El actual ritmo litúrgico prevé para el domingo después de la Navidad la celebración de la Sagrada Familia. Sin embargo, cuando Navidad cae en domingo, esta fiesta se coloca el 30 de diciembre, como ha ocurrido este año. Para el Oficio de Lecturas se prescribe un discurso del beato Paulo VI, que tuvo lugar el 5 de enero de 1964, durante su visita a la Iglesia de la Anunciación de Nazaret. La relectura de algunos de sus fragmentos es siempre edificante.

“Nazaret es la escuela de iniciación para comprender la vida de Jesús. La escuela del Evangelio. Aquí se aprende a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido tan profundo y misterioso, de aquella simplísima, humildísima, bellísima manifestación del Hijo de Dios”.

Para ello, propone integrar la letra y el espíritu. “Aquí [en Nazaret] se comprende la necesidad de observar el cuadro de su permanencia entre nosotros: los lugares, el templo, las costumbres, el lenguaje, la religiosidad de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Todo habla. Todo tiene un sentido. Todo tiene una doble significación: una exterior, la que los sentidos y las facultades de percepción inmediata pueden sacar de la escena evangélica… la que en el lenguaje bíblico se llama la ‘letra’, cosa preciosa y necesaria, pero oscura para quien se detiene en ella, incluso capaz de infundir ilusión y orgullo de ciencia en quien no observa con el ojo limpio, con el espíritu humilde, con la intención buena y con la oración interior el aspecto fenoménico del Evangelio, el cual concede su impresión interior, es decir, la revelación de la verdad, de la realidad que al mismo tiempo presenta y encierra solamente a aquellos que se colocan en el haz de luz, el haz que resulta de la rectitud del espíritu, es decir, del pensamiento y del corazón –condición subjetiva y humana que cada uno debería procurarse a sí mismo–, y resultante al mismo tiempo de la imponderable, libre y gratuita fulguración de la gracia… Este es el ‘espíritu’”.

Como, sin embargo, el paso es fugitivo, se propone abrevar tres lecciones que recibe del lugar santo. “Lección de silencio. Renazca en nosotros la valoración del silencio, de esta estupenda e indispensable condición del espíritu; en nosotros, aturdidos por tantos ruidos, tantos estrépitos, tantas voces de nuestra ruidosa e hipersensibilizada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la aptitud de prestar oídos a las buenas inspiraciones y palabras de los verdaderos maestros; enséñanos la necesidad y el valor de la preparación, del estudio, de la meditación, de la vida personal e interior, de la oración que Dios sólo ve secretamente”.

En segundo lugar, lección de vida doméstica. “Enseñe Nazaret lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable; enseñe lo dulce e insustituible que es su pedagogía; enseñe lo fundamental e insuperable de su sociología”.

Y, finalmente, lección de trabajo. “¡Oh, Nazaret, oh casa del ‘Hijo del Carpintero’, cómo querríamos comprender y celebrar aquí la ley severa y redentora de la fatiga humana; recomponer aquí la conciencia de la dignidad del trabajo; recordar aquí cómo el trabajo no puede ser fin en sí mismo y cómo, cuanto más libre y alto sea, tanto lo serán, además del valor económico, los valores que tiene como fin!”.

Para concluir con una bella paráfrasis de las bienaventuranzas. “Bienaventurados nosotros si, pobres de espíritu, sabemos librarnos de la confianza en los bienes económicos y poner nuestros deseos primeros en los bienes espirituales y religiosos, y si respetamos y amamos a los pobres como hermanos e imágenes vivientes de Cristo. Bienaventurados nosotros si, educados en la mansedumbre de los fuertes, sabemos renunciar al triste poder del odio y de la venganza y conocemos la sabiduría de preferir al temor de las armas la generosidad del perdón, la alianza de la libertad y del trabajo, la conquista de la verdad y de la paz. Bienaventurados nosotros, si no hacemos del egoísmo el criterio directivo de la vida y del placer su finalidad, sino que sabemos descubrir en la sobriedad una energía, en el dolor una fuente de redención, en el sacrificio el vértice de la grandeza. Bienaventurados nosotros, si preferimos ser antes oprimidos que opresores y si tenemos siempre hambre de una justicia cada vez mayor. Bienaventurados nosotros si, por el Reino de Dios, en el tiempo y más allá del tiempo, sabemos perdonar y luchar, obrar y servir, sufrir y amar”.

Foto: Nicolas Vleughels, Sagrada Familia

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