“Para ser cínico se necesita ser inteligente, en caso contrario, usted sólo parecería un político orgánico”. Recordé esa frase que tanto repetía un maestro de filosofía política porque justo hace unos días me topé con un articulillo doctrinario de Enrique Ochoa Reza, presidente nacional del PRI, titulado . Me he preguntado, sin poder responderme sobre la enorme capacidad que tienen este tipo de políticos de hacer como que dicen sin decir nada, y he tenido que regresar a releer mis notas sobre Sloterdijk, Unamuno y Ortega, precisamente para poder encontrar respuestas a esa actitud tan “orgánica” de la mayoría de los líderes de las fuerzas políticas en país.

Y es que de plano se debe estar demasiado adoctrinado para no ver las grietas de la sociedad. El cínico lo entiende, se lo toma como si fuese una broma, pero lo entiende, puede ver el fracaso y el absurdo trabajo de esos hombrecillos que intentan que no se hagan más grandes las grietas. El cínico se para frente a la historia, o mejor dicho, sobre la historia y elije ser una parodia de ella. Para Sloterdijk, el cinismo es una falsa conciencia ilustrada, es decir, es la conciencia de aquellos que se han percatado del desenmascaramiento y a pesar de eso, no hacen nada. Se quedan pues, viendo cómo los demás continúan sosteniendo ideologías anquilosadas. El cínico huye, al ser consciente del callejón sin salida en el que se encuentran las sociedades modernas, prefiere vivir burlándose (como Diógenes de Sinope) y huyendo de los que sobreviven inmersos en la adoctrinada masa de la civilización.

Sloterdijk nos recuerda que en la modernidad, el absurdo no puede ser superado. El fracaso de los grandes proyectos, o como dijera Lyotard, la muerte de los grandes relatos –el cristiano, el marxista, el del Iluminismo y el capitalista-, así lo establecen. Resuenan las palabras del Conde de Lautréamont cuando decía: “Tan grande es el hombre, que su grandeza se revela sobre todo en que no quiere reconocerse miserable. Un árbol no se sabe grande. Ser grande es reconocerse grande. Ser grande es no querer reconocerse miserable. Su grandeza refuta sus miserias. Grandeza de rey”, o lo que es lo mismo, la grandeza nunca es tan grande para aprehender la realidad.

La apuesta, según Sloterdijk sería una labor imposible y poco deseable, es decir, consistiría en transgredir el absurdo, aunque el mero intento lleva al hombre a mostrarse como un niño mayor entrometido en los asuntos del Estado. Algo es seguro, el absurdo no puede ser superado, no obstante, eso no imposibilita que éste sea mediado por la negación de la existencia del hombre, tarea específica de la política como arte de lo posible.

Tras la muerte de Dios y de los grandes relatos, nos quedamos sin provenir, el verdadero porvenir es hoy. ¿Qué es de nosotros ahora, en este preciso momento? Esa es la única cuestión. Pero también tenemos que hay muchos satisfechos que llenan su alma con la pura y llana existencia, eso les basta porque no sienten que haya algo más que existir. Unamuno diría que no existen, “pues si existieran de verdad, sufrirían de existir y no se contentarían con ello. Si real y verdaderamente existieran en el tiempo y el espacio, sufrirían de no ser en lo eterno y lo infinito. Y ese sufrimiento, esta pasión, que no es sino la pasión de nuestra temporalidad, este divino sufrimiento les haría romper todos esos menguados eslabones lógicos con que tratan de atar sus menguados recuerdos a sus menguadas esperanzas, la ilusión de su pasado a la ilusión de su porvenir”.

Ante la ausencia de Dios y de los grandes relatos que ordenaban y fundamentaban el mundo, el hombre experimenta –como lo expone Sartre- la angustia de ser en la nada, lo que le lleva a darle sentido a la realidad para salvarse del sinsentido. Allí Ortega dirá “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, tampoco me salvo yo”, es decir, el hombre da sentido a su circunstancia y al hacerlo se salva de la indeterminación, aunque el absurdo continúe embistiendo permanentemente. Kojéve afirmaría que “solamente siendo o sintiéndose mortal o finito, es decir existiendo y sintiéndose existir en un universo sin más allá o sin Dios, puede el Hombre afirmar y hacer reconocer su libertad, su historicidad y su individualidad ´única en el mundo´”. Aquí resulta adecuada la pregunta por el sentido, es decir, el deber existencial del hombre para salvarse aunque no lo sepa, aunque no lo quiera.

Las cosas no tienen un ser oculto que espere ser revelado por una sustancia que el hombre debe desarrollar, las cosas no tienen ellas por sí un ser y precisamente como no lo tienen el hombre se siente perdido en ellas, náufrago en ellas y no tiene más remedio que hacerles un ser, inventárselo, y es esto, lo que lo hace único en el mundo. El hombre mediante su trabajo puede dar sentido a su existencia y crear el ser de las cosas a partir de su enfrentamiento con las circunstancias que lo determinan. El hombre es un ser desorientado que intenta dar sentido a su vida y crear el ser de la realidad salvando su circunstancia y al mismo tiempo salvándose a sí mismo. No hay otra opción para el hombre que hacer algo para orientarse, incluso optar por no hacer nada, representa para Ortega un hacer tiempo. Así que el hacer es existir, ésta es la forma primigenia del existir del hombre, y consiste en ocuparse de la circunstancia propia manteniendo la fidelidad a la perspectiva particular. Y que sólo representa una de tantas formas históricas en las que el trabajo o el quehacer se ha manifestado. En el mismo sentido, Heidegger diría que sólo el hombre muere, ya que sólo el hombre es responsable de su existencia en el mundo, mientras que las cosas y seres vivos desaparecen.

Que pequeño queda el texto de Enrique Ochoa Reza ante las palabras de mi maestro Cesáreo Morales en aquella clase de filosofía en donde nos decía que sólo la política como arte de lo posible era la única vía capaz de encausar la lucha permanente entre las personas. Evidentemente no es esa política que se encuentra en manos de los poderosos o de los políticos orgánicos como Ochoa Reza. Morales se refiere a la política activa que obliga al hombre a ensuciarse las manos, a involucrase, a dar sentido a su circunstancia que nos llama a caminar juntos, y aún si las palabras se contraponen, la política debe cuidar lo viviente, lo frágil y lo más precioso, “permitir a cada quien entregar lo fijado desde el misterio, esos son los grandes ´hay que´ de la política”.

Que pequeña queda la “agenda nacional”, que pequeños quedan los discursos, decálogos o comunicados de los políticos orgánicos que no logran entender el absurdo de su situación mientras el hombre continúa siendo un camino que siempre puede cambiar de camino. La política que viene del poder es conservadora, por ello no puede neutralizar al absurdo para dar sentido a la existencia mediante el dominio. La política del poder, la doctrinaria, la orgánica no es más que un ejercicio torpe del absurdo mismo que a veces hace reír, otras hace enojar y muchas más hace angustiar. Se necesita historia, libertad y decisión para poder optar entre la política del absurdo y entonces estar conformes con un textillo absurdo que llama multitudes como el de Ochoa Reza; o la política ante el absurdo, y entonces ir por la vía de la creación de sentido de la circunstancia.

Christian Díaz

Coordinador de Fortalecimiento Académico – ONC

@ChristianDazSos @ObsNalCiudadano

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