de la esquina.

¿Usted cómo lo ve?.

Google News

Noticias según tus intereses