De comprobarse que Cuauhtémoc Blanco recibió siete millones de pesos de parte del partido PSD para contender por la alcaldía de Cuernavaca en las pasadas elecciones, habría varios significados que merecen analizarse.

Primeramente, que la clase política mexicana hoy tiene tan poca credibilidad. Por tanto, para asegurar el triunfo en una elección los partidos empiezan a necesitar recurrir a personas sin pasado político. Esta práctica podría convertirse en tendencia.

Otro significado es que los partidos políticos están dispuestos a pagar muy cara la renta de nombres limpios políticamente, para presentarlos como candidatos ciudadanos. Por ello el PSD buscó a un ídolo deportivo, carismático, como es Cuauhtémoc.

Es difícil que hoy un candidato ciudadano gane una elección si no tiene una estructura humana altamente experimentada que le apoye promoviendo el voto y cuidando las casillas. Además, necesita de recursos económicos para financiar la promoción o compra del voto, pago de salarios y compra de insumos para la campaña, lo cual sólo poseen los partidos.

Además las leyes electorales aún hoy dificultan las oportunidades para la participación de candidatos de perfil total y absolutamente independiente, que jamás hayan tenido militancia en algún partido u organización política.

El triunfo de Cuauhtémoc mostró que un candidato sin pasado político, pero con el respaldo de un partido, puede ganar una elección y después, al asumir el cargo, quedar en manos de sus patrocinadores.  Por tanto, bajo este modelo estarían llegando comprometidos y con las manos amarradas

Un componente muy  importante de esta práctica es la fama pública del candidato, obtenida a través de alguna actividad ajena a la política, como lo es el deporte en el caso de Cuauhtémoc, lo cual significa para los partidos un considerable ahorro en la promoción, pues ya no tendrían que invertir en darlo a conocer.

Bajo la ley electoral actual, que recortó de forma peligrosa los tiempos de campaña a tres meses para alcaldías, se vuelve imposible que en un tiempo tan corto pueda surgir un candidato nuevo, sin compromisos, que llegue a ser conocido por todos utilizando solamente los tiempos de campaña y además logre tener tal poder de persuasión que gane el voto.

Esto significa, que en la práctica cotidiana antes de iniciar la campaña, el personaje en cuestión debe ser conocido ampliamente por todo el electorado.

Sólo un artista, deportista, alguien surgido de la televisión o el radio, o un personaje muy popular en las redes sociales, lograría tener ese impacto y carisma.

La fama mediática, proveniente de la industria del entretenimiento, es seductora y tan carismática, que ningún político por más conocido que llegue a ser, la podrá desarrollar.

Algunos actores importantes han llegado al ámbito legislativo después de una carrera sindical defendiendo los intereses laborales de sus colegas. David Reynoso, Silvia Pinal, María Rojo, Irma Serrano, sólo por citar algunos.

El caso de Ronald Reagan, actor que llegó a ser presidente de los Estados Unidos es aún más representativo del valor del carisma personal.

Lo anterior puede estarnos anunciando el inicio de una era caracterizada por el fichaje de personajes famosos por parte de los partidos políticos para ponerlos a participar en procesos electorales municipales y estatales. Personajes sin un pasado cuestionable que se convierta en una debilidad competitiva. Sin embargo, eso no garantizaría que su gestión llegue a ser transparente, ya sea por sus ambiciones personales o por los compromisos con el partido que le postuló.

El glamour que da la fama pública en ámbitos ajenos a la política podría convertirse en un atributo altamente valorado y en subasta al mejor postor, lo cual no es garantía de una vida democrática de alta calidad. Habrá que estar al pendiente de este fenómeno sociopolítico

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