No entiendo mucho de política. Sus códigos, prácticas y tradiciones son para mí, como supongo que lo son para la mayoría de los ciudadanos, un misterio que se explica sólo a través de los intereses compartidos o contrarios de quienes la practican.

En medio de esta neblina, se toman decisiones administrativas incomprensibles (al menos a primera vista) que se vuelven casi diarias, a fuerza de las crisis sucesivas que ya no enfrenta solo el gobierno, sino todo el sistema político.

Tal vez, la señal más poderosa de la falta de coincidencia entre lo que deseamos los ciudadanos y lo que nos ofrecen las autoridades como resultado, es el reclamo -a veces desesperado- de que no entendemos bien lo que hace el gobierno y por qué gracias a ello estamos mejor que antes; aunque no lo veamos.

Aquí valen muchos puntos de comparación. Si tomamos los indicadores económicos (una disculpa previa, durante la mayor parte de mi vida fui empresario) no existe congruencia entre el bienestar que nos aseguran los mensajes oficiales y los números de la deuda interna, las finanzas estatales o el comportamiento de la inflación. Del tipo de cambio, mejor ni hablamos.

Pero si usamos como referencia los índices de desarrollo social (salud, combate a la pobreza, acceso a alimentos básicos) uno encuentra que tampoco coinciden con ese avance que consigna la propaganda. La seguridad es otro indicador que tiene el mismo comportamiento: podemos tener un descenso válido en algunos delitos, sin embargo, la percepción al alza y el origen de los mismos, se mantienen inalterables.

Como remate, para 2017 habrá cero recursos para prevención del delito y el presupuesto que se proyecta para combatir la corrupción parece condenar este esfuerzo, que nació de la sociedad civil, a la burocracia más estándar que podemos alcanzar. A ello, sumemos las inexplicables ausencias de los principales exponentes del despilfarro y el abuso hecho política pública que han sido los ex gobernadores de Veracruz, Sonora, Quintana Roo y Chihuahua.

De nuevo, la dirección de la demanda ciudadana va en sentido opuesto a la dirección de la clase política nacional. No justifico el reproche que se repite en todos los niveles del gobierno federal, aunque lo entiendo, para las autoridades nadie está trabajando en contra del país y lo que se entrega es lo mejor que puede hacerse. Aún así el consenso general es que no es suficiente.

Tengo serias dudas de que, de pronto, nos hayamos vuelto más exigentes que nuestros padres y nuestros abuelos con respecto al gobierno. En su lugar, creo que ha sido el sistema y sus integrantes, los que no han entendido que México cambió y ellos siguen anclados en una época distinta.

Probablemente ese es el fondo del reclamo: que han usado todas las lecciones del pasado y ni una sola les ha funcionado. Que ese entusiasmo y esa ilusión cíclica que tenemos sobre el país y sobre nuestro futuro, no sólo duró poco, sino que le cedió su sitio a una gran desilusión que raya, en ocasiones, en el franco hartazgo. Más que nunca, depende de nosotros, los ciudadanos, obligar a que ambas direcciones se empaten. No se ve otra salida.       

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