Ahora que se derraman litros de tinta y se teclean millones de caracteres para explicar (y entender) el resultado de las recientes elecciones en los Estados Unidos, recordé una historia que me compartieron hace tiempo. Había un pueblo que dependía de una vaca muy productiva; casi la totalidad de sus pobladores vivían de la leche, el queso, la crema y todo lo que significaba vender estos productos. Por lo que representaba la vaca para la comunidad, se repartían turnos para cuidarla y estar siempre al pendiente de ella. Cierto día, le tocó a uno de los más jóvenes estar a cargo. En un descuido, olvidó amarrar correctamente el lazo a un árbol y la vaca caminó hacia un desfiladero donde cayó. Aterrorizado, el muchacho huyó. Los años pasaron, el joven encontró el anonimato suficiente para progresar, y ya frente a la vejez, quiso ver su tierra por última ocasión. Ha pasado mucho tiempo -pensó-  seguramente nadie me reconocerá. Al llegar a la entrada se quedó sorprendido. Una enorme avenida con varios carriles en ambos sentidos y un camellón lleno de árboles daba la bienvenida. Había gente por todas partes. Casas de varias plantas, escuelas y comercios variados reflejaban la prosperidad de un pueblo que ya no era pueblo, sino una ciudad en forma. Unas cuadras antes del zócalo bajó de su automóvil y comenzó a caminar. Justo en el lugar en el que solía estar un quiosco, se encontraba una estatua de bronce pulido en honor a la vaca. El corazón se le fue a los pies. Nadie había olvidado la tragedia y hasta le habían hecho un monumento al animal. Discreto, se acercó a un aseador de calzado. “Oiga, le preguntó, ¿por qué tienen la estatua de una vaca en medio de la plaza?” Ocupado con un par de zapatos, le respondió sin mirarlo: “durante muchos años esa vaca le dio de comer a todo el pueblo, hasta que una mañana la encontraron muerta en el fondo de un desfiladero”. Igual de nervioso que aquel día, el hombre sólo alcanzó a hacer otra pregunta: “¿y qué pasó después de que la perdieron?”. El bolero se detuvo un momento y le dijo: “nos dimos cuenta de que dependíamos de  nosotros, no de la vaca, y nos pusimos a trabajar. Por eso la estatua, para no olvidarlo”. Es posible que la llegada de Trump sea la muerte de nuestra vaca. Aunque no estaría mal que también nos demos cuenta de que eso podría ser el inicio de una época distinta (y próspera al fin) para México.

Ahora que se derraman litros de tinta y se teclean millones de caracteres para explicar (y entender) el resultado de las recientes elecciones en los Estados Unidos, recordé una historia que me compartieron hace tiempo. Había un pueblo que dependía de una vaca muy productiva; casi la totalidad de sus pobladores vivían de la leche, el queso, la crema y todo lo que significaba vender estos productos. Por lo que representaba la vaca para la comunidad, se repartían turnos para cuidarla y estar siempre al pendiente de ella. Cierto día, le tocó a uno de los más jóvenes estar a cargo. En un descuido, olvidó amarrar correctamente el lazo a un árbol y la vaca caminó hacia un desfiladero donde cayó. Aterrorizado, el muchacho huyó. Los años pasaron, el joven encontró el anonimato suficiente para progresar, y ya frente a la vejez, quiso ver su tierra por última ocasión. Ha pasado mucho tiempo -pensó-  seguramente nadie me reconocerá. Al llegar a la entrada se quedó sorprendido. Una enorme avenida con varios carriles en ambos sentidos y un camellón lleno de árboles daba la bienvenida. Había gente por todas partes. Casas de varias plantas, escuelas y comercios variados reflejaban la prosperidad de un pueblo que ya no era pueblo, sino una ciudad en forma. Unas cuadras antes del zócalo bajó de su automóvil y comenzó a caminar. Justo en el lugar en el que solía estar un quiosco, se encontraba una estatua de bronce pulido en honor a la vaca. El corazón se le fue a los pies. Nadie había olvidado la tragedia y hasta le habían hecho un monumento al animal. Discreto, se acercó a un aseador de calzado. “Oiga, le preguntó, ¿por qué tienen la estatua de una vaca en medio de la plaza?” Ocupado con un par de zapatos, le respondió sin mirarlo: “durante muchos años esa vaca le dio de comer a todo el pueblo, hasta que una mañana la encontraron muerta en el fondo de un desfiladero”. Igual de nervioso que aquel día, el hombre sólo alcanzó a hacer otra pregunta: “¿y qué pasó después de que la perdieron?”. El bolero se detuvo un momento y le dijo: “nos dimos cuenta de que dependíamos de  nosotros, no de la vaca, y nos pusimos a trabajar. Por eso la estatua, para no olvidarlo”. Es posible que la llegada de Trump sea la muerte de nuestra vaca. Aunque no estaría mal que también nos demos cuenta de que eso podría ser el inicio de una época distinta (y próspera al fin) para México.

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