“¡Y pa´qué están vivos si nomás se van a quejar, y no van a vivir, y van a tener miedo de todo. No chinguen, de veras!”, y todos los ahí presentes reímos. Estábamos en la casa de una tía, la cual, por cierto, cumplía dos meses de muerta ese día. El dueño de aquél diálogo fue un sacerdote, -cuyo nombre no sé ni me importa-, y el cual nos estaba dando la misa a domicilio por el discreto precio de $2500… Pero qué buena frase la que nos soltó, no se me olvida porque en esos días andaba tan sentimental que al escucharla, la anoté en una servilleta para recordarla después y, porque además, en el resto del sermón no hubo una sola frase que no tuviera al menos una grosería, sumadas a los diálogos esperanzadores que le hacían a uno querer mandar todo al carajo y largarse a ser feliz.

Cuando el padre se fue, los hermanos y demás familiares de la fallecida tomamos café y comimos galletas un poco ruborizados; los mayores andaban todos apenados después de escuchar tanta sarta de palabrotas de una boca celestial. A los más jóvenes, por el contrario, hasta ganas de volver a vivir nos dieron...

Me remito al tema por dos acontecimientos (que poco tienen que ver con el principio de este texto, pero que bien le competen a la Iglesia): el primer motivo es una mujer de edad avanzada que encontré en el metro hace unos días (como si fuera una pequeña curiosidad con la que me hubiera topado), venía remilgando porque a su nietecita de quince años “ya se la habían cogido” (medio machista la mujer) y pues “quedó preñada” (como animal). Lo que le preocupaba a la señora era el dinero para las mamilas y que Diosito eso no lo podía perdonar y que encima de todo, ella (la señora, que era la abuela) se iba a condenar también por permitirle a la niña dar a luz al chamaco -o chamaca-, porque si la hace abortar, le sale peor, pues eso tampoco está permitido. (Ya sé, es un dilema. Eso SÍ que es tener un problema). La señora estaba toda apanicada charlando con otra mujer, posiblemente de una edad muy similar a la suya y que se sonaba la nariz con bastante frecuencia.

El segundo motivo (que por cierto representa a la contraparte del hecho anterior), tiene que ver con la opinión de un tío, “ya en México ni se quieren casar ni quieren tener hijos, ¡que desperdicio!”, argumento irrefutable dado que las generaciones de ahora ya no quieren (queremos) tener hijos. A lo mejor a México le pasa lo que pasó a Japón… ¿Después de donde vamos a sacar la mano de obra joven para que nos paguen la vejez a los que ahora no queremos tener hijos porque... qué flojera, quitan tiempo y vida y, porque somos millenial, o lo que sea que nos hace no quererlos. Ni casarnos, ni tener hijos.

(Confieso que las reuniones familiares y las idas y venidas en el transporte público son buena fuente de temas de debate).

Mi conflicto con respecto a estas dos situaciones (bastante polares) comenzó una tarde del mes pasado, cuando por mera curiosidad entré a una iglesia que está por la Roma. La misa ya estaba avanzada. Entonces el padre dijo (con una voz como si el demonio estuviera dentro de sí): “por supuesto que merecen castigo”, y se refería a quienes tienen hijos pero no se hacen cargo de ellos, a quienes tienen hijos a edad precoz y a quienes… curiosamente… tienen relaciones sexuales pero no tienen hijos (no sé por qué, bajo esas circunstancias, no estamos todos ahora ardiendo en el infierno. Quizá cuando el día del juicio final llegué lo haremos, eventualmente… ¿no?). Bajo este punto de vista, la señora del metro tenía razón.

Por otra parte, el padre que asistió a celebrar la misa de la tía fallecida, estaba orgulloso de la diversidad sexual, proclamó que hasta a las “marchas gay” iba, y nos aseguró que Dios no castiga. Que uno solito decide en su vida y que es, justamente de esas decisiones, que depende si nuestra vida vale o no la pena vivirse. Una cosa me queda clara: cada padre predica e interpreta la palabra de Dios como le viene en gana… (¡Qué aburrido, quién está escribiendo esta bola de sandeces!) Ya casi termino.

Posteriormente, mi tía fallecida cumplió más meses de muerta y entonces asistimos a la misa como de quinto mes de luto, esta vez, en una iglesia distinta. En esta, el padre (tercera y última opinión al respecto), muy orgulloso de su existencia, juntó todos mis conflictos y los resumió en una sencilla frase (que también anoté en cuanto la escuché porque, obvio, resumía mi conflicto existencial): “Cásese quien quiera, tenga sexo quien quiera con quien quiera, al final, todos se van a morir” Y sin culpas. Al término de la misa (pero antes de echar el agua bendita), pidió a todos que se acercaran a comprar cirios de miel, que unas monjas vendían sin fines de lucro . Y se rió. Y yo me reí. Me sentí como escuchando la venta de indulgencias en el 1400 cuando todavía ni Lutero nacía…

Frida Sánchez, Comunicación y Periodismo FES Aragón, UNAM @frida_san24

Miguel Ángel Teposteco. (UNAM, FCPyS). Apóstol friki. Colaborador en Vice México, Confabulario y Viceversa Magazine (Nueva York). @Ciudadelblues

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