La santidad siempre interpela. Corresponde, ciertamente, a personas concretas, con vivencias muy propias. No es un símbolo, ni un simple ideal. Es un camino. Se puede, por supuesto, interpretar en sus narraciones. Todo lo humano está abierto a relecturas. La fuerza expresiva de una vida, con sus momentos de heroísmo y sus misterios, no nos deja indiferentes. Pero lo esencial se nos pierde si no lo miramos como un testimonio. Testimonio de humanidad. Testimonio de apertura a la trascendencia. Testimonio del encuentro con Cristo, que todo lo renueva. Alguien lo vivió con una convicción que, más allá de las condiciones, rubrica con su propia existencia lo creído.

En el caso de José Sánchez del Río, tratándose de un jovencito, la valentía se subraya con natural simpatía. Así se pudo percibir durante su canonización, en la que, al lado de otros seis campeones de la fe, fue propuesto al mundo como ejemplo y ofrecido a los creyentes como intercesor, con la garantía de que goza la alegría del cielo.

En el momento en que, tras la declaración de la santidad, fueron llevadas las reliquias al lugar preparado, en torno a la Virgen María, un conmovedor toque jubiloso lo constituyó que fuera precisamente un par de muchachos, cuyo vestido representaba el del mismo Joselito, incluyendo el estar descalzos, quienes portaran el relicario de nuestro nuevo santo. El entusiasmo, la alegría y el orgullo de los mexicanos presentes no se hizo esperar. El eco, de hecho, que se suscitaba ante la descripción de su martirio, lo hizo seguramente la figura del día. Y fue imposible no pensar en los jóvenes de en nuestro país en búsqueda de certezas y motivaciones, con horizontes que les planteen causas de vida.

En el cuadernillo de la celebración, así se contó a los participantes el martirio de Joselito: "El 25 de enero de 1928, en el curso de una violenta batalla, José fue capturado y llevado a su ciudad natal, donde fue encarcelado en la iglesia parroquial, que había sido profanada y devastada por los federales. Le hicieron la propuesta de huir para evitar la condena a muerte, pero él la rechazó".

Y continúa: "Durante su detención, y con el fin de hacerlo renegar de su fe para que pudiera salvarse, fue torturado y obligado a asistir al ahorcamiento de otro muchacho que estaba prisionero con él. Le desollaron las plantas de los pies y lo obligaron a caminar hasta el cementerio, allí, puesto ante la fosa donde sería enterrado, lo apuñalaron sin darle muerte, pidiéndole de nuevo que renegara de su fe. Pero José, cada vez que lo herían, gritaba '¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!' Por último, fue ejecutado con un disparo de arma de fuego. Era el 10 de febrero de 1928. Tenía casi 15 años de edad".

La fe genuina no puede esconderse. Y aunque se sintetice en instantes gloriosos, se va tejiendo a lo largo de toda la existencia. La calidad de la vida no puede medirse sin referencia a las grandes convicciones. En su raíz y en su horizonte está el verdadero secreto que la explica. Durante su homilía, el Papa Francisco habló de la oración como fuente de la santidad. Es indiscutible que detrás de las sorprendentes expresiones de la fe, no puede sino encontrarse un vínculo intenso con Dios, que se ha descubierto como razón y corazón del propio camino.

San José Sánchez del Río, ruega por nosotros. Por México y sus gobernantes, por sus cristianos y por todos sus habitantes, especialmente por los jóvenes y por las familias. Que tu ofrenda sea semilla de paz y de libertad.

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