Esta vez, disculpe usted, me alejo (no mucho, lo prometo) de los temas usuales de este espacio, y propongo una discusión diferente. A veces, hace falta. Y es que falta me hacía regresar un poco a la filosofía, uno de los campos que he tenido oportunidad de estudiar en otros tiempos. El culpable de ello es mi amigo,  el Dr. Paolo Pagliai. Tuve oportunidad, la semana pasada, de estar en Colombia participando en  un seminario de inteligencia y prospectiva acerca de temas de seguridad y paz. Para fortuna nuestra, Paolo no nos habló ni de inteligencia, ni de prospectiva, ni de seguridad. En cambio, nos brindó una verdadera cátedra sobre algunas nociones filosóficas para pensar o repensar la paz. “La paz no como meta, sino como estrategia”, empezó diciendo, en abierto reto a lo que yo había dicho unos minutos atrás. Mi primera reacción fue, como sucede siempre, pensar que el Dr. Pagliai no me había comprendido bien. Pero a medida que fue hablando lo entendí todo. Pagliai nos propuso, por un lado, una redefinición de la noción de pertenencia y por el otro, un replanteamiento de la responsabilidad personal en cuanto a lo que hacemos y en cuanto a lo que sucede a nuestro alrededor. Hoy, cuando cuestiones globales como la tragedia de los refugiados inundan los medios y las redes, o cuando reemergen temas nacionales como Ayotzinapa y la ineficacia de nuestro gobierno para responder adecuadamente ante la situación de violencia que vive nuestro país, es enormemente refrescante profundizar en esos conceptos. Por ello agradezco infinitamente a Paolo, de quien me permito mal-sustraer una parte de su charla, para combinar sus ideas con algunas propias y tratar de aterrizarlas en algunos de los temas que hoy más nos lastiman como sociedad.

Pertenecer

Normalmente entendemos pertenecer como formar parte de algo. Pertenezco porque estoy dentro de. Pagliai nos cambia la nota. El poeta Gabershik, nos dice Paolo, define la pertenencia de una manera distinta. Pertenecer significa tener a los demás dentro de mí. No estar dentro de un grupo, sino tener a ese grupo dentro de mí. Es un replanteamiento profundo porque involucra no al yo objetivo a quien “toca nacer o vivir” en un país o sociedad, sino al yo subjetivo que decide hacer de esa sociedad parte integral de sí mismo. Y de ahí viene la paz, sostiene Pagliai.

¿Por qué? Porque si tú estás dentro de mí, entonces lo que te ocurre a ti, me ocurre a mí también. No puedo ayudarme sin ayudarte. No puedo dañarte sin dañarme. Y eso se traduce inmediatamente en corresponsabilidad.

De la cultura de legalidad a la cultura de responsabilidad

Las leyes son importantes, pero a veces son imperfectas o funcionan como escudos para ocluir actos criminales. Pagliai utiliza como muestra el caso de los juicios de Núremberg, y el cómo los nazis se evadían en el hecho de que sus actos estaban legalmente fundamentados, por ejemplo, en las leyes que llevaban el nombre de la misma ciudad donde se efectuaron los juicios. Yo no hice nada ilegal. Seguía órdenes. Mi deber no era hacer las leyes, sino cumplirlas, y eso hice.

No tenemos que irnos a la historia, ni a Alemania. Podríamos voltear a nuestro alrededor y quizás hallaríamos a varios de nuestros dirigentes y conciudadanos ejercer conductas irresponsables, aunque quizás esas conductas son legales. El abuso de poder del que muchos sospechamos en los escándalos de las compras de bienes inmuebles por parte del ejecutivo y gente de su equipo, es aparentemente ocluido porque se trata de actos que no están en conflicto con la legalidad vigente. Y pareciera que como no somos abogados ni expertos en la materia, tenemos que pasarnos el trago amargo y concluimos que no hay nada que hacer.

La cultura de la legalidad es importante, pero no puede venir sin estar acompañada de algo que lo es mucho más: la cultura de la responsabilidad. Porque en esa responsabilidad, cada quien, cada ser humano, debe asumir las consecuencias de sus actos. Y porque en esa responsabilidad, nada de lo que sucede a mi comunidad, a mi estado, o a mi nación, me es ajeno, pues esos componentes son parte de quien soy.

