Esta semana en Manchester varias habitaciones adolescentes quedaron vacías. En cambio, otras tantas camillas de hospital fueron ocupadas: muchas sábanas manchadas con motitas de sangre. Horas antes las víctimas saltaban y reían en el concierto de Ariana Grande, el pasado lunes. En un mismo día se manifestó la risa y el terror.
Nos enteramos por Twitter; primero, la detección del estallido en el país europeo; luego, la indeterminada cantidad de muertos y la movilización de los heridos, en su mayoría jóvenes, por las calles inglesas. Unas horas más tarde, con el paso de la madrugada en occidente, se confirmó una veintena de muertos y varios heridos. A la noticia se le sumó la confirmación de la sospecha inicial, un atentado terrorista por parte del Estado Islámico. Y en diferentes medios nos llegaron las historias de niñas que publicaron en sus redes sociales lo genial que sería asistir al espectáculo, un día antes de la tragedia.
Ocurrió como en otros países: en Francia, por ejemplo, en el atentado a París de 2015, las autoridades declararon a los medios internacionales que aunque no tenían pruebas de sus primeras hipótesis, la tragedia sería manejada como un ataque terrorista. En Inglaterra fue lo mismo, después se confirmó el temor y este obtuvo un rostro, un culpable.
El pasado 22 de mayo, el joven de 22 años, Salman Abedi, esperó a verse rodeado de personas para activar los explosivos que también acabarían con su vida, mientras terminaba el concierto de la artista pop. Desató el terror, cumpliendo uno de los objetivos de ISIS: “sembrar el miedo en los infieles”. Una forma de intimidación que recordó a las lecciones de la vieja escuela, dígase Hitler y su caballo de batalla Goebbels,  o Stalin y su Archipiélago Gulag.

Ya tenemos experiencia en esos temas. Cada país que haya estado a merced de algún poder institucional o extranjero tendrá sus historias, como los universitarios reunidos en la plaza de Tiananmén en la mira del ejército, o los adolescentes soldados caminando entre casas incendiadas en Nigeria, o los estudiantes arrodillados sobre la calzada de la Rectoría en CU, amenazados con tanquetas y rifles.
Recordamos en México algunos momentos de terror y tragedia vividos dentro de la época millenial, por ejemplo el acontecimiento del New's Divine, un centro nocturno de la delegación Gustavo A. Madero. Aproximadamente a las 6 de la tarde del 20 de junio del 2008, se realizó un operativo en el lugar. Lo que parecían acciones rutinarias por parte de más de 200 elementos de la Procuraduría General de la República, terminó con 12 personas muertas (3 policías y los demás jóvenes comensales). La causa común fue la asfixia, provocada por la mala regulación del establecimiento en cuestiones de espacio, la aglutinación abusiva de los elementos policíacos en los escapes y el uso de violencia de la fuerza pública. Sólo el dueño del lugar fue a prisión.
En provincia también han existido casos de brutalidad contra los jóvenes, como el sucedido a estudiantes de la Universidad Veracruzana. El lugar fue una fiesta en Xalapa en junio de 2015; a la una de la madrugada encapuchados entraron al lugar con palos con clavos y machetes. El saldo fue ocho jóvenes con heridas profundas en distintas partes del cuerpo, así como huesos rotos y dislocaciones. Los estudiantes responsabilizaron al gobierno de Javier Duarte por el ataque (obvio).

Aunque el caso más comentado de los últimos años ha sido el de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa; 43 desapariciones en 2014 y distintos muertos durante una sola noche, incluyendo a Julio César Mondragón, un padre de familia y estudiante a quien le desollaron el rostro. Existen distintas versiones dependiendo del periodista que haya investigado, como la de Héctor de Mauleón, los Dromómanos y Anabel Hernández. Sin embargo, hay algunos datos en los que hay acuerdos; los más relevantes tienen que ver con la participación de la policía local (incluso de elementos del ejército), la tortura de los estudiantes y el probable asesinato de los secuestrados en complicidad con las autoridades locales, relacionadas con el narcotráfico. Una tragedia que, como un recuerdo y con sus distintos matices, podría entrar en ese estante donde está la Masacre del 68.

Ejemplos de víctimas del terror sobran, no hacen falta más, como si de pronto contar malas noticias fuera lo de diario, lo común, “lo normal”.  Sin embargo, hace falta reflexionar sobre el impacto de estos atentados en los que como arma se usa el terror; en pleno siglo XXI se amedrentan así a las masas, justo cuando la fiebre mediática está en su apogeo, cuando es sencillo aterrorizar a casi cualquier persona a través de un post en Twitter.

Las consecuencias de un atentado como el de Manchester no sólo dejan secuelas en los familiares de los muertos, por no decir las camas de habitación vacías y los lugares de hospital a tope; más allá de los números, el impacto agrieta el núcleo de los distintos tipos de familias que sufrieron la tragedia, y con ellas, las de muchas otras personas. La percepción de los jóvenes sobre el mundo cambia, en un impulso que nos deja la incógnita de qué queda después de identificar una grave herida social y la forma correcta de tomar cartas en el asunto.

Frida Sánchez. UNAM, Facultad de Estudios Superiores Aragón

@frida_san24

Miguel Ángel Teposteco (FCPyS, UNAM). Colaborador en Confabulario, Vice México y ViceVersa Magazine New York 

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