El Papa Francisco nos desafió a no rendirnos. Las malas noticias y las experiencias duras desaniman, es verdad. La fuerza de las costumbres sociales e institucionales y la reincidencia personal en los errores nos hacen sospechar que es imposible cambiar. Un cierto cinismo contesta a las ilusiones con un fatal “Siempre ha sido así”. Y entonces la única actitud sensata parece ser sobrellevar las condiciones externas, y procurar sobrevivir en medio de ellas, aprovechando al máximo las oportunidades personales.

Pero las cosas no tienen por qué seguir así. Paradigmático, a este respecto, fue el encuentro con los jóvenes en Morelia. Fortalecido, además, por una hospitalidad cálida, particularmente fraterna. Varios grupos que fueron allá a eventos distintos coincidieron en dar el testimonio de que cuando la gente del lugar veía que se acercaban camiones de peregrinos, los saludaban desde lejos con ánimo festivo. Y ahí se podía captar el verdadero espíritu de esa entrañable tierra.

Los jóvenes que intervinieron –como, por lo demás, la gran mayoría de los fieles que hablaron ante el Santo Padre– presentaron lúcidamente el panorama. “Todos los que hablaron –dijo el Papa–, cuando marcaban las dificultades, las cosas que pasaban, afirmaban una verdad muy grande: que ‘todos podemos vivir, pero no podemos vivir sin esperanza’”. Y entonces subrayaba la fuente de dicha actitud en el reconocer el propio valor: “Sentir el mañana, no podemos sentir el mañana si uno primero no logra valorarse, no logra sentir que su vida, sus manos, su historia, vale la pena…” Precisamente por eso: “La esperanza nace cuando se puede experimentar que no todo está perdido, y para eso es necesario el ejercicio de empezar ‘por casa’, empezar por sí mismo. No todo está perdido. No estoy perdido, yo valgo, yo valgo mucho”. Y con la sabiduría de un prudente catequista, les instó entonces a guardar silencio para apropiarse esa certeza.

Confirmadas las dificultades del contexto, Francisco pudo subrayar el horizonte de la esperanza: “No pierdan el encanto de soñar. Atrévanse a soñar”. Para a continuación bromear: “Soñar no es lo mismo que ser dormilones, eso no, ¿eh?” Y luego, el testimonio de fe como fundamento para seguir adelante: “Les digo esto… porque, como ustedes, creo en Jesucristo… Él es quien renueva continuamente en mí la esperanza, es Él quien renueva continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea, en cada uno de nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar juntos. Es Él quien continuamente me invita a convertir el corazón. Sí, amigos míos, les digo esto porque en Jesús yo encontré a Aquel que es capaz de encender lo mejor de mí mismo… El único que me puede tener bien fuerte de la mano es Jesucristo”. Por eso, “cuando todo parezca pesado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su cruz, abrácenlo a Él, y, por favor, nunca se suelten de su mano…”

El mismo mensaje volvió ante los seminaristas, consagrados y sacerdotes, también en Morelia, ante lo que llamó la tentación de la resignación. “Frente a esta realidad, nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ‘¿Y qué le vas a hacer? La vida es así’. Una resignación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras ‘sacristías’ y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar”.

El Papa pudo prolongar su desafío ante el mundo del trabajo. “Quiero invitarlos a soñar, a soñar en un México donde el papá pueda tener tiempo para jugar con su hijo, donde la mamá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos. Y eso lo van a lograr dialogando, confrontando, negociando, perdiendo para que ganen todos. Los invito a soñar el México que sus hijos se merecen; el México donde no haya personas de primera, segunda o de cuarta, sino el México que sabe reconocer en el otro la dignidad de hijo de Dios”.

Y en el Centro de Readaptación Social de Ciudad Juárez, en un tono más personal, después del brillante discurso de la reclusa: “Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es aprender a no quedar presos del pasado, del ayer. Es aprender a abrir la puerta al futuro, al mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes… Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado, realizado está; pero he querido celebrar con ustedes el Jubileo de la misericordia, para que quede claro que eso no quiere decir que no haya posibilidades de escribir una nueva historia, una nueva historia hacia delante: ‘para qué’”.

No hay que rendirse. Esta convicción es parte del espíritu de la conversión cristiana. Las cosas pueden ser diferentes. Yo puedo ser diferente.

Foto: Fra Angelico, Martirio de san Lorenzo (en la ventana a la izquierda, la conversión del carcelero)

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