Antes de hablar de la muerte, vamos primero a cómo inicia la ilusión por ser “eso” que se ha vuelto peligroso, más que en otros países, más que en otros tiempos.

Cuando entramos a la facultad nos topamos con la parte más carismática del periodismo: la de las mujeres y hombres formados dentro de las trincheras de la información. Hombres y mujeres que se veían valientes, heroicos incluso. Personas que se mantenían de pie con la pluma desenvainada para atacar a los poderes fácticos de los que tanto oímos, como si aquellos enemigos fueran un poder con un solo rostro, un solo afán y un con una sola cúpula de poder.

Después, conforme la vida nos fue enseñando la lección, resultó que eso que nos parecía podrido tenía un trasfondo mucho más complejo del que dejaba ver a simple vista. La vida nos dejó tener la certeza de que lo que parecía podrido, realmente lo estaba y que además, tenía diferentes caras y objetivos múltiples y complejos. La podredumbre que la injusticia emana, se encuentra entre una gente que nos es cercana y hasta en los medios en los que publicamos. Y el heroísmo, para nuestra desgracia, se convirtió en un oficio relacionado con la sangre y con el enfrentamiento a lo que parecía lejano: si algo tuvimos en común al entrar a la Facultad, fue a una madre o a un padre que temerosos cuestionaban: “Hijo, eres periodista, ¿no te da miedo que te maten?”.

El tema lo traemos a colación por obvias razones. Esta semana, Javier Valdez fue asesinado. Un periodista reconocido cuya reputación no lo pudo salvar. Lejos de ser una muerte aislada, agregamos su nombre al largo obituario de periodistas que son asesinados por ejercer su profesión. En 12 meses, 14 periodistas han caído bajo la retórica del plomo.

El asunto es más deprimente porque pese a que vimos la anhelada imagen de Javier Duarte esposado, en espera de revelar, -entre otros asuntos-, cómo su administración en Veracruz tuvo que ver con el asesinato de periodistas, por ejemplo, el de Rubén Espinoza en esos oscuros momentos en un departamento en la Narvarte, aún así vemos las señales de que hay más monstruos que se encargan de acallar a nuestros compañeros de profesión y que salen impunes.

Entramos a la biblioteca necrológica de México donde a menudo podemos encontrar estantes y estantes de crímenes donde periodistas y activistas mueren por intereses del crimen organizado (o de otras fuerzas institucionales). Nos viene a la mente los días en que Manuel Buendía sacaba a relucir verdades incómodas para el clero, el narcotráfico, la política mexicana y la CIA. Y recordamos que en 1984 un asesino solitario tiroteó a Buendía, a meses de haber editado uno de sus pocos libros en vida, La CIA en México. De ahí que la mayoría de los prólogos, introducciones, contraportadas y referencias en Internet aclaren que los proyectiles contra el periodista aparecieron por la espalda, como si el suceso fuera una metáfora de lo que vendría después.

La situación preocupa porque los periodistas asesinados ya no son sólo casos de medios locales que por ejercer una labor valiente murieron bajo las garras del narcotráfico, como el caso de Goyo hace pocos años. Ahora los medios de tirajes reconocidos y de reputación de maestros son tocados por la violencia. Aunque también nos hace preguntarnos si no es peor que caigan los jóvenes, porque a Espinoza se suman otros como Jonathan Rodríguez, de 26 años, tiroteado junto a su madre el mismo día que Valdez perdía la vida. La mujer sobrevivió pero el chico murió como un número más. 2017 y siete periodistas asesinados.

El Gobierno Federal ha destinado más de 150 millones de pesos a la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos en contra de la Libertad de Expresión. Los resultados, sin embargo, no son los esperados. En el sexenio del actual presidente son 45 los periodistas que conforman la cifra de asesinados. Por poco se supera la cifra generada durante el mandato de Calderón, cuyo discurso concentraba a las 51 víctimas bajo el nombre de “bajas colaterales”. Las vidas no sólo pasan a dejar de existir, los nombres de los individuos se convierten en números, así, Javier Velázquez dejó de llamarse por su nombre para convertirse en el número 45.

Entonces tenemos la siguiente reflexión: mientras transcurren los cuatro o cinco años en que un joven estudiante de periodismo se forma en las aulas de una Facultad, éste se verá obligado a recibir noticia del obituario que crecerá día con día. Se mirará rodeado de avisos fúnebres de seres cuyas vidas quizá en algún momento fueron su imagen a seguir, nadará entre las cifras que vende la nota roja como pan caliente cada mañana.

El joven que quiere ser periodista reflexionará si merece atender esa parte de la sociedad que está desprotegida, la que está vulnerable a las manos del crimen organizado, y si valdrá la pena arriesgar el pellejo por hacerse el héroe. Allí, en esa necesidad de información, poco a poco se abrirá un agujero. Y los que ya de por sí están adentro quedarán a merced del peligro que salir de sus casas, salir de sus redacciones, o salir de cualquier edificio. Habrá miedo.

Nosotros somos periodistas jóvenes que observamos cómo el periodismo más valiente deja una estela de muerte. No sabemos si tener valor es suficiente o si hacer, además de la labor informativa, un ejercicio de activismo para exigir protección.

El gremio está unido por la frase “matar a los periodistas no mata la verdad”. Estas letras las llevamos una a una en pancartas, en redes sociales, en marchas, siempre con la esperanza de que la música de funeral no aparezca de nuevo en los siguientes meses, con el miedo de que no sea a los compañeros de a lado o a uno mismo a quien le toque. Con el pavor engendrado desde las trincheras y la voz que nos advertía desde siempre “Hijo, eres periodista, ¿no te da miedo que te maten?”, una voz que retumba en nuestros oídos y nos perfora el pensamiento… ¿Quién será el próximo? Aquella música fúnebre que atiborra en las redacciones, los foros y los hogares de todo aquel que dedica su vida a informar... ¿cuándo la volveremos a oír? ¿Cuándo se apagará la vida?

Frida Sánchez. UNAM, Facultad de Estudios Superiores Aragón

 @frida_san24

Miguel Ángel Teposteco (FCPyS, UNAM). Colaborador en Confabulario, Vice México y ViceVersa Magazine New York.

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