Ciertamente, alguien diría, no podemos apelar a la moral y al sentido de responsabilidad de todas y todos en una sociedad. La filosofía no va a evitar que la gente se aproveche de circunstancias y entornos, y cometa fechorías. Son las leyes y su eficaz aplicación, las que tendrían que ser capaces de disuadir las conductas inadecuadas. Y es verdad. Pero tenemos que superar la disuasión, el rational choice, y la realpolitik. Si algún día, sociedades como la nuestra van a salir adelante, será porque habremos tenido la virtud de comprender conceptos como pertenencia y responsabilidad, y educar en ellos a nuestros hijos, nuestros estudiantes, nuestros funcionarios, y en general, a todas y todos los ciudadanos con quienes cohabitamos.

Esto, de entrada, se antoja imposible, pero no por ello deja de ser una aspiración legítima a la que tendríamos que apuntar. Las soluciones que a veces buscamos, sugiere Pagliai, no pueden proceder de fuera, sino de dentro de nosotros mismos. “¿Y yo qué puedo hacer desde la policía?” “¿Cómo debo comportarme?”, le preguntaban los oficiales colombianos. “Mire”,  explicaba Paolo, “yo no conozco sus funciones precisas; esas están escritas en la ley. Pero eso no es de lo que se trata. Es usted quien debe definirse ante lo que se presenta. Solo usted es responsable de las decisiones que toma”. Cada quien sabe lo que tiene que hacer. Cada quien debe ser capaz de construir su modelo propio de respuesta ante las circunstancias, el entorno que le rodea, y ante los dilemas que la vida le arroja. Cada quien debe asumir las consecuencias de sus actos.

Fue el Estado

“Dichoso el pueblo que no necesita de héroes”, dice Elías Canetti, porque la existencia del héroe, nos explica Pagliai, es la más pura demostración de la irresponsabilidad de los demás. David tiene que enfrentar a Goliat porque los demás se esconden y lo dejan solo. Vemos la vida pasar protegidos por el escudo que nos otorga nuestra indiferencia.

Fue el Estado. Por supuesto que fue el Estado, la colusión y el entretejimiento de sus instituciones con las organizaciones criminales, y la corrupción que lo corroe. Pero si asumimos adecuadamente la corresponsabilidad que en ello tenemos como sociedad,  podríamos quizás cambiar de switch y de pronto comprender que el Estado no me es ajeno, que no “estoy dentro” o peor, aún, separado de ese Estado, sino que el Estado está dentro de mí, en palabras de Gabershik. Que la corrupción no es algo que solo se ubica en la estratósfera de la gente que nos gobierna, sino en la calle, en el mercado, en las empresas, en los estadios de futbol, en las escuelas y universidades que poblamos. Que las mordidas tienen siempre un lado que las exige y/o las recibe, y otro lado que las otorga y se beneficia de las facilidades que con ese acto adquiere. Que el presidente, el secretario de Hacienda, o cualquier funcionario que hubiese cometido alguna clase de abuso de confianza o poder, tuvieron una familia y una comunidad que también fallaron, porque alguien debió inculcarles el sentido de la ética y enseñarles la diferencia entre la legalidad y la responsabilidad. Que estudiaron en colegios y universidades que no debieron otorgar sendos títulos solo por exhibir sus destrezas técnicas, sino por la demostración de su capacidad de asumirse parte de su sociedad y comportarse como personas comprometidas ante ella. Que el escudarse ante el monstruo del “sistema en el que no se puede hacer nada”, es dejar solos a los héroes, y al final, una forma de repetir el argumento de Núremberg en el que no somos responsables de lo que acontece en nuestro entorno.

Tenemos todo el derecho –y la obligación- de levantar la voz, exigir justicia para los 43 y para los otros decenas de miles de desaparecidos y víctimas de la violencia y de la colusión de las autoridades con el crimen. Pero ante lo que sucede en nuestros pequeños mundos, somos también llamados a responder, cada quién en lo que le toca, por cada una de las decisiones que tomamos. Y es de ahí, de nuestra conciencia, de nuestra responsabilidad y de nuestra pertenencia redefinida, que puede algún día construirse la paz.


Gracias Paolo

Twitter: @maurimm

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