Revisaba las notas del día cuando me encontré con una noticia que me sorprendió (mis ojos brincaron como pelotas de goma, literal): el martes 6, alrededor de las 3 de la tarde, una fosa común apareció en San José del Cabo en el municipio de Los Cabos, Baja California Sur. Eran seis cuerpos, cuatro varones, dos mujeres. La Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) no dio el reporte hasta pasadas las doce del miércoles siete. Para entonces la información era poco clara: la especulación se desbordaba y los medios pedían información. Los datos se transformaron y de 6 cadáveres pasamos a 14.

Un martes cubierto de negro. En esas mismas horas el subdirector del Centro de Reinserción Social (CERESO) de esa misma identidad fue asesinado. Fue un “comando armado” que juntaba más muertos en algo que parecía sistemático, ¿se trataban de hechos aislados? No, estaban conectados por el vago instinto asesino del narcotráfico.

Durante las siguientes horas mi cabeza se inundó con ese estado de la república. En la agenda internacional y nacional, Trump se ocupaba de sus asuntos semi belicistas (matando al mundo con sus desacuerdos en París) y en el paradisiaco Estado de México todos los candidatos se declaraban ganadores (por lo menos los del piso de arriba). Josefina era Ralf de los Simpson, buscando alguna tarjeta de día de San Valentín en su caja.

Lo que pasaba en Baja California Sur no estaba tan descontextualizado de esas realidades (pensé). Todo forma parte de un sistema que parece suspendido en el aire y desde donde vemos delgados hilos donde cuelga nuestro asunto: vidas humanas. Vidas que se extinguen de a poco por una causa que ya harta. Digo narcotráfico, narcotráfico, narcotráfico, y nos viene a la mente lo escuchado desde hace 12 años. En Baja California sucedió otra vez, y no se resolvió el crimen (para variar) por los mismos juegos de corrupción.

Aunque podemos ser más exactos: no sucedió “otra vez”, sino “sucedió otra vez y otra vez y otra vez”. Pero vamos por partes. Empecemos con Carlos Hernández Cota. Él nació en Sinaloa y murió en un hospital de Los Cabos. Se sumó a los 117 homicidios ocurridos en ese municipio. Hernández Cota era subdirector del CERESO del lugar. Era un hombre público, igual que otra víctima que sigue causando revuelo. Contabilizamos en la lista fúnebre la vida de Maximino Rodríguez, quien después de 50 años de ejercer el periodismo fue abatido a tiros en el municipio de La Paz ( paz, de ahí que el lugar de asesinato resulte irónico). Fue un 14 de abril y poco a poco se van arrestando a los presuntos responsables, ¿irán a prisión?

Digamos, son las ejecuciones que más han llamado la atención, aunque faltan más, si damos cuenta de que tan sólo el mes de mayo se contabilizaron 24 muertes por esta causa en BCS, ¡y en marzo! La cifra fue de 45 féretros (más los que encontremos en fosas o los que anden flotando en el mar). Pero de eso fue algunos meses cercanos, este mismo junio inició con dos ejecuciones más. 54 y o46 años fueron las edades de los muertos y que tuvieron su fin en la colonia de Guaymitas de Juan José del Cabo.

Esta ola de muerte no es casualidad. Diferentes medios locales han dado fe de la brutal guerra de facciones del crimen organizado que se disputan en la entidad. 2014 a 2016: 232 homicidios dolosos en ese territorio. Lejos de que la violencia se enfriara el año pasado, las cosas se pusieron de mal en peor.

Como lo han publicado diversos medios de comunicación, como lo han denunciado diversos activistas, tanto las fosas como los crímenes quedan sin investigación. Los asesinatos porque parecen ser demasiado rápidos, porque los criminales parecen ser polvo y las pistas, tantas y ninguna. Las fosas, que están ahí, son cosas más complejas: allí se tiran los que no deben aparecer inmediatamente (después de ser torturados, por ejemplo), o son los que forman parte de grandes matanzas que ocurrieron entre ráfagas en alguna noche, entre capturas colectivas orquestadas por un cartel. Los sicarios entran a una casa, o a un bar, y se lleva a X. Ese no vuelve a aparecer.

Como lo tenemos registrado, los familiares son los que buscan a sus desaparecidos. Como los casos de madres que buscan en las terracerías a sus hijos. Se las ve con una bara de metal. Ellas perforan la tierra para ver si, al sacar el objeto, la tierra le impregnó el olor a muerto. Como diría Juan Pablo Meneses, somos “la Generación del ¡Bang!”, la que le tocó observar la violencia, la que vive sabiendo de matanzas. Son tantos los muertos que ya imaginarlos no es asunto individual, sino colectivo, nacional. Un ejemplo es Baja California Sur, pero hay muchos más.

Frida Sánchez. UNAM, Facultad de Estudios Superiores Aragón. @frida_san24

Miguel Ángel Teposteco. (UNAM, FCPyS). Apóstol friki. Colaborador en Vice México, Confabulario y Viceversa Magazine (Nueva York). @Ciudadelblues

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