Como sociedad, no podemos ser tolerantes con ningún delito; sin embargo, tenemos una predisposición a enfocarnos en algunos, mientras otros nos pasan por alto. La atención pública que existe hacia crímenes lacerantes como el secuestro o la estructura global (e ilegal) del tráfico de drogas es mucho más constante y puntual que la dedicada al robo a casa habitación o al homicidio por motivos pasionales.

Esos estereotipos han creado puntos ciegos en nuestra vida cotidiana y hace difícil el combate a la inseguridad desde nuestra posición individual; pongo un ejemplo, hace diez años el Consejo Ciudadano de la Ciudad de México inició su labor con una preocupación muy específica: detener los casos de extorsión telefónica.

Pido que viajemos por un instante a 2007. En esos momentos, aunque igual que ahora, nuestra preocupación civil estaba en otros delitos más “graves” que un supuesto fraude en el que te engañaban simulando la voz de tu supuesta hija secuestrada a medianoche.

Recuerdo bien que acudimos entonces ante el Procurador de Justicia de esa época para explicarle que este delito crecía de manera alarmante y una de sus características era su macabra democracia, pues afectaba a cualquier persona independientemente de su ingreso, condición social o preparación académica.

La respuesta del funcionario, cansado de la relatoría de los casos detectados por el Consejo, fue simple: este no es un delito como tal, es un fraude, engañan a las personas y los hacen depositar por propia voluntad. Ante la insistencia, la reacción fue tajante, él tenía un número determinado de agentes que enfrentaban una disyuntiva a diario; o resuelven secuestros, robos y homicidios o tratan de darle cauce a este nebuloso tipo de engaño que no es un crimen que se compare con los primeros.

Y justo ahí, creo, nació una industria.

La coordinación ciudadana, el compromiso posterior de esas mismas autoridades que al principio fueron incrédulas y el boca a boca ayudaron a que este delito descendiera progresivamente en la capital. En el camino, cito dos casos: una ama de casa que corrió a su sucursal bancaria para retirar 300 mil pesos porque sus hijos estaban secuestrados y que felizmente recordó en la fila que lo último que hizo antes de salir fue decirle a ellos que no se movieran mientras iba a hacer el retiro; segundo, un alto ejecutivo, también de una institución financiera, que recibió una llamada a su celular para exigirle 100 mil pesos por su hija en un depósito a otro banco, la llamada a su homólogo para que hiciera la operación porque se trataba de un asunto de vida o muerte y su sorpresa al colgar el teléfono de su escritorio al acordarse de que… él sólo tiene tres hijos varones.

Una década después, nuestra atención sigue fija en estos delitos de alto impacto y en la podredumbre institucional infiltrada por el narcotráfico, al mismo tiempo que la extorsión telefónica y otros delitos a los que ponemos menos atención son el pan de cada día en muchos estados del país. Es decir, poco ha cambiado. Salvo por un detalle.

La presencia de la sociedad civil se ha fortalecido como en ninguna otra época. El uso de redes sociales, mensajes instantáneos y la posibilidad de reportar de inmediato un hecho por medio de un teléfono móvil, genera una nueva forma de participación ciudadana que arroja los resultados que esperamos y merecemos.

No obstante, aún nos hace falta entender que el delito es un negocio y quienes lo cometen lo hacen porque las ganancias son extraordinarias y el riesgo es mínimo, gracias a la impunidad rampante que hemos tolerado.

También nos falta organizarnos mejor frente a una estructura criminal que está perfectamente coordinada; si no es muy difícil lograr la seguridad a la que aspiramos. Todo empieza con la denuncia -sí- ese trámite burocrático, engorroso y corrupto al que nadie desea enfrentarse.

Cuando fui invitado al Consejo Ciudadano como su primer secretario ejecutivo (hoy tengo el honor de ser su presidente) pensamos en diversas formas de aplicar la tecnología y las mejores prácticas organizativas para que la denuncia fuera confidencial o anónima, segura, sencilla y, sobre todo, ciudadana.

Nuestro primer paso fue establecer una Línea telefónica gratuita, 5533-5533 que trabajara las 24 horas y en las que te atendieran dos profesionales, que son indispensables en el momento en que estás o vives un problema: abogados y psicólogos especializados en atención a víctimas o a personas que desean reportar cualquier anomalía que ocurre en las calles.

En 2009, este modelo nos permitió diagnosticar a más de 300 mil personas durante la contingencia del virus H1N1 en la Ciudad. De ese total, sólo tres casos fueron positivos, lo que evitó que muchas salas de urgencias se saturaran.

De la misma forma, hemos atendido más de dos millones de llamadas (sí leíste bien) reportando casos de extorsión telefónica, con un 99% de efectividad para evitarlas (lo que ha perjudicado a esta industria que mencionaba).

También nos extendimos a 14 estados de la República, en donde grupos de ciudadanos, empresarios -que son ciudadanos- y autoridades comprometidas, que las hay, repiten nuestros programas y sistemas para atender a su población. Te invito a que visites www.consejociudadanodf.org.mx. Fin del espacio comercial.

Lo interesante es que todo esto surge de una organización civil, sin fines de lucro, en la que ni los consejeros o su presidente, perciben un salario. Cuando la autoridad asegura que no es posible estar un paso adelante del delincuente, la sociedad civil demuestra que bien organizados podemos derrotarlos.

Pienso que no hay moralejas en que los ciudadanos hagamos lo que nos toca y exijamos que nuestras instituciones cumplan con sus obligaciones. No obstante, confío en que estamos a tiempo de transformar la triste realidad de nuestro país a partir de una mejor organización civil. Una política de ciudadanos que sustituya a la vieja política de la corrupción y los compadres; una participación civil activa más allá de poner la boleta en la urna cada seis años. Podemos hacer más, y cuando lo hacemos, los resultados son extraordinarios.

Desde noviembre del año pasado, he sorprendido a familiares y amigos al decir que el nuevo presidente de los Estados Unidos es una gran noticia para México. Sigo pensando lo mismo en abril de 2017. Su cerrazón y falta general de conocimiento nos despertó de un cómodo letargo al que ya nos habíamos acostumbrado.

Este es el momento para cambiar al país de pies a cabeza y dudo que esas modificaciones vengan de los partidos políticos o de nuestra débil, pero abusiva, clase gobernante. Hemos visto como, prácticamente cada institución nacional ha perdido credibilidad aceleradamente. Si tuviéramos una enfermedad nacional, ésa sería la desconfianza.

Estamos en la posición más relevante en la historia moderna de México para modificar el estado de cosas que tanto nos ofende. Tengo serias dudas de que habrá otra en el futuro. Si nos organizamos bien, juntamos los casos de éxito que tenemos (y son muchos) podemos empujar a un ladito a los corruptos, a los ventajosos y a todos los que reflejan la crisis moral que padecemos.

Esta es nuestra hora, la de los ciudadanos que queremos un mejor país.

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